domingo, 30 de septiembre de 2012

LOS BUENOS PROPÓSITOS

El vapor había empañado los espejos y el perfume que despedía el agua de la tina flotaba en el aire.   Margarita se deslizo lentamente, saboreando la sensación de relajación que iba subiendo por sus piernas, conforme se sumergía en la tina,  hasta cubrirla casi por completo.  Le encantaba poner sales aromáticas en la tina, cuando tenía el tiempo de disfrutar el ritual completo y por largo rato.

Cuando regresó de la reunión eran las cuatro de mañana.  Sintió de golpe todo el cansancio acumulado y pensó tirarse en la cama, tal como estaba vestida.  Pero en realidad no tenía sueño.  Además todo había resultado tan armonioso, tan perfecto que cada detalle, cada broma, cada gesto se peleaban en su cabeza por resucitar.  Eso le pasaba siempre que “vivía mucho en poco tiempo”, como ella decía.  Así que decidió disfrutar de un baño de tina, al fin que al día siguiente no había trabajo.

Mientras la tina se llenaba, se dirigió al tocadiscos para poner algún disco, de los muchos que tenía.  Dudó entre los conciertos de Vivaldi o la dulzura de Scherezada.  Se decidió por el primero, ya que su ánimo iba de acuerdo a la alegría de esa música.  Luego fue a la cocina a prepararse un aromático café endulzado con miel.  ¡Ahora sí, a disfrutar uno de mis mayores placeres!

Había sido una de esas ocasiones en que todos tienen deseos de pasarla bien y divertirse.  La cena estuvo suculenta y muy atinada la selección de vinos.  Los  canapés les gustaron a todos.  Los arreglos florales en la mesa les encantaron.  Había valido la pena tanto esfuerzo.  Alicia y Magos habían pasado muchos días planeando y preparando cada detalle.  Ya ves, nadie se esperaba las tarjetitas de identificación personal que pusimos en cada lugar – las que habían pintado a mano, una por una.  Qué… bárbaras son ustedes - dijo Dulce con su peculiar chispa – miren que ponerse a hacer estas chin…chunchitas.

Y aún hay más – corearon las Isabeles, sacando unas estampas con la imagen de Sta. Marta – es muy milagroso, récenle y les cumplirá todo.  ¿Todo, todo? – corearon algunas con malicia.  Así que mañana que empieza un nuevo año, hagan su lista de propósitos, con la promesa de cumplirlos, pidiéndole a Sta. Marta su guía.  Todas guardaron el regalo sin comentar nada, cruzándose miradas elocuentes.

Disfrutando de esos detalles, recordó a Carmen, que después del postre recitó con mucha gracia un poema español, que aunque un poco largo, le supo dar el acento y velocidad necesaria para hacerlo chusco:  A dos horas de Pinto y a cuatro de Marmolejo….  en el que los protagonistas pasan por cantidad de peripecias .  Por supuesto, todos aplaudieron y pidieron otra.  Por lo que Mary se lanzó al ruedo, alentada por el vinito, pero sin el mismo resultado.  Para disimular un poco empezaron a cantar todos, pero cada quien una canción diferente. Magos  re-gozaba en grande cada detalle, chapoteando el agua y jugueteando con la espuma.

Ah, y no podían faltar las fotos.  Para eso iba bien preparado Alfredo, con su Canon, que le costó un pleitazo con su ‘vieja’, ya que no era posible que gastara tanto en esa mugre cuando los hijos necesitan tantas cosas… ¿y cuánto gastas en el salón de belleza, a la semana? le reclamó Alfred – así me lo contó Chabela.  Con razón hay tantas guerras por el mundo, pensó Magos, si una pareja no se entiende y se  pone de acuerdo…. 

Cuando Lulú se acercó a darle su abrazo a Magos, los ojos se le llenaron de lágrimas -  Ay, amiga, ojalá este año consiga una pareja, me siento muy sola, siempre como dedo… y apestoso.  No sé cómo le haces tú, Magos, siempre te ves contenta.  No te creas Lu,  también tengo mis bajones, pero hay que aprender que donde estamos lo hemos elegido y por tanto, tenemos que ser felices.  Tú te has casado dos veces y tienes dos hijos y todavía andas buscando ¿más?  Debes estar loca.   Riendo se abrazaron fuertemente. 

