domingo, 25 de diciembre de 2011

LOS SANTOS INOCENTES

Nació el 28 de diciembre y a sus padres se les ocurrió llamarlo Inocencio.  Mas el bebé nació con ciertos síntomas peculiares, por lo que el médico realizó algunos exámenes preliminares, antes de hablar con los padres.  El niño sufría un severo retraso mental.  La madre, Violeta, lloró desconsolada - Qué he hecho para que Dios me castigue así.  Aunque Manuel, su esposo, trató de alentarla en mil formas, ella se dejó llevar por la desesperación.  La armonía habitual del hogar se desplomó, una constante tensión flotaba en el aire.  Después de un tiempo, Violeta se decidió a hablar con su marido. Había tomado una resolución.

Manuel necesito de tu amor y sobre todo de tu comprensión.  Ya no resisto, he puesto mi mejor empeño. Pero... han pasado tres año, tres largos y tortuosos años y no logro aceptar a Inocencio.  Quiero que te lo lleves... a donde quieras.  Por favor aléjalo de los niños y de mí.  No es posible seguir viviendo esta agonía.

Manuel se quedó de una pieza.  Siempre había temido que este momento llegara y se aferró a la esperanza de que nunca sucedería.  Sintió como si nadara en una pesadilla.  ¿Cómo era posible que tuviera tanto amor para con los otros y a este lo hubiera excluido?  ¿Es que el amor materno no se da a todos los hijos?  Y cómo podía pedirle su colaboración para semejante bajeza, sabiendo el profundo amor que él sentía por Inocencio, tratando de compensar el rechazo de todos los demás.  Si ella sabía de las noches en que iba a buscar a su hijo para arrullarlo y cantarle durante horas.  Y ahora, le pedía su ayuda para deshacerse de él como si fuese un cacharro que estorba.

Al reclamarle, ella se defendió.  Me ha costado mucho trabajo tomar esta decisión, pero sé que hay lugares donde podrían atenderlo mejor que aquí.  Y por supuesto que ya tienes información sobre 'esos lugares'.  También he hablado con algunos médicos y me aseguran que estaría muy bien atendido, además... no sé da cuenta de nada.  ¡Es el colmo! hasta las plantas crecen más hermosas cuando reciben amor, ¿acaso tú sabes lo que es amor?  Lo que tú sientes por Inocencio no es amor, es lástima y te has olvidado de amar a los otros tres... y a mí.  No es verdad, los amo a todos, sólo trato de compensar su desgracia, después de todo no tiene la culpa y en dado caso la culpa sería mía.  Tus sentimientos están llenos de culpa y así no se puede dar amor;  los médicos que hemos consultado aseguran que es cuestión de genética;  deja de torturarte. 

Manuel se paseaba de un lado a otro, sin poder sentarse a discutir el asunto.  Esos estúpidos galenos se creen dioses que lo saben todo... y están en pañales.  Sólo te escondes tras tus brillantes conclusiones para no tomar una decisión que sabías llegaría tarde o temprano.  ¡No me escondo de nada! simplemente le doy un poco del amor que todos le niegan.  ¿Y no has pensado en el futuro de tus hijos... comoquién querrá casarse con Lucía y Erika?  No me importa nada.

Azotando la puerta, Manuel salió de la casa, furioso.  Sentía una herida profunda en el pecho, la decisión se había vuelto impostergable y, sin embargo, no podía... no podía.  Caminó sin rumbo por horas, tratando de aclarar sus ideas y llegar a tomar una decisión.  Ni siquiera se acordó de presentarse en la oficina ycuando Violeta llamó para saber por qué no había ido a casa a comer, se enteró.  Ella lo conocía bien y comprendió la tremenda lucha por la que estaría pasando.  Cerca de la media noche, sonó el teléfono y Violeta brincó instintivamente, mientras su corazón se aceleraba.  Levantó temerosa la bocina y oyó la voz llorosa de Manuel:  Por favor... ven por mí.

Pasaron unos días sin hablar del asunto.  Hasta que una noche, Manuel fue quien empezó.  He recapacitado en la situación de Inocencio y qué será de él el día que no me... no nos tenga; me gustaría hablar con esos doctores que dijiste.  Podemos ir mañana, ellos están todo el día en el hospital.  Mañana... está bien.  Sin decir más, se tomaron de las manos.  Dios nos dará las fuerzas necesarias, Manuel.  Y espero que también el suficiente egoismo, replico él. 

