domingo, 26 de febrero de 2012

RUMBO AL SOL

Aquel viaje lo había postergado ya muchas veces.  Por fin,  decidida sacó la maleta grande, porque sólo esa llevaría.  Tendría que seleccionar muy bien lo que metería en ella, pues 40 años de vida sólo pueden caber en el propio interior.

De ropa se llevaría cuatro vestidos, tres pantalones, cinco blusas... de todos sus hermosos sweaters había que decidirse tan sólo por uno o dos.  De los 15 pares de zapatos, escogió dos.  Al ver los muchos collares, pulseras, aretes, que había ido adquiriendo se le hizo un nudo en la garganta,  eran tantos y cada uno le traía recuerdos, vivencias, amores – pero no podía llevárselos y decidir cuáles sí y cuáles no ¡era tan doloroso!  Era como abandonar pedacitos de ella misma.

Dejó para el último su secretaire porque sabía todo lo había en él.  Pero no podía evitarlo, ahí estaban los documentos que necesitaba, pero también  muchos recuerdos recolectados a través de su vida, pues de todas partes siempre guardaba algo, aunque pareciera insignificante.  Lo más difícil serían las fotos!  No cargaría con el álbum completo - estaba muy gordo.  Escogería algunas de aquellas navidades, cuando se reunía la familia completa;  se topó con la foto de su primer novio, y mientras la miraba el tiempo desapareció – iban  nuevamente caminando agarrados de la mano rumbo a la heladería.  Suspiró hondo.  ¡Cuántos giros da la vida!, se dijo.  Guardó también una de su padre , otra de su madre y una más, de sus hermanos .

Pero dónde guardaría el sabor del bacalao y el olor del pino, la dulzura de los abrazos, las cosquillas de alegría que  la sidra le provocaba, la emoción de los regalos?  Se llevó una foto de sus XV años y una flor seca, pero no hubo lugar para las risas y los nervios  de bailar el vals preparado durante varias semanas antes y la tremenda desilusión del padre que no llegó a compartir con ella la dicha de ser la reina de la fiesta.  Por ahí apareció el balero de mamá, tan sonoro con los estoperoles, el yoyo y las canicas, junto con las muñecas de papel que tanto la entretenían recortándolas, cuando era niña.  Cada boleto, las cartas, el llavero musical... encerraban tantos, tantos momentos que se desgranaron dentro de ella con la fuerza de una compuerta abierta y desbordó por sus ojos.
 
Pero no había tiempo para melancolías.  Buscó en su interior el coraje  necesario para seguir adelante con su decisión.  Cerró intempestivamente la maleta, después de secarse los ojos.  No quería llevarse ninguna amargura, ni siquiera la mínima sal de esas lágrimas tan profundamente tristes.  Todo eso quedaría ahí, en los muros, en los cristales, en todas las cosas que abandonaba, hasta en el aire de aquella casa que la cobijó y que ella cuidó con tesón y orgullo durante tantos años. 

Sin pensarlo más, cerró su maleta, tomó la bolsa y salió de la casa.  Al subir al taxi notó cómo su cuerpo vibraba por dentro. Sin embargo, no volteó a decirle adiós  a ese espacio que tanto amaba.  Ahora sólo había que ver hacia delante, hacia el futuro desconocido, pero por lo mismo lleno de posibilidades.

                    < < < < < - - - - - > > > > >                         1990

domingo, 19 de febrero de 2012

DOS CUENTOS CORTOS

                               E N C U E N T R O

Me sentí empujada hacia un pozo oscuro y alguien tapó la entrada. ¿Qué había pasado antes de llegar a este momento?  Por más que trataba de aclarar mi mente, era tal el miedo que sentía que me impedía pensar.  ¿Alguien vendría buscarme o no volvería a salir de aquí nunca?  Tenía que apartar todas esas dudas, pues no había manera de encontrarles una respuesta.  Sería mejor que me moviera y tratara de buscar la forma de salir.