Estás muy guapa hoy, Magos, dijo alguien.  Como el cognac, vas mejorando con el tiempo, le dijo Nacho.  Se me hace que este año si…  En ese momento, sus pensamientos se detuvieron de golpe.  Las palabras de Juan Carlos, ‘se me hace que este año si…’ hizo que se desvaneciera la alegría de la fiesta  y los recuerdos volaron trayendo del olvido las tantas veces que se había hecho el propósito de que ‘este año si me voy a viajar’,  ‘este año sí me emancipo’, ‘este año si mando todo a volar’… Con cuanto entusiasmo  preparaba cada fin de año, su lista de todo aquello que ‘este año sí lograría’.  Con cuánta ilusión se engañaba, año tras año, diciéndose que este año sí tendría el valor de realizar nuevas metas o la ‘suerte’ suficiente para que se materializaran.  Pero, ¿no sería falta de valor para hacer a un lado aquello o aquellos que amaba y realizar sus ilusiones?  ¿No sería que temía a nuevas decepciones, que después la hundían en terribles depresiones?  ¿Quizá su espontánea confianza en los demás le depararía, al final, encontrar lo que deseaba?   Ahora se preguntaba si realmente aquellas metas eran propias o ‘programadas’ por el entorno y que en el fondo, lo que se desea es algo muy distinto.  Qué difícil es encontrar lo que verdaderamente uno es,  se lamentó.

El agua de la tina estaba casi fría,  pero Margarita no se daba cuenta, ensimismada en sus cavilaciones.  Esta noche, tan especial y tan perfecta, quería arrancarse la máscara que se había ido formando a lo largo de su vida y conocer sus limitaciones y virtudes verdaderas.  Estaba harta de tanta simulación, que sólo la había llevado a una posición social cómoda… pero eso no la  llenaba. 

Recordó, con leve sonrisa,  las veces que había enarbolado la bandera de la justicia, abogando por el explotado, por el oprimido – quien quiera que fuera – sin importarle el alto precio que después pagaría.  Le indignaba que la etiquetaran como agresiva, rebelde o líder.  Pero, ¿era en verdad así?  Sí, claro que sí.  Las injusticias la sublevaban y no le importaba qué tan arriba estuviera el opresor, lo enfrentaba con rabia y abiertamente.  Por eso, una de sus principales metas era aceptar todo lo que sucediera a su alrededor, taparse los ojos, oídos y boca.    Pero, cada año cambiaba de empleo.

En ese estado de relajación, su corazón se abrió y comprendió que era inútil querer cambiar y hacerse de la ‘vista gorda’.  No podía ir contra su naturaleza.  Siempre estaría en contra de los abusos, la injusticia, los convencionalismos de una sociedad egoísta e hipócrita.  No importaba el castigo o desprecio de los demás, ella era feliz sola con sus libros, su música y su gato, que era mucho mejor que la gente ‘buena’.

¿Realmente era feliz sola?  Siempre le había herido la desigualdad entre el hombre y la mujer.  Tanto en la sociedad como en la familia.  Y, sin ser conciente, se propuso demostrar que era más inteligente, capaz y autosuficiente como para no tener que hacer el papel de ‘mujercita bruta e inútil’ necesitada de la protección masculina.  Y por supuesto que lo era.  Tampoco estaba dispuesta a aprender a ‘manejar’ a un hombre para tenerlo rendido a sus pies cumpliéndole sus deseos.  Siempre había pensado: ¡Eso es denigrante para ambos!  De plano, ese papelito no es para mí. 

Se sintió como si flotaba sobre el agua. Había encontrado algo maravilloso.  No volvería a exigirse cambiar su forma de ser.  Las injusticias le seguirían afectando cada fibra de su ser.  Era absurdo querer cambiar su naturaleza.  En ese momento sintió como si estallara una burbuja en su estómago,  esparciendo un líquido que la llenó de armonía, reencontrando la tranquilidad mental, que hacía mucho tiempo no tenía.

