José Luis ya había
tomado una decisión y no podía echarse para atrás, aunque no había dormido en
toda la noche. En cuanto amaneció brincó
de aquella incómoda cama de hotel. Había
metido en una pequeña petaquilla sus artículos personales y dos mudas de ropa. Con eso es suficiente Alis, sólo estaré tres
días fuera, no creo que el negocio se alargue.
No te preocupes, no me va a pasar nada.
Deja de preocuparte. Sí, te llamaré todos los días.
Había tenido toda la
noche para recapitular la constante obsesión de su esposa. Su eterna persecución, tomándole el tiempo
que debía hacer de la oficina a casa,
sus constantes preguntas Hurgando en los recovecos de sus emociones,
queriendo descubrir algún engaño fantasma, alguna mentira sospechosa, que la
llevaba a sumergirse en profundas depresiones recubiertas de celos delirantes e
insoportables. Todavía, después de diez
años, la seguía queriendo, pero había llegado al punto de quiebre.
Salió con una
maletita y se fue directo a la central de autobuses TAPO. Compró un boleto a Veracruz, después ya
vería, no tenía ninguna meta fija. Ahí
mismo se desayunó antes de subir al camión.
El movimiento del vehículo lo arrulló y se durmió enseguida. Treinta minutos para comer algo… señor ya
llegamos a Tecolutla… tiene treinta minutos para estirar las piernas, comer
algo… antes de continuar a Veracruz.
¿Tecolutla, qué hacemos aquí? Todavía
con los ojos entornados vio al chofer bajar del camión y dirigirse al restorán
más cercano. José Luis no tenía hambre,
pero bajó para caminar un poco. No podía
dejar su maletín y se lo llevó consigo.
Percibió el oleaje
del mar y se dirigió hacia allá. Notó
que los lugareños lo miraban de forma extraña, como asustados. ¿Será que ando de traje? Pasó a su lado una hermosa muchacha, que lo
miró fijamente y una corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo. Ella le sonrió burlona y siguió su
camino. José Luis la siguió con la
mirada largo rato.
Sin pensarlo dos
veces corrió tras ella, antes de que se esfumara. Al llegar a un grupo de casas de palma, se
detuvo. José Luis, casi ahogándose por
la carrera, la alcanzó y no supo qué decir.
Dos mujeres mayores se acercaron, lo vieron detenidamente, con
curiosidad, con asombro y de inmediato se hincaron, le tomaron la mano y se la
besaron. José Luis se quedó de una
pieza. ¿Qué le pasa a esta gente?
Doctorcito, esto es
un milagro. ¿Será que le rezamos tanto
que bajó a visitarnos? José Luis pensó
que lo estaban confundiendo con alguien más.
Pero no podía hacer nada, por lo pronto.
Una de aquellas mujeres lo jaló de un brazo y lo metió en una choza
pequeña, donde sólo había una mesa con una foto, rodeada de velas y
flores. Supuso que sería un
difunto. Mire, doctorcito, aquí tenemos
su imagen, con velas y flores frescas pa’que vea que lo queremos mucho. Entonces José Luis se fijó en la foto y se
quedó helado. Era él, pero con sombrero. Al pie de la misma se leía: Dr. José Luis Hernández, en proceso de
canonización. No es cierto, no es
cierto, esto es una pesadilla. Sí,
todavía voy en el camión… Doctorcito, es un gran honor tenerlo aquí. Usted sabe que somos gente pobre, pero le
daremos el mejor lugar que tenemos.
José Luis no sabía
qué hacer, ni siquiera entendía lo que estaba sucediendo. Le quitaron la maletita y lo llevaron a una
cabaña en donde había tan sólo una hamaca, una mesa y una silla. Ahorita le traeremos un banco para que ponga
sus cosas, doctorcito. Pero… oiga señora… Me llamo Ángela. Bueno, doña Ángela, yo no me puedo
quedar. Tan sólo unos días, doctorcito,
tan sólo unos días.
Pasaron muchos días,
que se volvieron semanas y luego meses.
José Luis cada día se sentía más contento. Toda la gente de aquel poblado se desvivía
por atenderlo y procurarle todo lo necesario.
Aunque él se fue dejando querer, en su interior sabía que aquello era
una farsa, que él no era quien decían que era.
Además de usurpador se sentía un abusivo ante la inocente entrega de
toda esa gente. Todas las noches se
prometía irse en la madrugada, como el ladrón que era. Pero, siempre había alguien velando su
sueño. Hasta que dejó de preparar un
escape y aceptó la situación, mientras durara.
Antes del año llegó
uno de los campesinos, con machete en mano y muy mala cara. A ver, doctorcito, vengo por usted pa’que
cure a mi muchacho, que se está muriendo.
Dicen que ha hecho muchas curaciones…
Sólo han sido cosas sencillas, ustedes son gente muy sana y yo… Pos m’hijo
tose mucho y escupe sangre, así que llévese sus pomadas o lo que tenga y
vámonos. Sin esperar mucho el campesino
lo jaló de la camisa. Apúrese, porque si
él se muere… usted también. Y echaron a
andar en medio de la selva.
Efectivamente el
muchacho estaba grave. Y ahora qué voy a
hacer, Dios mio. Mire buen hombre, su
hijo está muy delicado, será mejor llevarlo a un hospital… yo no puedo
curarlo. Yo no creo en los doctores,
pero me dijeron que usted hace milagros… así que quiero que me lo
demuestre. José Luis se pasó la noche en
vela, rezando. A la mañana siguiente el
muchacho había muerto. Qué le dije,
doctorcito, hoy enterraremos al Chaco y
mañana a usted. Entraron dos hombres y
cogieron fuertemente a José Luis de los brazos y se lo llevaron. ¡Yo nunca dije que hacía milagros… por favor
no me mate!
Todo el día y su
noche, la pasaron los campesinos trajinando con los preparativos y velación del
muerto. José Luis fue atado a un poste,
a la intemperie. Nadie se acordó de su
existencia. Bien entrada la noche,
silenciosamente apareció aquella muchacha de la mirada enigmática que vio al
bajar del camión, hacía casi un año. Le
puso la mano en la boca para que no hablara.
Llevaba dos cuencos con comida y agua.
Lo desató y esperó en silencio a que terminara. Luego, a señas, le dijo que la siguiera. Caminaron varias horas por entre la selva,
ella siempre adelante indicando el camino.
El corazón de José
Luis estaba desatado. No sabía a dónde
iba, si debía confiar en aquella mujer, pero tampoco tenía alternativa. ¿Y si todo era una trampa? En aquella selva nadie se enteraría. ¿Hacía dónde iban? Entre la maleza empezó a vislumbrar un río
ancho. Al llegar a la orilla, los
esperaba una lancha. Esto es todo lo que
puedo hacer por ti, sé que no eres quien ellos quieren. Sé que eres inocente y no me preguntes cómo
lo sé. Súbete a la lancha, hay algo de
comida y el río te llevará con la corriente hasta un poblado bastante distante,
donde no saben de ti. Lo demás es asunto
tuyo. No pierdas el tiempo, seguramente
ya se dieron cuenta que escapaste. Vete
ya.
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