Estaba tan oscuro que no podía ver mis propias manos.  Sin dar un paso, estiré los brazos tratando de alcanzar alguna pared, pero no conseguí nada, así que empecé a caminar tanteando el terreno con el pie, antes de dar cada paso.  Estaría dando vueltas o podría encontrar la forma de caminar recto?  Oh Dios, que desesperación.

De pronto, sentí la presencia de alguien, acechándome, aguardando quizá que cayera para echárseme encima y devorarme.   Primero imaginé un horrible dragón, después una simple fiera, a lo mejor una enorme cobra – sí, hasta podía oír sus cascabeles.  Sin embargo, seguí avanzando, concentrándome en sentir el calor de ese cuerpo intuido que me indicara su ubicación  Un hilillo de luz empezó a penetrar por un rincón y alcancé a percibir un bulto que se movía.  Reuní mis fuerzas y mentalmente trate de dirigir aquel rayo – que sin razón aparente iba agrandándose – hacia ‘aquello’.   La figura se fue perfilando lentamente, hasta que pude ver claramente el cuerpo de una anciana.

Me acerqué sigilosa, temiendo que fuera un disfraz del mismo que me había encerrado aquí, quién sabe con qué propósito.  Cuando estuve a unos cuantos pasos, la viejecilla me sonrió – yo quedé atónita – y con dulce voz me dijo,  “yo soy tu futuro y tú eres mi pasado.  ¿Por qué te has adelantado tanto?

                    < < < < < - - - - - > > > > >                   1989

                           AMOR  SIN  TIEMPO         

¿Recuerdas vida mía, cuando nos conocimos, cuando nos casamos?  Ah, ¡cuánta dicha!  ¡Cuántas ilusiones...  cuánta... cuánta vida!  Qué jóvenes y qué felices éramos.  Sí, sí, ya sé que también hubo peleas y tristezas... pero de eso ya ni me acuerdo.

Hoy es Nochebuena, brindemos por tantos años de amor que juntos hemos  gozado.  Mira, en estas viejas paredes que nos cobijaron siempre, se  grabaron   nuestras risas y nuestros gritos, nuestros pasos, palabras y murmullos... hasta los sonidos de nuestro loco amor.  Estas viejas piedras carcomidas por el salitre y la humedad del olvido que se adueñaron de todo, son testigos mudos de tus abrazos, de tus besos y de tu canto.
 
 Te pondré tu vestido de novia que he guardado y bailemos otra vez como el día en que nos casamos.  Deja tomarte por la cintura, sostenerte en mis brazos y deslizarnos por la terraza de un castillo imaginario.  Esta noche, después de tantos años de espera,  volveremos a ser felices como antes, sin hacerle caso a  mis huesos que reclaman semejante atrevimiento.  El pensamiento es vencedor del tiempo y del espacio, no importa que la oscuridad nos cubra con su manto, tú y yo bailamos iluminados por el sol de nuestro amor, que nos cobija y calienta como yo tus desnudos huesos que he cuidado con tanto esmero.

Pero, ¡vamos, no perdamos tiempo!  Vivamos nuevamente aquellos sueños,  mientras disfruto esta última copa.  Ya no puedo seguirte esperando... pronto amanecerá y no quiero que el nuevo día nos vuelva a separar.

          < < < < < - - - - - > > > > >                           1990

domingo, 12 de febrero de 2012

ENCUENTRO CRUZADO

Las últimas semanas se me hicieron eternas, contando los días para tomar el avión y platicarte todo lo que ha sucedido.  ¿Vas a creer que hasta hice una lista de todo lo que tengo que decirte?  No quiero olvidar nada.  Qué contenta estoy de estar juntas otra vez.  Y estoy segura que la velada será bien larga.

La última vez te conté que me estaba divorciando  ¿no?  Cuando te quedas sola qué difícil  es enfrentarte a la sociedad, a los compañeros de trabajo, hasta las amistades empiezan a huir liderados por sus esposas, que temen les robes  su “joyita”, aunque bien saben que no valen gran cosa (y que me lo pregunten a mí), pero no quieren perder su título de ‘señora de’.  Realmente, Irene, no sé si sentirme insultada por su falta de lealtad a nuestra amistad – porque mis amigas son ustedes, los maridos fueron llegando.  O debo sentirme halagada por el reconocimiento de mis aptitudes físicas y morales,  que también existen en ellas mismas, pero no se han dado cuenta.