Se quedó gozando esas sensaciones que la envolvían y hubiera deseado prolongar.  Pero el agua se había enfriado demasiado, el café se había terminado, al igual que el disco que sólo se oía el rasquido de la aguja.  Así que salió de la tina, se envolvió en una suave toalla, se puso un poco de perfume y un hermoso camisón largo.  Se metió a la cama.  Se sintió abrazada y protegida por la tibieza de las cobijas.  Cerró los ojos y todavía pensó:  este año no habrá lista de propósitos ni metas ilusorias,  este año… sí seré feliz.

                  < < < < < . . . . . > > > > >      1987

domingo, 2 de septiembre de 2012

POR UNA RENDIJA

El Sr. Hernández me había llevado a ver la tercera casa que tenía disponible dentro del rumbo que le había solicitado.  Me gustó desde la primera mirada:  al frente un alegre jardín, rodeado por una cerca de madera, el techo a dos aguas con tejas rojas y la fachada pintada de tal forma que simulaba ser de madera.   En el interior todos los pisos eran de madera, bien pulidos y encerados, las ventanas de regular tamaño, una escalera también de madera con el pasamanos bellamente tallado que conducía a las habitaciones superiores.  El pasillo central separaba el comedor y la cocina del lado derecho y al otro lado la estancia y...

-  ¿Qué es ese cuarto señor Hernández? – señalé hacia el fondo.
-  Es un dizque despacho que hizo el inquilino anterior, sin permiso por cierto, quitándole un buen pedazo a la estancia, que originalmente contaba con tres ventanas por donde entra el sol de la tarde.  Yo me di cuenta del cancel y el sobre piso  hasta que dejaron la casa.

-  Me imagino qué hermosa se ha de ver tan grande – Se encaminó directo a esa habitación, tropesando con el pequeño escalón del sobre piso.  Dando grandes pasos calculó las medidas: 2 x 3.50m. aprox.    Llegó a la ventana y al darse vuelta, en la pared contraria, vio un librero de caoba de piso a techo, con paneles abiertos y dos puertas con cristales que protegían sólo la mitad.  Oyó sonar un celular y al Sr. Hernández hablando mientras ella recorría con la mano el fino pulido del mueble. - ¿Cómo pudieron este mueble? pensó.

-  Sra. Mendiola – se acercó el hombre a la puerta del despacho – Tengo un asunto muy urgente que atender, ahora mismo, y...
-  Vaya usted, Sr. Hdez., yo seguiré viendo la casa.  Todavía me falta el piso superior. -  Lo animó Constanza.
-  ¿De veras no le importa?  Gracias. Vea todo a su gusto y cuando salga sólo jale la puerta.  Yo pasaré más tarde a echarle llave. – El hombre hablaba turbado y nervioso.

-  No se preocupe usted.  Espero que no sea nada grave.  Yo veré todo con calma y luego le llamo. -  Contestó Constanza sintiéndose contenta de poder revisar todo a sus anchas.
-  Es usted muy amable, señora.  Discúlpeme y gracias de nuevo.  -  Sin esperar respuesta salió casi corriendo.

Ahora sí, toda la casa era para ella sola y podría escudriñar cada rincón.  Se encaminó a la puerta, situada junto al librero y algo extraño le llamó la atención:  en uno de los páneles estaba una esfera de filamentos translúcidos y brillo iridiscente.  ¿Cómo es que no la había visto cuando acarició el mueble?  Absorta se acercó y notó que colgaba la punta de aquella ‘madeja’.  Sin pensarlo, la tomó y empezó a jalar.  La esfera no se movía y, sin embargo, el hilo seguía fluyendo.  Levantó el brazo y fue hacia la pared contraria,   ¡el hilo permaneció recto en el aire!  Entusiasmada, se puso a caminar de un lado a otro, subiendo y bajando la mano con la punta del hilo entre sus dedos.  Estaba formando una tela de araña.   Constanza estaba cada vez más enredada pero realmente fascinada.

De pronto, oyó abrirse la puerta y escuchó voces desconocidas.  En un instante, todo el entramado se contrajo hacia la esfera, engullendo a Constanza en su interior.  No supo qué había sucedido y, sin embargo, se sentía tranquila. Era como estar en un cuarto oscuro.  Divisó una rendija y por ahí pudo ver el exterior.  Se quedó impactada:  ahora el despacho estaba amueblado con  un escritorio rústico y una silla de madera. Enfrente, un sillón que mostraba los años que tenía y dos cuadros grandes, muy mal colocados.  Entraron un muchacho y una muchacha que podía ser su hermana. Eran muy parecidos: cabello oscuro, tez morena, altos y delgados, como de 20 años.

