domingo, 7 de julio de 2013

B{USQUEDA ETERNA

Poco a poco los rayos del sol iban despertando a todo ser viviente.  El canto de la flauta del pastor se empezaba a oír a lo lejos;  iba subiendo la verde colina con su rebaño siguiéndole.  Las violetas y margaritas volteaban sus corolas hacia el astro rey para saludarlo y recibir su calor.  Y los árboles estiraban sus ramas perezosamente, para que hasta la hoja más pequeña tomara su alimento vivificante.

despertarse Karl, extrañamente En el verde valle, cerca de la cañada, empezaba a cansado por los constantes sueños raros que le hacían sentirse como si no hubiera dormido nada.  Además, esos sueños le producían atracción y desasosiego.  En ellos siempre aparecía una hermosa mujer que iba a la aldea a conquistar mancebos y brindarles sus amores.  No podía entender de dónde había surgido esa imagen, ya que ni siquiera la hubiera imaginado, pues era lo opuesto a él:  él era la alegría del día y ella la ensoñación de la noche;  él era la fuerza del sol y ella la voluptuosidad de la luna;  él anhelaba el despertar del nuevo acontecer y ella suspiraba por los momentos pasados.

El joven Karl empezó a sentir que no eran sueños, sino que aquella mujer lo visitaba de vez en cuando por las noches, le contaba sus requiebros  y desventuras, para después entregarse apasionadamente.  Y ella, quizá, le infligía al algún hechizo que velaban  y volvían irreales sus recuerdos.  ¡Tenía que ser así! Ya que él sentía que participaba en esos episodios. La carne le ardía todavía al amanecer.   La idea se le fue fijando, hasta la obsesión.  ¡Tenía que encontrarla!  En la aldea preguntó por ella y sólo algunos pudieron darle razón, pero todos coincidían que la veían únicamente de noche.  Entonces cambió su rutina, dormía de día y la buscaba de noche, mas no dio con ella.  Y también se percató de  que durante el tiempo que llevaba durmiendo  de día ella no había vuelto a visitarlo.

Después de un tiempo abandonó la búsqueda desilusionado, aunque en su corazón la esperanza segúia viviendo.  A toda mujer que pasaba junto a él le buscaba las dos caras que todos aquellos seres tenían:  una veía al este y la otra al oeste;  una hacia el amanecer, la otra al atardecer;  una veía el nacimiento de la vida, mientras la otra observaba el fin de los ciclos;  una estaba despierta mientras la otra dormía.

En una ocasión que se encontraba a la orilla de una poza de agua, tranquila y serena, halló un pedazo de espejo y empezó a jugar con la luz reflejándola a puntos cada vez más distantes.  De pronto se volteó muy rápido, perdió el equilibrio y se fue de espaldas al agua, pero al momento de la caída levantó los brazos y alcanzó a ver por el espejo, la cara de Karla reflejada en el agua.  De inmediato volteó a buscarla, sintiendo una alegría enorme que se esfumó tan rápido como vino – no había nadie.  Espero largo rato pero nada.  Repitió la misma situación de la caída… ¡otra vez estaba ahí!  Al fin la había encontrado.  Pensó que  estaba jugando con él, escondida en el agua y salía cuando veía que él se volteaba.  Se tiró al agua buscándola una, otra y muchas veces… inútilmente.

Agotado y decepcionado se tiró en la yerba a descansar y pensar cómo solucionar esa desconcertante incógnita.  Una idea terrible se clavó en su mente, un miedo enorme se agolpó en su estómago.  Con mano vacilante tomó el espejo y lentamente fue subiendo su brazo hasta la altura de su cabeza, quería ver si sus dos caras eran él… ¡sí, eran iguales!  Sintió un enorme alivio, ya que por un momento pensó que quizá él y ella... fueran UNO solo.   Pero no, claro que no, qué locura.  Entonces, ¿por qué al caer al agua veía la cara de Karla y no la otra suya?  El momento de la caída era tan sorpresivo que la otra cara, ¿al abrir los ojos se delataba?  O sea, ¿Qué al despertar su otra mitad se transformaba?  Eso no era posible.

A partir de entonces comenzó un eterno peregrinar, escaló los montes, bajó a las cañadas, preguntó a los animales, a los árboles, a las flores y a todos los habitantes de la naturaleza.  La llamaba de todas las formas posibles y cuando quería verla, recurría al espejo para ver su reflejo en el agua.

Menguada su fuerza y agotada su voluntad, llegó el día en que decidió meterse en aquellas serenas aguas – única fuente donde encontraba la faz de su amada, recorrerla palmo a palmo, sin tregua,  hasta encontrarla… o morir. 

Nunca más se le volvió a ver, ni a oír su desesperado llamado de amor.  Y cuenta la leyenda que en ese lugar cuando alguien se asoma para ver su reflejo en el agua, aparece el rostro del ser que ama en verdad.

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