No, no creas que eso me quita el sueño.  Pero te confieso que me sorprende que sigan pegadas a esa bola de machines, prepotentes, mujeriegos y violadores - físicos y emocionales.  Luego, luego saltas a  defender a  tu Toñito, pero acuérdate que una vez me contaste que te exigió que cumplieras con tu obligación de esposa  - aunque tú no tuvieras ganas.  Y muchas otras veces seguro sólo fornicaban…  Oh, perdona, sí, ustedes “hacían el amor” .  Pero, ¿cuál amor, amiga? si lo hubo se acabo bien rápido.  Estabas enamorada del evento, como la mayoría de nosotras:  de los preparativos, las despedidas, el vestido, la luna de miel que creímos eterna,  bla, bla, bla.  Recuerdo muy claramente su boda, los dos altos, jóvenes y bellos.  Toño parecía artista y tú...ni se diga.   Pero el tiempo se fue llevando todo, así cuando se enfrentó a la ruina, tú te negaste a sacar los centenarios del banco y ayudarlo.  Sí, sí, lo sé, eran para la educación de tus hijos.... pero ¿y tu amor por él?

Cuando supo que el páncreas le había tronado se vino abajo, él me lo contó.  Ya te he dicho que me lo encontré...  sí, me lo en-con-tré en un restorán.  Sólo hablamos de lo preocupado que estaba por su salud.  Nada más.  ¿Por qué me iba a contar de sus aventuras?  Bueno mujer en este año se ve que has comido muchos caracoles.  Ah, nunca te han gustado, bien.  ¿Te has dedicado a recapitular durante este tiempo?  Entonces te habrás dado cuenta que siempre fue pispireto y tú te hiciste la despistada por egoísmo y comodina.  ¿Ah no? está bien, Irenita será como tú quieras.

Válgame, sigues con esa pesada tos de siempre.  ¿Qué todavía no te has rehabilitado, o es que sigues fumando mientras te bañas?  Ahora ya no te bañas, con razón ese olorcito… Veo que de la memoria sí has mejorado, sigues hablando con el mismo léxico de albañil de antes.  ¿Qué la corte celestial del Opus Dei no te castiga como a cualquier penitente?  Sólo hablas así con los cuates ¿eh?, pues ya sabes que a mí me chocan esas palabrotas.  No seas malita, has de cuenta que yo soy del Opus Night, ¿vale?

¿Para que te sigues torturando con las infidelidades de Toño?.  Siempre viste una posible amante en cada mujer a su alrededor y claro, algunas lo fueron.  ¡Por supuesto que te enteraste!  Alicia me contó que una vez te ayudó en una “investigación profunda” sobre el asunto y ¡lo com-pro-bas-te!  No lo  niegues. Naturalmente que no ibas a  checar a cada una de tus candidatas, no te hubiera quedado tiempo para nada más.  Pero reconoce que te casaste con un mangazo y ya segura la presa, te volviste una fodonga de espanto, con lo que cooperaste a su casusa, es decir a su auto-disculpa.

Además, creo que con un botón de muestra es suficiente, ¿no?  Para mí sí lo fue.  ¿Pero sabes por qué no hiciste nada al respecto?  Por puritito miedo, miedo de caminar sola – así nos programaron, amiga.  Pero eso de agachar los cuernos por tener un hombre al lado, que te dé seguridad, que te proteja,  que te ame.  Eso hay que buscarlo adentro de una misma, sin esas poses tontas de que “pero,  YO  sigo siendo  la esposa “.  De todos modos, cuando encuentran algo “dizque mejor” (es decir, con otro carácter), se largan y si se quedan, siempre andarán practicando calistenia con otras.

