domingo, 24 de junio de 2012

POST UMBRA

A Paul Brown lo conocí cuando traté de pasar el puente.  ¿Y sus papeles? me dijo.  Me quedé muda.  No tenía ni idea de qué papeles me hablaba.  Seguramente la cara que puse lo conmovió y al hacerle un breve relato de mi situación, me ofreció trabajo en su casa.  Me dio miedo.  No conocía a aquel hombre.  Ni sabía cuáles serían sus intenciones.  Pero, no tenía a dónde volver, ni tampoco podía.

¿Cómo llegué allá?  ¿De dónde venía?  ¿De quién huía?  Bueno, hoy es un hermoso  día lleno de sol que evitará deprimirme con los recuerdos, aquellas vivencias de hace tanto años y que todavía duelen.

Verás, cuando tenía catorce años, más o menos tu edad, mi padre estando bien borracho me violó y luego obligó a mi hermano, un año menor que yo, a que hiciera lo mismo ‘para que se fuera haciendo hombrecito’.  Mientras, él nos contemplaba muy divertido, con la botella en la mano.  Nunca he podido olvidar aquella cara mofletuda y abotagada, sonriendo como un idiota.  Y, además del vicio del alcohol, también masticaba peyote.  Podría jurar que le dio un poco a mi hermanito para que se animara.

Él siempre había sido un padre amoroso, buen compañero de mamá, amigo de todos…  Pero,  empezó a juntarse con gente rara y fue cambiando.  En cosa de un año se convirtió en otra persona.   Por eso pienso que el hombre que se aprovechó de mí, no fue el hombre que me vio nacer y me arrulló en sus brazos.  Sino una bestia salvaje acosado por sus demonios y sus entuertos, porque ya había defraudado a mucha gente del pueblo.

Esa noche, esperé a que todos se durmieran y ayudada por la oscuridad me salí de la casa.  Alcancé a oír los sollozos de mi madre, que no supe si se había dado cuenta de todo o era que le había propinado otra golpiza ese hombre.  No le dije adiós a nadie.  Caminé toda la noche hasta que alcancé la carretera y me escondí en la cuneta.  Después de salir el sol, paré el primer tráiler que pasó.  Iba a la frontera y le pedí aventón.  Total, me daba igual a dónde fuera, sólo quería huir lo más lejos posible.  En el trayecto le platiqué lo sucedido a aquel desconocido que me escuchó en silencio… nunca una insinuación… nunca una mala palabra.  Al llegar a la línea, me dijo:  nomás cruzas el puente y tu vida cambiará.  Y no se equivocó.

Nunca le he contado todo esto a nadie, excepto a los Brown.  Ahora, viendo mi existencia a la distancia, quiero sacar aquella amargura que se clavó en algún rincón.  Por eso me vine al mar, para limpiarme en sus aguas transparentes y al caminar descalza por estas blancas playas, siento que voy despintando, poco a poco, la negra amargura.

 El dinero que me ha permitido vivir tranquilamente aquí, en la isla, se lo debo a la sabiduría de los Brown.  Durante 25 años trabajé con ellos y siempre me trataron como parte de su familia.  Tienen un hijo de mi edad y una hija dos años menor.  Para ellos fui como una prima.  Después de quince años en Laredo, nos mudamos a la frontera norte con Canadá.

Al principio nunca salía de casa, pues me aterraba toparme con mi padre que me anduviera buscando.  La boba de mí llegué a pensar que se había arrepentido y quería hacerme saber que seguía siendo ‘su nena’.  Por otro lado, todos los hombres me causaban asco, repulsión.  Sólo en la casa me sentía a salvo.  Me acostumbré a entretenerme con mil cosas, aparte de la limpieza de la casa,  tejía suéteres para todos,  bordaba sus monogramas en su ropa o me ponía a resolver crucigramas.  También me aficioné a leer cuanto libro tenía a mi alcance.

Después de varios años en Glasgow, empecé a sentir una extraña presencia, y no creas que por el encierro me estaba volviendo loca.  Un día vi claramente su rostro sonriente de mi padre, burlándose y los ojos clavados en mí.  De momento creí que me había encontrado.  Se me heló la espalda.  Respiré hondo y me volví a enfrentarlo… pero no había nadie.  Me lo seguí encontrando en todas partes, siempre riéndose de mí, a corta distancia.  No sabía si había muerto, pero sentía que su alma me perseguía para matarme.  No importaba en dónde estuviera, adentro o fuera de casa, siempre me sentía acechada.

La Sra. Emily notó mi nerviosismo, el descontrol en todo lo que hacía:  me pedía un vaso y le daba una cuchara, por ejemplo.  Bueno, ahora me da risa tantas barbaridades que hice, pero aquella temporada fue terrible y espantosamente larga, aunque en realidad fueron unos meses.  Cuando por fin me convencieron de que me sincerara con ellos, lo atribuyeron a mi constante encierro.  Había guardado silencio por miedo a que me llevaran con un médico y dijera que necesitaba tratamiento especial en algún sanatorio.  Ellos no querrían convivir con una loca.  Los muchachos ya se habían casado.