-  Te digo Paola que no es posible seguir aguantando al viejo. Tenemos que mendigarle hasta para el camión.  Yo estoy harto.
-  Ya lo sé Pablo, cada día nos pichicatea más… hasta la comida.  Quiere que estudiemos muy duro y cree que con un plato de avena en la mañana y otro en la noche, tenemos suficiente.  Cuando vivía mamá no era tan avaro, al menos ella lograba que viviéramos menos limitados.  ¿Será que no le importamos?
-  A él no le importa nada, sólo vive para acumular peso tras peso.  Aunque diga que no hay dinero, he oído que presta grandes cantidades con intereses leoninos...

-  No queda más que esperar a que papá se vaya al cielo  y pedir... que sea lo más pronto posible.
-  ¿Y tú crees que se va ir al cielo, Pao?  Así que vamos a esperar a que vengan los angelitos por él.  Eso podría tomar mucho tiempo, el viejo está flaco, pero es correoso.  Nunca se enferma, se me hace que él sí se alimenta muy bien... mientras,  la juventud se nos va, Pao.-   Se detuvo sondeando la cara de la chica.  – He estado pensando ponerle en sus comidas una nueva azúcar que han inventado, Aspartame – es altamente venenosa y si se combina con Redbul... bummm,  ¡explota!

-  Ay, Pablo, me asustas.  ¿Dónde has aprendido esas cosas?
-  Pues en Internet... y en la disco.  Pero, eso no importa.  Necesito que me apoyes para acelerar su partida... y nuestra independencia, Paola.  ¿Estás conmigo, o voy solo?   Le dijo resueltamente el muchacho.

-  Ya sabes que siempre te apoyo.  Pero, tengo miedo.  Si en lugar de independencia  nos vamos a la cárcel...
-  En la cárcel hemos vivido muchos años.  Te aseguro que esta nueva sacarina que viene de China, es muy tóxica, pero nadie podrá echarnos la culpa de que él la tomara.  Nosotros ni sabíamos... -  Con una sonrisa sarcástica contempló a su hermana.

-  ¿Y durante cuánto tiempo tendrá que tomarla, para... ¿ -  No se atrevió a terminar la pregunta.
-  Yo creo que como un año, más o menos.-  Aseveró muy convencido.

-  ¿Tantooo..? -  exclamó Paola, sin poder contenerse.  – Bueno, es que esperar día a día, a que suceda... eso, durante un largo año.  No lo resistirían mis nervios, Polo.
-  Bueno... podemos combinarlo con coca.  Así las ansias por comer el “azúcar” irían aumentando hasta... -  Se detuvo imaginando ver al vejete comiendo el suculento granulado blanco a puños.  – Podremos festejar esta Navidad como se debe y el año nuevo lo festejaremos en... ¡Cancún!  ¿Qué te parece? -  El rostro de los dos estaba iluminado de alegría.
-  Parece que llega papá, vámonos, que no nos cache en su guarida.-  Paola tomó de la mano a su hermano y salieron corriendo.

El campo visual de Constanza se oscureció totalmente.  La esfera se movió, rodó un poco y cayó al piso.  La “inquilina” fue expulsada y se encontró en medio de la pieza vacía, igual que cuando llegó. ¿Qué había pasado?  Giró en redondo, sentada en el suelo.  Con la vista buscó la esfera, pero se había esfumado.  Se levantó y subió a la parte superior, más bien buscando la madeja luminosa, pero no la encontró.  Decidió que sería mejor irse a casa.

Durante el retorno a su hogar, se fue preguntando por qué habría presenciado aquel plan siniestro.  ¿Se habría llevado a cabo en el pasado o sería una visión a futuro?  Constanza creía firmemente que las cosas siempre pasan por algún motivo, aunque nunca hubiera tenido una visión como aquella.  Pensó que el único que podría aclarar el asunto, sería el vendedor que la llevó allá.