No te imaginas la cara que le quedó a Fede cuando le reclamé su traición.  Cuando me negué a escuchar sus disculpas y lo corrí de la casa, no lo podía creer.  Primero lo negó, después me pidió perdón, creyendo que me tragaría su arrepentimiento.  Se fue trinando y desbordando su ‘gran amor’ diciéndome que muy pronto iría a pedirle que regresara.  Pero, fíjate que se quedó esperando.  Y como me quería tanto se negó a darme el divorcio, ni dinero para los niños, así que nos fuimos a pleito.  Los tiempos han cambiado, ya se acabaron las mujeres sumisas, abnegadas y tarugas.  Aunque haya tenido que trabajar el doble, salimos adelante.

No te puedo negar que hay muchas noches que lo extraño, todavía soy joven y las hormonas se alborotan a veces.  Y aunque ha transcurrido un largo tiempo, ningún otro ha entrado rn mi cama; ahora la veo inmensa, como que creció, me acuesto en medio y sin embargo, siempre despierto de “mi lado”.  Para mí es un símbolo sagrado en el que fui muy feliz y no quiero destruirlo.  Lo que hago, cuando la hormona brinca,  es buscar a alguien – ahora yo escojo y...  No Inés te equivocas, en aquella ocasión yo estaba consolando a Toño.  No, no éramos amantes, él sabía que tú  y yo  éramos muy unidas y llorando me contaba...  Mira, ya me cansé, cada vez que nos vemos son las mismas cacallacas y hoy sí lo vamos a aclarar.   Hay algo que nunca me quedó claro ¿porqué llegaste ese día a mi  casa a media mañana, en vez de estar dando clases?...  ¿Ibas a platicarme que habías decidido separarte de él o a checar que Toño y yo no sólo estábamos platicando?  Qué chascote te llevaste.  Ah, entonces Toño también dejaría a nuestra querida amiga, Lucrecia.  ¿Y por qué la dejaría si tú lo dejabas a él?  Lo pensaste  mucho y te falló.

Bueno, en tu mente tenías una buena escena que te  ayudaría a lograr la separación rápidamente, lástima que te ganó el ego.  Como la situación no fue la que pensabas, te pusiste como loca,  armaste el dramafat, luego el desmayo, la ambulancia, córrele al hospital...hasta esto.   Ni siquiera te has dado por enterada que dije que “Toño llorando me contaba…”.  ¿Sabes por qué lloraba?  Tu cabecita no se lo puede imaginar – pues se había enterado de tu traición.  Sí amiga, tu traición, porque cuando el hombre es infiel es por “su naturaleza”, pero cuando la mujer lo es, se convierte en  una traición.  A la mujer adúltera se le mata a pedradas.  Así ha sido siempre,  desde que inventaron a Eva y su culpabilidad por habernos quitado el paraíso a toda la humanidad.  Y después de veinte siglos lo siguen reafirmando y la gente lo sigue aceptando como “dogma de fe”.      En fin, aquello fue la puntilla para Toño, pobre.  Sí, pobre, porque le clavaste el aguijón de la culpa, que se había sobrepuesto a tu infidelidad, pero lo demás lo tronó.  Pensé que ya lo sabías.  ¿No se han encontrado...?

Pero, qué barbaridad, si ya es tardísimo.  Se nos fue la lengua.  Antes de irme te voy a arreglar bien los floreros.  Mira te traje tamales, champurrado y mucbi-pollo, que es lo que se estila por estas fiestas en mi nuevo terruño.  Veo que ya todas las visitas se han ido, está casi desierto.  No me vayan a dejar encerrada, aunque contigo no me daría miedo, supongo.  Bueno, querida Irene, te prometo, como cada año, que el próximo nos veremos.  Aunque no sabemos si será sobre esta lápida o allá, sobre una nube.  Hasta entonces.