Un día que andaba tranquila, porque las apariciones a veces se espaciaban y otras eran frecuentes, me llevé una enorme sorpresa.  De buenas a primeras, me preguntaron si no habría un lugar que quisiera conocer.  La pregunta me cayó tan de sorpresa que no supe qué contestar.  Pero, al instante la mente me trajo los bellos paisajes de una isla en el caribe, llamada Cozumel, que había visto en un documental.  Sí, ahí me gustaría ir… es como el paraíso.  Entonces me enteré que mi sueldo lo habían ido guardando en el banco, para el día que quisiera irme.  Como casi nunca salía, muy de vez en cuando les pedía dinero.  Y en todos esos años se había acumulado una buena suma.

Al otro día fuimos a una agencia de viajes y dos semanas después subía a un barco ennooorrmeee  que me trajo hasta estas hermosas playas.  El dolor de dejarlos, aunque pensé que serían sólo unos meses y la excitación de viajar sola entre tantos extraños, me alteró tanto que no entendí que aquel trasatlántico era como un hotel, así que compré suficientes latas y una hornilla eléctrica.  Todo era tan lujoso, no le faltaba nada, había hasta un ¡elevador!  ¿Vas a creer que me perdí varias veces?  También hay un cine ¿no es fabuloso?  Y a todas horas había largas mesas con platillos tentadores, adornados con sumo esmero, para atraer a los golosos.  Pero, yo no pude comer nada de esos manjares, porque las apariciones volvieron y atrás del hombro de algún mesero, veía su cara burlona retándome a comer del plato que tenía delante y que yo sabía estaba envenenado.  En varias ocasiones encontraba una charola con alimentos en mi camarote, pero no la probaba… sabía que él me la había traído.  Así que me acabé  las latas que había llevado.

Cuando bajé del crucero, pensaba volver con mi familia en poco tiempo, pero el paisaje me fue enamorando y el retorno se fue alejando.  Las visiones las fue diluyendo este espléndido viento.  Entonces empezaron los dolores, cada vez más frecuentes, cada vez más intensos.  Ya no hay nada qué hacer.  Creo que los Brown ya lo sabían.  Cuando me subí al barco, sentí algo especial en su despedida, como si presintieran que no volveríamos a vernos.

Ya he consultado varios médicos de la zona.  Una vecina trajo una mujer que me hizo una limpia.  Tu tía me llevó con el “brujo” de Xoken  y un xmen me dijo que de tanto odio y tanto miedo se había podrido mi cuerpo.  Así que no tiene caso seguir buscando un milagro.

Por cierto, los Brown me llamaron ayer para avisarme que vendrán la próxima semana.  Ojalá todavía me encuentren.  ¿Qué a dónde voy?  Tengo una cita importante en el más allá con ese hombre.  Necesito sacar todo ese dolor y  ¡escupírselo a la cara!

                      < < < < < - - - - > > > > >          2007

domingo, 17 de junio de 2012

INCERTIDUMBRE

Cuando abrí los ojos, el marco labrado seguía flotando ante mí.  ¿Sería bueno llevármelo y hacer el negocio del siglo?  Había venido en bicicleta a dar un paseo al Meco.  Después de caminar un buen rato, me senté en unos escalones a descansar.  De ninguna parte apareció una ventana por donde veía otro paisaje muy diferente a estas piedras donde me hallaba, su marco tenía un intrincado trabajo de relieves y figuras.  Parecía de metal, mas sin embargo, había recodos translúcidos, algo que nunca había visto.

Me levanté y fui directo hacia él para examinarlo con más detalle.  Alargué el brazo, la mano lo tomó, pero éste permaneció fijo.  al forcejear mi cabeza se introdujo un poco y alcancé a ver, varios metros abajo, una ciudad en miniatura:  todas sus calles estaban bien alineadas, con jardines alrededor de las casas y dominando el pueblito, un palacio.  ¿Sería el reino de los gnomos o serán muchos los metros desde donde lo veo?

En mi plexo crecía la curiosidad.  Saqué una moneda del bolsillo:  cara voy, cruz no voy.  La eché al aire y una ráfaga de viento se la llevó dentro del marco.  Ahí estaba, pero no alcanzaba a ver de qué lado había caído.  Me incliné sobre el marco para recogerla y se me cayeron los lentes.  Sin pensarlo, pasé una pierna para apoyarme y…

Quedé aturdida por el golpe.  De momento no supe qué sucedía.  Una ventisca suave sopló y, por unos instantes, el tiempo quedó estático.  Las partículas de polvo suspendidas brillaban en un punto fijo, como pinchadas en la superficie celeste de un pizarrón.  Había tanta quietud a mi alrededor.  Llené de aire mis pulmones.  Al máximo, varias veces. ¿Qué clase de alucinación era todo aquello?