-  Buenos días, Sra. Mendiola, ¿pudo usted disfrutar de la casa,  qué le pareció? -  Se oyó la voz chillona del corredor.
-  Gracias por llamar, Sr. Hdez., estaba a punto de hacerlo yo.  La casa en verdad me encantó, tiene todo lo que me gusta. -  Tratando de parecer despreocupada, Constanza empezó su pesquisa.  - ¿El librero que está en el despachito, lo dejaron los anteriores inquilinos?  Es precioso, ¿volverán por él?

-  No hay ningún mueble en toda la casa, señora.  Los Arellano vivieron ahí muchos años y se fueron hace un año... bueno, los dos muchachos, después de la muerte del padre y no hemos vuelto a saber nada de ellos.-  Se contuvo un instante y luego siguió con el chisme. - Por cierto que fue algo raro, se dijo que el viejo murió de una sobre dosis.  Yo que lo traté los últimos cinco años, no lo creo,  simplemente porque la droga es cara y el viejo era un tremendo avaro... y agiotista.  Figúrese que para que nadie se enterara que él prestaba dinero, se valía de gente del pueblo vecino para sus “negocios”.  Pero, ya sabe usted, “en pueblo chico, chisme grande”.  Estoy seguro que ahora Pablo y Paola vivirán a cuerpo de rey, con todo el dinero que habrán encontrado escondido.   Pobres muchachos se fueron en seguida después del funeral, estaban avergonzados de que se supiera lo del vicio del padre.  Subieron todo a un camión, sin empacar nada y se llevaron todo, hasta los clavos.  Por eso le digo que no dejaron ningún librero.

Al escuchar esos nombres, Constanza se quedó helada.  Entonces, lo que vio, sí sucedió.  ¿Había sido testigo de una conjura, para denunciarla?  ¿Pero, quién le creería?  No podía demostrar nada, no tenía pruebas.  La voz de Hdez. interrumpió sus reflexiones.

-  Sra. Mendiola, entonces qué ha decidido.  Le aseguro que no va a encontrar otra casa me...
-  ¿En cuánto tiempo podría ocuparla?  Necesito estar instalada para empezar a trabajar en dos meses.

-  Tiempo más que suficiente, mi estimada señora.  En dos semanas, a lo sumo, estarán hechos los trámites legales y si usted desea algún cambio o reparación, de cualquier tipo, con gusto la haremos para cuando llegue su mudanza.  Y en qué va usted a trabajar aquí...  si se puede saber.
-  Soy maestra y pedí mi cambio por esta zona.  El clima es agradable y lo que busco es vivir en tranquilidad, sin carreras como en la ciudad.

-  Pues, aquí en Tenango, tenemos de eso a montones.  Se va sentir muy contenta y cuando tenga un tiempecito puede ir a Ixtapan , con sus aguas termales.  ¿Ya conoce el balneario?

-  Conozco su fama y también por eso estoy contenta de haber encontrado lo que tenía en mente. -  Contanza se sentía eufórica, como si se hubiera encontrado un camino lleno de luz.  – Pues bien, Sr. Hdez. prepare los papeles y me avisa al teléfono que le di, para tener tiempo de arreglar la casa antes de que comience el ciclo escolar.
-  Enhorabuena, señora Mendiola.  Le aseguro que no se arrepentirá.

En un mes, Constanza estaba recibiendo la mudanza y dirigiendo a los cargadores para dejar los muebles, más o menos, donde quedarían finalmente, según sus cálculos.  En el despacho no quiso meter ningún mueble.  Algo ahí la intrigaba:  en efecto, el librero que ella vio, no estaba, mucho menos la madeja de hilos iridiscentes.  Pasó toda la semana atareada vaciando las numerosas cajas que había traído.  Reacomodó los muebles varias veces, arregló los closets y apiló muchas cosas para tirar, cosas que ya no tenían sitio en la distribución de la nueva casa.

El sol se había inclinado en el poniente listo a desaparecer y los últimos rayos entraban a la estancia, inundándola de tenue y acogedora luz.  Constanza se dejó caer en el sofá, colocado frente a una ventana, subió las piernas para descansar del arduo día.  Sus miembros se iban relajando mientras la mirada vagaba y se complacía en su obra.  Se quedó viendo la pared del despacho: ¿y si quitara esa pared y ampliara la estancia como se diseñó originalmente?  El Sr. Hdez. le ofreció hacer cualquier cambio, pensaba entre la bruma de una somnolencia que quería apoderarse de su voluntad.  Sin pensarlo dos veces, dio un brinco y se dirigió hacia esa habitación. Debía tomar una decisión.