          < < < < < - - - - - > > > > >                             2003


domingo, 5 de febrero de 2012

OBSESIÓN

Una vez más salió volando por los aires.  Su cuerpo rebasó el metro de altura y al aterrizar, según sus cálculos,  fue a dar sobre una torre de refrescos.  El estruendo se percibió en todo el supermercado, como si hubiera tronado una enorme bolsa de papel.  Tanto empleados como clientes  se agacharon, escondiéndose, sin saber de qué,  tras  los anaqueles  y poco a poco fueron asomando la cabeza para ver lo que había ocurrido.  La bola de curiosos fue aumentando: unos  lo disfrutaban y otros se espantaban.  Empujando como pugilista que llega al ring, se fue abriendo paso el gerente de la tienda, un tipo alto, delgado, con cara angulosa, bigote recortado y unos anteojitos  redondos con aros de metal,  a la Harold Loyd.

El accidentado se encontraba medio enterrado entre las botellas, que bañaban con ríos de colores el pantalón de mezclilla raída  y una camiseta con el logotipo deslavado.  El escuálido bípedo no hacía ningún esfuerzo por salir de ahí.  ¿Estaría desmayado, o quizá desnucado?  Uno de los clientes alargó el brazo con intención de tocarle el cuello,   al tiempo que un penetrante grito, casi en su oreja, le dejó la mano suspendida en el aire como planeando. “¡No lo mueva, llamen una ambulancia!  Sí, claro ¿no hay un médico aquí?”  Todos voltearon buscando quién dijera yo.

Mientras tanto, Efigenio García, gerente de “La Manzana Dorada”, se estiraba por sobre la gente semi agachada alrededor de la víctima, buscando entre los  pasillos el anuncio “Peligro piso mojado”, la cubeta y el trapeador,  que había visto hacía pocos minutos, pero no había nada.  No es posible, estoy seguro de que estaba el letrero, precisamente  por donde vino patinando este individuo...  Algo le brincó dentro.  Volteó de inmediato buscando la cara del  hombre que continuaba desparramado entre las botellas, quien tenía un ojo medio abierto (¿observando?) y al toparse con el de Efigenio, irónico, le guiñó.  “No puede ser, ¡otra vez me fregó ese desgraciado!”

                           
Cuando despertó, Romualdo Macías se encontraba en la cama de un hospital.  “Ya necesitaba un poco de apapacho”, pensó para sí.   “Tantos días de trabajo buscando la oportunidad, me agotaron”.  Le dolía la cabeza y al levantar el brazo para tocársela, se dio cuenta que la mano estaba vendada, dejando ver rastros de sangre en sus uñas pulcramente manicureadas.  Se sobresaltó. Instintivamente, volteó a verse la otra mano - estaba igual.  “¿Qué me pasó?  ¿Qué les han hecho a mis delicadas manos?”   En ese momento entró al cuarto el doctor.   Romualdo, sin poder articular palabra, reflejaba el espanto en su cara morena.  Levantó las manos y con sus hermosos ojos  pedía una explicación.  “No se preocupe usted, no es nada serio.  Unas botellas se rompieron y le cortaron las manos, pero en unos días estará todo bien.  Ahora descanse”.  El enfermo asintió con la cabeza,  resignado, tratando de esbozar una sonrisa, que se quedó en una mueca de profunda angustia.

Mientras la medicina que le dieron hacía efecto, sus pensamientos se atropellaban por fluir.  “¿Cómo había podido pasar esto?  Sabía que habría golpes, como en las ocasiones anteriores, pero esto...  no puede ser!  Me distraje al esconder el aviso, y esas botellas no estaban  ahí ayer.  ¿Por qué no pusieron mejor rollos de papel?  Esto es peor que una pesadilla”.   Con la ayuda del sedante los pensamientos iban desapareciendo.

 Sus manos le afligían  mucho, eran lo más importante para él.  “Un caballero se distingue por sus manos”, decía siempre su tía Ivi  (¿Ivi, de dónde  salió ese apelativo?).  Ella y la tía Elvira llenaban sus recuerdos infantiles,  junto con la tía Pupu, a quien él había rebautizado así (de eso sí me acuerdo) porque de pequeño no podía pronunciar Refugio.