Me levanté y en el horizonte pude distinguir un caracol del tamaño de la cebra que tenía junto y a la que miraba con cierto candor.  Me pareció que andaban extraviados, fuera de su hábitat.  Semejaban estatuas de arcaicas deidades, inmóviles, esculpidas  en otro plano, como si modelaran para un pintor etéreo.  Entonces se oyó un fuerte zumbido.  Al levantar la vista buscando el origen, comprobé que lo había producido un cable que bajaba desde una nube jorobada, que iba enroscando a esos dos personajes y de un tirón los ponía a girar como trompos.  Conforme la velocidad se iba incrementando los cuerpos iban desapareciendo, al igual que la nube, en la amplitud del cielo. 

En mi desconcierto recordé la moneda y la mini ciudad.  Ni rastro de nada.  ¿Me arriesgaría a seguir adelante en su busca o mejor regresaba?  Sin embargo, estas visiones tan extrañas me parecieron tan atrayentes, que bien podía ir a darme una vueltecita, al fin la ventana por donde había pasado todavía estaba ahí, suspendida de la nada.  ¿Pero seguiría estando cuando regresara?

Ahora sí había que pensar un poco la situación antes de actuar.  Busqué un lugar cómodo para meditarlo con suma paciencia.  Mientras la mirada vagaba por el entorno percibí un destello, que aparecía y desaparecía, detrás de una loma.  Me puse en pie de un brinco y sin pensarlo otra vez me dirigí hacia allá, sin acordarme de las nubes y la posibilidad de que me lazaran.  Pero aquel parpadeo me jalaba con tanta fuerza que ni miraba por dónde caminaba.  Cuando llegué a la cima, contemplé, atónita, aquel espejismo:  era un puente colgante ¡de cristal! tan frágil que el viento lo mecía y los rayos del sol lo hacían brillar al tocarlo.  Unía las márgenes de un ancho río.  Al otro lado se veía un espeso bosque.  Por lo visto los habitantes de por aquí sabían hacer cosas extraordinarias.

Obviamente, tenía que cruzar el puente.  ¿Resistiría mi peso?  Llegué hasta él y al levantar el pie para tocar el cristal una ráfaga de aire me condujo, de un extremo al otro, en un segundo.  Las cuerdas de un arpa, levemente heridas, vibraron con mi rápido cruce y sus notas quedaron flotando en el aire.  Frente a mí, un sendero se adentraba en el bosque de frondosos árboles.  Se oían los cantos de diferentes pájaros y algunos animales pequeños, que pasaban tan rápido que no alcanzaba a darme cuenta de qué se trataba.  Poco a poco fueron apareciendo construcciones de piedra, bastante altas, con escalera al centro.  Eran redondas y en la base tenían huecos que animaban mi curiosidad.  ¡Había que entrar!  El pasillo se veía largo, con las paredes blancas cubiertas de tablillas superpuestas, con inscripciones y figuras talladas.  Llegué a un cruce donde otro pasillo iba en sentido transversal.  En este punto un enorme candil de piedra, ricamente tallado, colgaba del techo abovedado.  Me paré justo debajo de él para admirar la filigrana y con sorpresa observé que dentro de aquella “olla” la luz era blanca, pero los rayos que esparcía hacia cada pasillo eran de tonos diferentes:  rosa, azul, amarillo y verde.  Me desubiqué y ya no supe por dónde había entrado.  Decidí seguir por el pasillo de luz amarilla, cuyo final no alcanzaba a ver.

Los muros seguían revestidos con tablillas grabadas.  Después de caminar un buen rato, llegué a un pequeño cuarto apenas iluminado, con paredes lisas y techo abombado.  Frente a mí, tres nichos, formando un triángulo.  Los dos inferiores estaban vacíos y en el de la punta estaba… ¡un Buda!  Me quedé desconcertada ¿había caminado tanto que llegué hasta el oriente?  Era el Buda de la Felicidad, con su túnica dorada y de su cuerpo emanaba la dicha que expresaba su sonrisa.  Me quedé observándolo unos momentos y me sentí reconfortada.  Ahí estaba, absorta en contemplación, cuando un ruido seco sonó a mi espalda.

En el claro de la entrada se dibujaba la silueta pequeña de un ser, con las piernas abiertas y un bastón en la diestra.  Apenas perceptible, su brazo izquierdo se levantó señalando la pared lejos de los nichos.  Me acerqué a ese punto.  Un orificio se fue abriendo, creciendo poco a poco, hasta casi mi tamaño, por donde veía el firmamento.  El impacto fue como si flotara en mitad de la nada.  Instintivamente alargué la mano, pretendiendo tocar las estrellas y suaves notas, como alas de insectos transparentes, me envolvieron.  Algo me jaló hacia atrás y caí sentada en el suelo.  Estaba mareada.  ¿Acaso estábamos volando en el firmamento?  El bastón golpeó dos veces a mi lado.   El hombrecillo me indicó que lo siguiera.

Cuando llegamos al cruce de los pasillos, el guía siguió por el pasillo azul, mientras yo corrí por el verde.   No veía el final, pero seguía corriendo.  Cuando sentí que ya no podía más me topé con una pared, no había salida.  Con desesperación golpee aquellas piedras y una de ellas cayó hacia afuera.  Por ahí pude ver el bosque.  ¿Sería el mismo que antes atravesé?  Necesitaba salir, así que me puse a jalonear las piedras alrededor del hueco.  Cayeron otras dos.  Con algo de esfuerzo pude salir, para caer por una pendiente suave, pero profunda.  Me quedé recostada un rato para recuperarme del cansancio y de los golpes.

