Eduviges y Edmundo
estaban muy emocionados con la llegada de dos tornados anunciados para las
siguientes horas. Illinois, Kentucky e
Indiana ya habían recibido el impacto de varias decenas de inmensos remolinos,
que hasta el momento habían destruido más de 50 mil hogares. Ahora sí seguro que pasa uno por aquí y me
voy a quedar afuera, atado a cualquier cosa para recibirlo cara a cara. Pero, Edy, si te pega algún tronco, mueble o
lo que sea, te puede matar. No importa,
Duvi-du, ya sabes que me encanta el
peligro.
Eduviges había
crecido en una familia a la antigüa donde la abuela y sus tres hijas vivían
juntas y al irse casando fue creciendo el clan con los nietos. Eduviges tenía dos hermanos y seis primos. Un día la abuela concibió el mejor negocio de su vida, que
trastornó a todos sus familiares, y no sólo durante los años que mantuvieron el
negocio, sino que para algunos nietos, como Eduviges, significó un enfoque muy
diferente de la vida.
Un buen día,
allá por principios del siglo pasado, en que los abuelos platicaban de sus
cuitas y achaques, sentados en los equipales a la sombra de los arcos llenos de
bugambilias, en un jardín de fragantes rosales y macetones con frondosos
helechos que se unían entre sí, doña Magdalena se animó a tratar el asunto.
-
Me gustaría que nos fuéramos de viaje... a cualquier parte.
-
Pero mamá, si no tenemos seguro para comer la semana
entrante...
-
No soy exigente, me conformo con irnos a Cuernavaca...
o Taxco...
-
Bueno por Dios, ¿qué ya te estás quedando sorda?
-
Espera, tengo una idea. Vamos vendiendo TODO y nos vamos de vacaciones. Cuando volvamos, en la Lagunilla podremos
comprar lo necesario.
-
O sea que, compraríamos dos sillas; porque no
alcanzaría para más. ¿Pero cómo se te ocurren semejantes cosas? Estas delirando.
-
Mira, déjame pensar bien cómo le haríamos y te voy a
demostrar que sí se puede. No seas
cobarde. Total nunca nos hemos dado el
gustazo de hacer una locura... de estas.
Por supuesto la abuela se salió con la suya. Vendieron todo y se fueron de
vacaciones. La mayor parte la guardaron
para comprar muebles a su regreso. Para
lo cual, recorrieron Tepito, la Lagunilla, la Merced y otros sitios por el
estilo. Resultando que pudieron hacerse
de casi todo. Entonces surgió otra idea
más grande en la mente de la abuela... comprar en estos lugares y luego vender todo
el menaje “por motivos de viaje”. Así de
simple, surgió un negocio próspero que les dejó jugosas ganancias.
Los mayores se acostumbraron y los menores aprendieron
una forma diferente de vivir. No había
tiempo de encariñarse con nada. Los
niños nunca extrañaron su cama, pues seguido estrenaban otra. Tampoco tuvieron
su ropero, ni su escritorio donde guardar cosas personales. Los padres componían “por encimita” la casa,
pero sin la ilusión de arreglarla poniéndole ese toque especial que va quedando
en cada objeto que llega buscando su espacio para cohabitar con los que ya
están. No había tiempo para esos
sentimentalismos, ya que en ocasiones llegaba un comprador ansioso que arrasaba
con todo, aunque no estuviera el menaje
completo.
Eduviges se casó y descasó varias veces, por más que
trataba no lograba arraigarse a nada. Por
supuesto que cambió de casa muchas veces y terminó alquilando ‘hogares’
amueblados, como para ser ella quien los abandonase. Hasta que el compañero ideal llegó. A Edmundo le encantaba participar en carreras
de autos, el montañísmo, las excursiones a zonas peligrosas. Amaba el peligro. Así que cuando Eduviges le sugirió ir a vivir
al centro de Estados Unidos, para que los tornados se llevasen la casa, de vez
en cuando, y tener otra nueva sin necesidad de cambiarse, Edmundo también vio en ella a la mujer ideal.
En noviembre de ese año, se incrementaron el número y
la fuerza de los tornados. Edmundo se metió al pozo de agua, bien amarrado
y ella, junto con su hermana y cuñado, que estaban de vacaciones, bajaron al
refugio. Por alguna inexplicable razón,
a pocos kilómetros de la casa de E&E, el tornado fue perdiendo fuerza, lo
que derivó en que todos los árboles y cosas que traía, las fue regando a su
paso. Esto desvió un poco su trayectoria y pasó justo por encima de la casa,
evaporándose después.
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