El medicamento poco a poco lo fue envolviendo en la bruma del sueño.  En él aparecieron las tías con sus faldas largas y oscuras, el cabello recogido en la nuca, como correspondía a su edad.  “Pero ¿cuántos años tienen?”,  les había preguntado alguna vez, “Ay, Romy, a una mujer no se le pregunta nunca la edad, pero para darte gusto te diremos que nos estamos acercando a los cuarenta!”  También apareció su amiguito Arnoldo, que no perdía la oportunidad de fastidiarlo, “ni siquiera comes un mango sin tenedor por no ensuciarte tus manitas, pareces vieja,  ya ves que no es tan bueno que tus tiítas te cuiden tanto, es mucho mejor ser huérfano”.

Las tías siempre cuidaron con esmero sus finas manos, de largos dedos  Deseaban que fuera pianista, un gran concertista.  “Ya sabes que debes proteger tus manos, que nacieron para el arte y las caricias.  Deja el martillo a los criados, no sea que te salgan ampollas o callos”.  Las veía como siempre, durante la sobremesa, platicando, mientras una juntaba todas las migajas en el mantel de lino blanquísimo con un cuchillo de alpaca, que a manera de un pequeño buldozer levantaba y acomodaba las virutas formando diferentes  figuras geométricas, mientras  otra amasaba el migajón que nunca le gustó comerse y formaba  flores hermosas que él coleccionaba y la otra iba escribiendo las compras del día siguiente.  Las tres tenían sus manos bien cuidadas, blancas y tersas, que untaban con cremas especiales y cubrían después con guantes de algodón para dormir. Y a él lo habían acostumbrado, desde pequeño, a seguir el mismo ritual.  Entre esas brumas apareció el profesor de piano exigiéndole repetir una y mil veces la misma escala, por años.  Por favor, tiítas, no me obliguen a pasar esa tortura todos los días, les prometo....  Por favor, no me hagan ir a la escuela, la maestra es muy cruel y me obliga a trabajar con plastilina, les prometo....

A los tres días salió Romualdo del hospital, casi recuperado de los golpes, pero con la recomendación de cuidar las heridas en sus manos, que no habían cicatrizado del todo.  En el nosocomio le entregaron el cheque por la indemnización que  “La Manzana Dorada” tuvo que pagar, ante la demanda presentada por el Lic. Arnoldo Vidrioso, su amigo del alma. “Ahora sí, manito, creo que mejor cambias de rumbo o de ciudad, porque aquí ya estás muy visto;  y cuida bien ese dinerito mientras  te compones de las manos.  Y manténlas bien envueltas para que no se te maltraten, si no… ¿de qué vamos a vivir?.”

Aunque las indicaciones del médico eran curarse las heridas dos veces al día, Romualdo lo hacía con febril ansia 6 ó -7 veces.  Levantaba las incipientes costras y se tallaba fuerte con zacate y jabón de lejía, untándose profusas cantidades de la pomada que le dieron y terminaba enrollándose una larga venda que le cubría casi hasta el codo, a pesar de que le indicaron que dejara respirar las heridas para que secaran y, si acaso quería cubrirlas, que usara sólo gasa.   “No soporto ver esas heridas.  Ahora sí no puedo hacer nada, sólo sentarme a contemplar estas vendas que me asfixian, que me taladran la cabeza.  Mis delicadas manos, nacidas para acariciar....”    Al morir las tías, sin oficio ni beneficio, la herencia que le dejaron pronto voló, junto con la servidumbre.  Sólo le quedó su casa de Rébsamen, demasiado grande para él y las diversas compañeras que había tenido,  que duraron corto tiempo, ya que pretendía que ellas cubrieran la situación financiera.
 
Por tercera vez en el mes, el doctor Zetina llegó a visitar a Romualdo. “No me explico lo que ha sucedido, estas heridas deberían haber sanado hace tiempo.  No es necesario que se vende hasta los codos, ya le pedí que usara gasa.  Si no sigue mis instrucciones ...”   “Claro que hago todo lo que me dice, pero usted no sabe nada, de balde le dio Hipócrites el título.   Mire nada más  el hoyo de esta mano, casi se ve de un lado a otro.  Sólo falta que me caiga gangrena.”