Ahora ¿hacia dónde caminar… derecha, izquierda o de frene?  Para alejarme lo antes posible de aquella estructura, decidí ir de frente, aunque los árboles y la maleza eran abundantes.  Los sonidos ahí dentro eran diferentes, no se percibía el canto de las aves, mas bien eran ruidos roncos y el susurrante roce de las ramas altas que canturreaban  movidas por el viento.  Aunque la luz penetraba, al sol no podía ubicarlo en algún punto, para que me guiara.  Sin embargo, continué.  Tenía que llegar al límite, en algún momento tenía que acabar la vegetación… tal vez atravesada por un río… ¡Un río!  ¿Era un río lo que escuchaba o es que mi mente me hacía trucos?  No, el río lo podía oír cada vez más claro.  Corrí hacia él y probé su agua, era dulce.  ¡Qué delicia!   Era tanta mi sed como si hubiera cruzado el desierto.

Cuando descansé un poco, pude volver a pensar cómo salir de ahí.  Desde la orilla atisbé a uno y otro lado, pensando que lo más conveniente sería dejarme ir con la corriente…. ¿pero hacia dónde?  A donde fuera, pero lejos… Algo empezó a brillar a lo lejos.  ¡Era el puente de cristal!  Estaba salvada, todo era llegar hasta él, cruzarlo y buscar el marco por donde entré.  Pero, no resultó tan sencillo.

Eché a andar hacia el puente, que veía cada vez más cerca.  Un poco antes de llegar a él, el marco apareció frente a mí.  ¿Cómo había llegado, es que mi deseo lo había atraído?  Algo me inquietaba, había algo raro.  Pero… ahí todo era raro.   Examiné bien el marco… sí, era el mismo.  Me introduje pensando que volvería al Meco.  Sin embargo, me encontré caminando tras el hombrecillo por el pasillo azul.  No podía entender lo sucedido, me sentí su prisionera y le seguí.

Caminamos durante un tramo que me pareció eterno, cada vez me sentía más débil e incapaz de dar otro paso.  En el momento en que me derrumbé, llegábamos a un espacio que no pude determinar.  Escuché muchas voces y risas alrededor.  Un buen chorro de agua me resucitó.  Al incorporarme, quedé sentada entre una veintena de hombrecillos que me miraban, cuchicheaban y parecían divertirse a mis costillas.

Al observarlos, todos me parecieron iguales.  Sin embargo, uno de ellos llevaba una cinta en la frente, de color rosa fuerte.  Se acercó a mí y se me encogió el estómago ¿me quemarían en una pira como regalo a sus dioses? Mas su sonrisa era benévola y su mirada tierna.  Lentamente acercó su dedo índice hasta mi entrecejo y sentí como si un pica hielo ardiente me traspasar el hueso.  Fue sólo un instante, que me obligó a cerrar los ojos.  Al abrirlos el recinto era bañado por una luz rosada, emanada de ninguna parte.  Ante mis ojos pasaron con gran rapidez, escenas de la historia de ellos y sin palabras oía en mi cabeza la explicación que me daban.

Al terminar, que estoy segura fueron unos pocos minutos, pude comunicarme con ellos en su lengua.  Les hice mil preguntas, mientras   otros de ellos traían viandas con manjares desconocidos y jarras con brebajes exquisitos.  Me pareció que la fiesta duraba mucho tiempo, aunque no quería que terminara, todavía tenía mucho que preguntarles.  Sin embargo, llegó el momento de la despedida.  No me pidieron nada a cambio, puesto que ellos elegían a quienes daban entrada.  ¿Por qué a mí? les pregunté.  Pronto lo sabrás, dijeron.  Y haciendo un círculo en el aire, el guía hizo aparecer ante mí el marco labrado.  No había nada más que decir.

Nuevamente estaba en el Meco.  Giré sobre mis pies y no pude ver nada fuera de lo habitual.  ¿Qué había sido todo aquello? Por la posición del sol, habrían pasado ¡dos o tres horas!  A lo mejor me había quedado dormida y la insolación me hizo ver todo aquello.  Sin ganas de seguir pensando en lo mismo, recogí mi bici y me fui a casa.  Aunque dentro de mi quedó la incertidumbre:  pronto sabrás por que fuiste elegida.  Pero en mi realidad, cuánto tiempo será  ‘pronto’.

                     < < < < < - - - - -> > > > >        2006

sábado, 9 de junio de 2012

DISCAPACIDAD EMOCIONAL

Cuando Catalina llegó a su casa era tarde y venía muy cansada, tanto del trabajo- el ambiente tenso, las bromas pesadas de los compañeros que había que ‘torear’ todos los días -  y también por el tráfico  y la neurosis de los conductores, que era más evidente cada día.  Pero al abrir la puerta, todo cambió:  Mafalda la esperaba con la alegría de siempre, brincando y urgiéndola para que la cargara y poder demostrarle su inmenso amor.   Cata soltó lo que traía, se sentó en el piso y se dispuso a recibir la fresca oleada de bienestar que este pequeño ser era capaz de darle.