La oscuridad casi cubría la casa y al entrar al despacho la sorprendió una luz tintineante,  ¡era la esfera sobre un panel del librero!  Enseguida, la esfera proyectó un rayo delgado a un punto de la mampara, cerca de la puerta.  ¿Qué significaba aquello? Colocó la mano abierta sobre la madera e instintivamente empezó a golpear con los nudillos.  Sonaba hueco.  Claro, no es un muro sino un cancel, se dijo para sí.  Algo en su interior le dijo “ábrelo”.  De inmediato fue por un cincel y un martillo.  Empezó quitando pedazos poco a poco que dejaron ver un canal.  Haciendo un esfuerzo, arrancó una tabla que llegaba al suelo.  Algo brillaba.  Con más ganas y el martillo rompió la tarima.  Desprendió dos tablas y...  se quedó atónita.

Una gran cantidad de monedas de oro aparecieron esparcidas bajo las duelas.  ¿Cuánto dinero habría ahí?  No podía imaginar la fortuna que sumaría  todo.  Sentada en el suelo lloraba de alegría, envuelta en el polvillo que flotaba alrededor.  Volteó al librero, donde la esfera tintilaba rítmicamente.  ¿Por qué yo?  ¿Por qué este inmenso regalo?  La esfera resplandeció con una fuerte luz y desapareció.  ¡Gracias!  Balbuceó entre sollozos.

Seis meses después una pareja tocó a la puerta.  El sirviente fue a informar a Constanza que dos fuereños querían verla.  Se dirigió a la puerta.

-  Buenas tardes, ¿es usted la nueva inquilina’  Es que... quisimos pasar a ver nuestra casa.  Aquí vivimos quince años y no recuerdo haberla visto nunca tan pintada y limpia.-  dijo Pablo un poco turbado, mientras Paola no se cansaba de voltear a todos lados.

-  Pasen ustedes, por favor.  Me da mucho gusto conocerlos.  El Sr. Hdez. me contó que se fueron tras la muerte de su señor padre.  Lo siento tanto.-  Constanza los condujo a la estancia, ahora en su extensión total, decorada con elegancia y buen gusto.

-  Parece otra – comentó Paola con el asombro en la cara.   – ¿Y el despacho que estaba ahí?
-  Cuando el Sr. Hdez. me dijo que ese cuarto era un “postizo” que hizo su padre, le pedí que lo quitara.
-  ¿¡Cómo...  el despacho lo hizo papá!? -   preguntaron los dos con cara de susto.

-  Sí, eso dijo el Sr. Hernández.-  contestó con total indiferencia.  – Y para qué querría yo un despacho, me parece que la estancia luce más bonita así de grande ¿no creen ustedes? -  Constanza se sentía feliz de ver las caras contrahechas de sus visitantes.
-  ¿Y el Sr. Hdez., pintó y remodelo todo... o usted...? -  preguntó Pablo notándose en su voz el miedo a la respuesta.

-  El dueño se encargó de todo personalmente.  Quiso que volviera a lucir como fue originalmente:  la amplia estancia, los pisos pulidos, las paredes tapizadas, al comedor se le cambiaron las ventanas y la cocina la redecoraron.  El piso superior quedó espléndido ¿no quieren verlo? -  Hizo el intento de levantarse.  La rabia se reflejaba en el rostro de Pablo.  Paola se notaba hondamente desconcertada, quería hablar y no llegaba a decir nada.

Los dos muchachos, modestamente vestidos, se levantaron al unísono.-  Muchas gracias, ya vimos bastante... y ya se nos hizo tarde... tenemos... un compromiso.  Gracias por su tiempo.-  No esperaron que el sirviente abriera la puerta, ellos se adelantaron y salieron como perseguidos por sus demonios.

Constanza se quedó en el umbral de aquella hermosa casita que había comprado, sonriendo por la satisfacción de ver retorcerse a aquellas dos víboras.  – Ahora, ellos saben...  pero no saben.


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