Su amigo Arnoldo iba a visitarlo todos los días, para animarlo.  Él le ayudaba a cambiarse las largas vendas.  “No les hagas mucho caso a los matasanos, todos dicen que saben mucho, pero lo único que les importa es prolongar la enfermedad para sacar más billete.  Me dijeron de una pomada ‘milagrosa’ que cura TODO.  Mañana te la traigo y ya verás... ya verás”.

Pasaron los días y las cosas empeoraron. “ Dios mío es que me estás castigando porque desde que murieron las tías ya no voy a misa?  ¡Mira, mira mis manos!  ¿Por qué tuvo que caerme esta maldición, por qué no fueron los pies? claro, traía zapatos.  Imbécil, por qué no te fijaste antes de hacer tus acrobacias?  Por favor, tiítas ayúdenme, no puedo dormir, no tengo ganas de comer, me siento tan solo. ¿Por qué no están aquí conmigo, ahora que tanto las necesito?”

A los quince días, demacrado y sucio salió de la casa, tomó un taxi y fue al consultorio del Dr. Zetina ,en la clínica donde lo atendieron.  Entró directo, sin anunciarse, y como pudo abrió la puerta.    “¡Míreme doctor cómo estoy,  usted tiene que hacer algo!”  El galeno se levantó de súbito.

 “Siéntese, por favor, déjeme quitarle todos esos trapos, que se empeña en seguir enrollándose..  veo que hay una fuerte infección.   Esta crema verdosa, ¿qué cosa es?   Lo tendremos que hospitalizar de inmediato, para..”

 “¿Es qué me va a operar?  ¡¡¡Me va a cortar las manos!!!”

 El médico  impresionado y titubeante, contestó: “No le puedo asegurar nada en este momento.  Es necesario hacer varios análisis antes de ... seguir adelante.  Y créame que haremos todo lo posible por salvar sus... “

 Romualdo se le abalanzó tratando de cogerlo,  lleno de rabia y desesperación.  ¡Maldito, tú me has hecho esto, te voy a matar, con estas mismas manos que has destruido...!

Debido a los gritos, entró una enfermera, que al ver al paciente corriendo enloquecido detrás del doctor  llamó a los enfermeros.  Entre tres lograron desprender a Romualdo de encima del doctor que ya estaba en el suelo, con la camisa y la bata manchadas de sangre y pus.  Como pudieron, le inyectaron al enloquecido Romy,  un calmante y lo soltaron hasta que quedó noqueado.

“Hay que operar de inmediato, la infección está muy avanzada.   Alguno de ustedes localice cuanto antes, a su amigo Vidrioso para que nos dé la autorización de llegar hasta dónde sea necesario para salvarle la vida”.

En menos de media hora acudió Arnoldo al llamado.  “Pero, doctor, está seguro que no es posible salvarle las manos?  Ya me lo figuraba, esa cochinada de crema que se estuvo poniendo, recomendada como una maravilla por no sé quién, a lo mejor...  Imagínese doctor, somos amigos desde chicos -  éramos el príncipe y el mendigo - siempre nos hemos querido mucho.  Por supuesto que firmaré cualquier cosa que sea necesaria para que ustedes procedan.  Caray, que mala pata... sus manos fueron siempre una obsesión para él,  me temo mucho cómo va a reaccionar, si es que...

Dos semanas después, el Lic. Vidrioso fue a visitarlo al Hospital San Bernardino.   No pudo hablar con él, pues su estado era muy inestable.  Sin embargo, se comprometió a pagar la pequeña cuota mensual que se le pidió durante todo el tiempo que permaneciera recluido en tratamiento psiquiátrico.  Para entonces, ya se había instalado en la casa de su amigo, quien le había dado las llaves desde que empezó su recuperación.  Bien podía tener ese gesto de bondad.    Conociendo todos los tejemanejes de la abogacía, arregló los papeles de la casa para ser el dueño legítimo, conforme y dentro de los lineamientos que marca la ley.  Poco tiempo después, se sintió magnánimo  y orgulloso de pagar todos los gastos del sepelio, en el Panteón de Dolores, de su entrañable amigo de toda la vida,  Romualdo Macías.

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