Después, rápidamente Mafalda traía su pelota para  jugar.  Y como del cansancio y tedio ya ni quien se acordara, comenzaba Cata a rodarle la pelota a la ‘pelotilla peluda’ como ella le decía, que la pepenaba y brincaba a  cualquier sillón y ahí, entre cosquillas, besos y mordidas  trataba que la soltara, para volver a aventarla.  Mafalda no tenía tope, pero Cata medía muy bien el tiempo de juegos, no fuera a ser que se agitara demasiado y se le afectara el corazón… igual que a cualquier humano.

En una ocasión en que Cata salió de vacaciones, al volver encontró al Campeón enfermo, era el perro que cuidaba las instalaciones de la empresa donde laboraba.  Tenía varios rodetes en el cuerpo, sin pelo y en carne viva.  Preguntó por aquí y por allá, pero nadie sabía nada, incluso hubo quién dijo ¿cuál perro?  A esos los consideraba discapacitados mentales, visuales y emocionales.  Mejor se fue directo al teléfono y llamó a Jorge,  su gran amigo veterinario – quien siempre le prestaba ayuda – para que atendiera a Campeón.  Habrá que darle un litro de leche al día, repartida en tres tomas, con una cucharada de aceite de hígado en cada una,  cambiarle los papeles donde duerme todos los días y verás que rápido se recupera. 

Catalina siempre andaba ayudando a cuanto perro se encontraba en peligro, y en la capital era frecuente,  no importaban los esfuerzos o peligros o el tiempo que le llevara.  Y siempre contaba con el respaldo de Jorge,  quien la apoyaba sin importar la hora.  Sabes, Jorge me gustaría tener mucho, pero mucho dinero para ayudar y proteger a tantos animalitos desvalidos, porque la Asociación Protectora de Animales, no hace nada.    No te creas, Cata ellos hacen mucho, pero ya no pueden con el inmenso crecimiento de la ciudad en donde nacen cientos a diario,  más de los que podrías recoger tú a diario por las calles. 

Sí, tienes mucha razón.  El problema es la falta de educación…. De la gente, claro.  En vez de operar a las hembras, o al menos cuidarlas en la época de celo, las echan a la calle dizque ‘para que se diviertan’.  Pero más bien la gente morbosa es la que se divierte viendo cómo montan a la perra un perro tras otro, hasta dejarla exhausta y muy lastimada, mientras los machos se pelean por ser el siguiente, con tanta furia que luego  quedan  cojos y a veces hasta tuertos.  ¡No se cómo puede haber gente tan estúpida!   Pues, sí, Cata, la ignorancia es la madre de todas las pentontadas  que suceden en este mundo.

Catarina, como la llamaba de cariño, hacía honor al sobre nombre:  era bajita, regordeta, con cabello rojizo y ojos profundamente negros.  A ´pesar de su apariencia amable y risueña, tenía un carácter fuerte y decidido,  entusiasta y firme.  Nacida en Leo,  el sol la hacía muy activa y, por ende, su ascendente, Aries,  la fuerza y el ímpetu,  la empujaban a luchar por sus ideales – con los cuernos de Aries o las garras de Leo – sin importar el tamaño del adversario, siempre salía adelante.

En cierta ocasión, al conducir por el Boulevard Aeropuerto vio un cachorrito en el arroyo, pegado al muro de contención;  de inmediato se salió de la vía rápida, se estacionó y sorteando los carros llegó hasta él, tomándolo con cuidado para no asustarlo, pero su instinto lo mantenía pegado a la protección.  Regresó al carro y lo acomodó en su regazo.  El inocente suspiró con tranquilidad.  Al ver su carita notó que no se le veían los ojos ¿estará ciego?  Y como flecha se fue por el Viaducto hasta el consultorio de su amigo Jorge.  Lo siento, Cata, tiene fractura en el cráneo y el derrame en la cabeza hace que no se le vean los ojos.  ¿Cómo pudo sostenerse pegado al muro, sintiendo pasar veloces los coches, si ya estaba tan mal?  El instinto, Cata… y gracias a ti tendrá una muerte mejor.   Con lágrimas en los ojos lo estrechó en su pecho, lo besó y se lo entregó a Jorge, para ponerle una inyección y  que durmiera para siempre.   No tenía ni dos meses.

Cuando salió del consultorio su corazón lloraba más que sus ojos.   ¿Cómo llegó al carril de alta velocidad?  ¿Alguien lo soltó para que el de atrás lo atropellara?  ¿Sería el juguete de algún niño que no le enseñaron a cuidarlo?   En su cabeza bullían mil preguntas y una inmensa rabia nacida de la impotencia para proteger a todas esas criaturas… ¡Oh Dios, si los hiciste tan inocentes, por qué no los proteges!

