Si vieras, hermano, ¡cuánto la recuerdo todavía! Era una relación muy extraña. A veces su rostro me era desconocido, como
que se llenaba de viejas rencillas y su mirada se volvía torva, sus ojos me
llenaban de impotencia, me aplastaban, me reclamaban algo que nunca supe qué era. Mas a la luz de la luna, tendidos en la
arena, tornábase dulce y tierna como un suspiro. Entonces su amor era pleno, sin límites, se
infiltraba en todo mi ser y explotaba iluminándonos hasta en las noches más
oscuras.
Le gustaba dar largos paseos, dejando que la brisa
mojara su cuerpo, mientras sus pies jugueteaban con las olitas que venían a
besar la playa. Al andar el viento hacía
flotar su hermosa cabellera y a cada paso su cuerpo parecía perder peso, como
si el aire la tomara en sus brazos , haciendo sus huellas menos y menos
perceptibles, hasta que desaparecían.
Siempre viví pensando que éramos felices… hasta aquel
día en el acantilado. Un simple desacuerdo
se convirtió en pelea, en gritos, en reclamaciones, en llanto… como los vientos
que terminan en ciclones. Le pedí que me
explicara el motivo de su cambio, el por qué le irritaba todo. Después de 20 años, de todo lo que hemos construido
juntos en esta isla, por qué quieres borrarlo todo y huir ¿nadando? Si ni
sabes. Yo creo que eso la enfureció más
y empezó a correr. No me importa cómo,
sólo quiero irme lejos de ti, dijo gritando.
Y al llegar a las peñas se lanzó al mar, sin que lograra alcanzarla para
impedirlo.
Desde entonces no he vuelto ahí, hermano. Desde entonces me siento aquí mirando a
lontananza, esperando que el viento, el mar o el cielo se apiaden de mi alma y
me respondan por qué huyó de mí.
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- - - - - 1991
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