Entre sus amistades, era bien conocida la ‘pasión animalera’ que sentía Cata, cosa que ella nunca trataba de ocultar y siempre defendía su punto de vista.  Nunca faltaba quien hiciera la trillada pregunta de ‘por qué si te gusta proteger seres inocentes no recoges un niño’.   Y ella contestaba: simplemente porque hay muchas instituciones que se ocupan de los niños y menos de tres que lo hacen por los animales.  Además, así le ayudo a Dios a cuidar sus criaturas, porque también son sus hijos.   Y por supuesto,  Marichu saltó:  Pero, qué barbaridades dices ‘ellos’ no son hijos de Dios – pues ella pertenecía a uno de los grupos de persignados y explotadores más grandes.  Mira, amiga, ya que sabes tanto de teología y vas todos los días a misa, habías de pedirle perdón a Dios por tu ignorancia.  Tooodddooosss somos hijos e hijas de Dios.  O sea, que plantas, flores, insectos, mares, nubes, cerros…. y nosotros,  hemos sido creados por Dios ¿o no?   Ya ves, muchas clases y retiros, pero nunca te habían aclarado este punto tus pinches curas, que sólo te sacan el dinero.

Pero Marichu no se amilanó:  Claro que sé que todo es creación de Dios, pero, los animales no tienen alma… así que no es lo mismo, mientras volteaba  alrededor pidiendo apoyo.  Pero si el alma no es otra cosa que la energía que sostiene a todo ser viviente, le dijo Clara con burla.  Y ¿no sabes que se han encontrado encimas en los árboles i-gua-li-tas al humano?   Chabis intervino:  para Navidad te voy a regalar una enciclopedia,  me parece que te hace falta.

Pero obtendrías más satisfacciones de un hijo que de un perro – comentó Carmina, con voz juguetona, tratando de desviar la discusión que se estaba volviendo pleito.  Fíjate que no, el ‘perro  siempre te recibe con gusto, llegues de mal humor,  borracha o como sea.  Él brinca de gusto por el simple hecho de verme.  ¿En tu casa te reciben igual?  ¡Por supuesto que en mi casa nadie brinca…. como chango cuando llego!-  Volvió a intervenir Chabis, quien también adoraba a los animales:  No Carmina, lo que queremos que entiendas es la gran diferencia – cuando llegas a casa siempre te cuestionan a dónde fuiste, con quién, por qué tan tarde (aunque no lo sea), etc.   Cuando eres soltera, son los padres, después el marido y cuando los hijos crecen, también ellos se creen con el derecho.

Pues yo no detesto a los animales, ni los maltrato, pero que no se me acerquen y mucho menos que me laman… con eso de que no usan papel de baño, tienen el hocico muy cochino – comentó la estirada Yolanda, frunciendo la nariz, que  acentuaba su disgusto.   -No te azotes, hija – se hizo presente la voz chillona de Dulcina , que no tenían un solo pelo en la lengua - ¡Uy que asco, se lamen la cola!  Tú no te lames la cola porque no alcanzas, pero que tal le chupas el pito a tu marido… y a varios otros… y ese es muy tu asunto.  Así que no te hagas la modocita conmigo, que no hablo al tanteo.  Además no tiene nada de malo, nosotros también somos animales y les aseguro que Diosito no ha excomulgado a ninguno de ellos.

Pues, mira Cata, eso de tanto amor y tanto miquimiquis a los animales, la verdad es que… no me parece… muy normal .    ¡Arza, hija de…!  Saltó Cata con Leo montado sobre Aries – bendito Dios que soy anormal, como su hijo, Jesús, que nació rodeado de animales inocentes que…  No le hagas caso, Cata, intervino Chabis de nuevo, la pobre no sabe ni de qué hablas;  ella nunca ha convivido con esas hermosas criaturas, es totalmente incapaz de entenderlos.  Cómo podría comprender la luz si nunca la ha visto.

¡Oigan, yo no soy ni pobre ni ciega…!    ¡A cenar,  la mesa está servida!

Era muy poca la gente que la entendía y mucha la que la atacaba o simplemente se burlaba.  Mas, Catalina defendía su bandera contra viento y marea.  Uno de los pocos con quien podía platicar libremente, era Juan.  Hay algo que siempre me he preguntado, por qué ninguna religión ha influido para que se ame, o al menos se respete, a los animales y a la naturaleza.  Estaban sentados en el campo, saboreando el cambio de colores en las nubes, el tibio viento que corría, los cantos de las aves y en lontananza, entre los verdes montes, se iba escondiendo el sol.  Mira a tu alrededor, le contestó Juan,  si sientes la naturaleza que te rodea como parte de ti y tú de ella, podrás sentir la presencia de Dios en todo lo que ves y tocas… y en ti.  Entonces no necesitarás de ninguna religión, puesto que su razón de existir es ‘enseñarte el camino para llegar a Dios’.

Pero entonces nos sabríamos ‘parte de’ y responsables del entorno, para cuidarlo y aprovecharlo, en vez de usarlo al máximo hasta agotarlo.  ¿No viviríamos mejor todos?   Pero por supuesto, Cata; todos viviríamos mejor.   Pero qué pasaría con los dirigentes poderosos que gracias a la ignorancia pueden controlar a las masas.  Si les abrieran los ojos, la mente y el corazón… los perderían.   Ellos quieren el poder, no les interesa cómo vivan un montón de idiotas.  Esos son los dirigentes espirituales. 

¿Cuándo volveremos a ser como los ‘primitivos’ tarahumaras, que le piden permiso a una planta medicinal para cortarla cuando la necesitan, o al árbol cuando le quitan un fruto para alimentarse?   Hay tanto que los ‘civilizados’ deberíamos aprender de ellos, ¿verdad Juan?   Mira aquellos montes a la izquierda,  Cata, los han arrasado porque construyen un fraccionamiento;  a ellos sólo les importa tener más, aunque después no dispongan del tiempo para gastarlo.  Qué les puede importar toda la vida que están destruyendo.

Alzaron sus ojos al cielo, ya había oscurecido y las miles de estrellas tintineaban en el tapiz oscuro de la noche.  El viento era fresco.  Todo en derredor era armonioso.  Mira esas estrellas, qué hermosas son.   Para mí son  los ojos de todas las criaturas que cruzaron mi vida y de tantas otras  que no estuvo en mí ayudarlas.   Mira cómo parpadean, parecen enviarnos mensajes que no comprendemos, pero estoy segura que nos observan y acompañan, esperando el momento en que despertemos  y nos demos cuenta de que somos sólo ‘parte’.  ¿Tú también crees que ese día, llegará?

                       < < < < < - - - - - > > > > >                 1987
                                                                                   

domingo, 3 de junio de 2012

SOMOS TRECE

Caminando por las viejas calles de la ciudad, Gilberto pasó frente a una casa de antigüedades, donde vio  en el escaparate, un bargueño forrado  con pergamino gris.  ¡Era una maravilla!  No pudo resistirse y entró, sabiendo que no podía comprarlo, pero como siempre le habían fascinado los cajones, tenía que abrirlos  ¡todos! 

Un empleado se acercó.  Puede ver todo lo que guste, si algo en especial le interesa, estoy para servirle – y se retiró  A un lado había un viejo escritorio de cortina, con varios cajoncitos, también.  En uno de ellos encontró unos extraños anteojos, llenos de telarañas y papeles amarillentos.  Se los puso y notó que todo se veía extraño.  Llamó su atención un gabinete con libros, del que tomó uno, instintivamente.  Se trataba de un recetario de filtros secretos elaborados, quizá, por alquimistas del medioevo.  Por curiosidad, se detuvo en uno -  se trataba de una pócima hecha con granos de café, gran variedad de hierbas y semillas , que mostraría, a quien la bebiera, toda la gama de trebejos y escollos guardados en el rincón más oscuro de la mente, llamada “La Sombra”, donde se acumulaban creencias envejecidas, cargadas de dudas, angustias y rechazos.

Su cuerpo tembló al imaginarse enfrentándose a los fantasmas de vivencias presuntamente olvidadas.  ¿Tendría el valor de revivirlas? ¿Podría solucionarlas en el presente o volverían a hundirse  más profundo?  Se quedó pensativo y estremeciéndose cerró de golpe el grueso legajo, empastado en piel, otrora verde y ahora de color tortuoso.  Las hojas al juntarse desprendieron miles de motas de polvo, apenas perceptibles, que lo condujeron al  ensueño.

El zumbido de un taladro le provocó un ligero dolor en el corazón,  que lo despertó.  Al incorporarse del sillón donde se había acomodado sintió algo raro en su cuerpo:  las rodillas crujieron al levantarse y sus brazos temblaron con el esfuerzo.  Se acercó al espejo de un alto ropero y vio la imagen de un hombrecillo con larga barba y ojos chispeantes, las cejas enarcadas y una cálida sonrisa en los labios.   Gilberto volteó a su alrededor buscando a la persona reflejada, ya que él era más alto, de sólo 28 años, bien rasurado y con el cabello corto y abundante.  Además la indumentaria que vestía aquel personaje le era desconocida.  Al acercarse para verlo mejor, la aparición le habló.

-  No te espantes, ese que ves en el espejo eres tú, fíjate en mis ojos, ¡mírame!  ¿Qué ves?

El muchacho se sintió preso por la mirada del desconocido.  Sin embargo, en su pecho sentía un latido especial, un lazo de amor que lo unía al reflejo.  Absorto en la dulzura que se iba filtrando en él, las imágenes desaparecieron y se vio flotando en el espacio, sostenido por miles de hilos muy delgados que lo unían a otros seres, a  otras estrellas y meteoritos,  incluso al polvo cósmico.  Estaba arrobado de placer.  Aquello era mucho mejor que cualquier orgasmo.  Percibió con claridad el eterno palpitar del universo:  sus células se alejaban y regresaban a formar, nuevamente, su cuerpo en segundos, como un abanico que se abre y se cierra.

Un chasquido lo regresó al instante anterior.  Estaba  sentado nuevamente en el sillón.  Se sentía mareado.  El hombrecillo se le acercó.

-  ¿Ya entendiste de qué se trata? – le dijo mirándolo con curiosidad y bondad, como si tratara con un niño.

-  La verdad... ni siquiera puedo pensar en dónde...

-  ¡ No pienses !  Deja el raciocinio a un lado.  Dime cómo te sentiste, allá... flotando – y se quedó pendiente de sus gestos.

-  No sé... no puedo definir esa sensación de ingravidez y placer.  Se me ocurre que ha de ser como cuando estás dentro de tu madre y no has crecido mucho todavía, así que tienes un espacio inmenso para ir y venir.  Una extraña sensación de libertad absoluta y, al mismo tiempo, la total seguridad de estar protegido... ¿me entiendes? – se calló Gil, emocionado de percibir las sutiles vibraciones que habían quedado en su cuerpo.

El hombrecillo lo observaba atento, deleitado con las reacciones que Gilberto, sin saberlo, le transmitía en oleadas constantes.  Disfrutaba recordando el momento por el que también había pasado alguna vez.

Para serenarse, Gil recargó la cabeza en el alto respaldo del sillón y su vagabunda mirada iba de un lado a otro sin mirar, pero sus pupilas mandaron una señal de alarma: ¡aquel lugar no era la tienda de antigüedades!  Ahora veía muros de piedra, altos y fríos, con ventanas rectangulares sin cortinas, por donde se asomaba un cielo plomizo.  La estancia era grande, casi desprovista de muebles.  En el centro había una mesa redonda con velas:   doce velas distribuidas alrededor del borde y una más grande al centro.    El hombrecillo se acercó con una pajuela encendida e indicó a Gilberto que las prendiera.

Al encender la primera apareció, cerca de la vela, una figura casi humana.  Gil se paralizó, pero el hombrecillo lo instó a continuar.  Y con cada vela que prendía, un nuevo ser surgía.  Con las últimas dos no apareció nadie.  Gil se desconcertó y volteó a preguntarle a su anfitrión, pero antes de formular la pregunta, éste contestó.

-  Esas dos somos tú y yo, más esos diez, somos doce. Y todos somos  uno.  Fija tu mirada en el espacio que hay entre cada uno de nosotros.  ¿Qué ves?

Gilberto empezó a notar los mismos filamentos casi invisibles que había visto cuando flotara.  Ahora los percibía con mayor claridad y  sintió como si estuviera dentro de una tela de araña.

- ¡No entiendo nada de todo esto ! -  se          quejó Gil con un dejo de desesperación en su voz.

-  No te precipites.   Cada uno de nosotros doce vive en una dimensión galáctica diferente.  De ahora en adelante estaremos en contacto, mentalmente, para ayudarnos.  Ya has podido comprobar los hilos que nos unen, incluso con la 13ª. Luz.-   Al señalar la vela en el centro de la mesa, ésta se iluminó.

-  Y por qué hasta ahora he tenido que sufrir tantas calamidades, tropiezos, angustias, enfermedades... por qué no apareciste antes. -  Su voz exigía explicaciones.

-  Simplemente porque tenías que aprender muchas cosas en esta     dimensión.  ¿De qué te servirán tus nuevas capacidades? – Notó la intención de replicar de Gil, pero prosiguió.    - Por supuesto que puedo oír tus pensamientos.  Tú también lo harás muy pronto.  Y cómo te decía, al estar conectados podrás tener varias respuestas desde diferentes puntos de vista, sobre cualquier asunto y podrás tomar una mejor decisión sobre cualquier asunto. Así de sencillo. Aunque te tomará tiempo desarrollar esas facultades.-  Hizo una pausa para darle tiempo a que Gil asimilara sus palabras.

-  ¿Y ellos podrían ayudarme a resolver cosas... que están atascadas dentro de mí? -  Aquello de La Sombra lo había dejado con muchas  inquietudes.

-  Naturalmente.  Así es como funciona y como vamos evolucionando.  Durante mucho tiempo te dedicaste a buscar, recorriendo valles, rascando tumbas,  flotando a las estrellas, te asqueaste de los placeres de la burguesía y las eternas mentiras de tu sociedad.  Bien,  ya todo eso... ¡se acabó!   Enhorabuena, Gilberto. -  Sonriente, el hombrecillo le dio una palmada en el hombro y todo desapareció.
  
El cambio le produjo a Gilberto un vacío en la boca del estómago y se encorvó.  Al enderezarse se encontró rodeado de antigüedades, sentado en el sillón y el antiguo recetario en las piernas, abierto en una página en que se leía “Para conocer el futuro”.
  
-  ¿Y para qué quiero conocer el futuro?  Si ya Begú me lo dijo... ¿Begú?  Él nunca me dijo su nombre.  ¿Será que ya hay comunicación entre nosotros?  ¿Cómo será con mis otros diez?  ¿Puedo confiar en lo que me dijo ese extraño “yo”?  Sólo puedo confiar en que el futuro me lo dirá.

Se levantó y salió de la tienda de antigüedades con el viejo recetario bajo el brazo.

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