No conformes con una opinión, recorrieron varias instituciones dedicadas a la atención de niños con problemas cerebrales y conocieron casos patéticos en que las criaturas no eran capaces de sostener un lápiz o llevarse la cuchara a la boca, cosas que Inocencio dominaba.  Algunos médicos les aseguraron que el niño tenía posibilidades de avanzar bastante bajo su cuidado, ya que la sobreprotección de los padres los inutilizan.  Cuando por fin eligieron el lugar más idóneo, llevaron a Inocencio, mientras los demás estaban en la escuela, al Centro de Capacitación Infantil.  Al despedirse un remordimiento lacerante les quemó las entrañas.  Pero el tiempo fue mitigando su dolor, las constantes visitas y los adelantos que veían en su hijo, les ayudó a cerrar la herida.  Veinte años más tarde la vida les daría la razón.

Entre las actividades que tenían los niños para desarrollar sus habilidades manuales y mentales, a Inocencio le gustó la pintura, aunque al principio sólo chupaba y mordía los pinceles.  Pero poco a poco fue dominando la técnica del óleo e incluso también incursionó en la acuarela, volcando en sus pinturas todo el mundo fascinante y maravilloso que llevaba dentro.  El director del plantel, viendo la calidad de su trabajo, organizó, junto con sus maestros, una exposición de sus mejores cuadros.  Alguien invitó a la prensa y así, Inocencio empezó su carrera artística.  Sus padres que lo apoyaban, sin percatarse de la calidad de su obra, se quedaron sorprendidos al escuchar la opinión de los críticos.  Los hermanos, faltos de amor, se la pasaron riendo, más bien por ignorancia y envidia.

A partir de entonces su trabajo adquirió renombre.  Las galerías se peleaban sus cuadros y hasta los coleccionistas extranjeros se interesaron por su producción.  Mas una sombra empañó esos años, sus padres fallecieron en un accidente y los médicos temieron la reacción del chico, ya que sus visitas frecuentes constituían un gran incentivo para él.  Cómo explicarle a un niño de 7 años mentales, el significado de la muerte. ¿Sería suficiente decirle que sus padres se fueron a vivir a las estrellas?  Profesores y médicos redoblaron el afecto sincero que sentían por él.  En sus pinturas se notó de inmediato la ausencia de sus seres queridos.  Con el tiempo se fortaleció y su obra mejoró.

Dos meses después del accidente, los hermanos empezaron a gestionar la custodia legal fuera de la institución.  Apelaron a todas las leyes y después de dos años, lo lograron.  Para Inocencio significó una gran alegría vivir en su casa, con su familia, aunado a la libertad de entrar y salir cuando quisiera.  Para Erika, Raúl y Lucía, el 'aguantar al hermanito'   significaba un gran porvenir colmado de lujos, viajes y demás extravagancias que cada uno imaginaba.   A los 25 años, Inocencio era millonario, aunque ignorara todo lo que podía lograrse con tanto dinero.   En su mundo infantil las armas eran de plástico y las balas invisibles, las guerras eran juegos entre indios y cherifes, la tragedia se armaba por no encontrar una canica y le contentaban con helado y pastel.  En su mundo todo era limpio, era sincero como su mirada y su sonrisa.  El amor que recibió de sus padres lo derramaba a manos llenas a todos a su alrededor.  En su corazón de niño inocente encontraba todo lo necesario para ser feliz.

                    < < < < < - - - - - - > > > > >            1990

domingo, 18 de diciembre de 2011

ESPEJISMO

Muchos hombres sueñan con llegar a la Ciudad Luz, alguna vez en su vida.  Unos para recrear la vista en los palacios y museos, otros en sus hermosas mujeres.   Wong Lan Chei era uno de los cientos que caminan con la boca abierta y los ojos de plato, queriendo abarcar tooodo el paisaje a su alrededor.  Paseando por los Campos Elíseos, su alma se hinchaba de gozo.  En la Plaza de la Concordia se sentó en una mesita para contemplar a todos los que pasaban por delante: gente bastante estrafalaria, unos llevaban paseando a sus mascotas aristocráticas y las nanas llevaban a los niños aristócratas.   Poco faltaba para que se pellizcara a fin de constatar que estaba pisando suelo francés.  Era un sueño que había acariciado desde la niñez. 

Embebido en aquel torbellino de luces, aromas y colores, desconocidos hasta entonces para él, se fue sumergiendo en una pesada niebla que se levantó frente a él.  La imagen que trajo su memoria eran  los inmensos montes, verdes campos llenos de arrozales, donde todos tenían trabajo, aunque vivían modestamente.  Veía claramente a los labriegos, todos iguales - y entre ellos a sus padres - con las espaldas eternamente encorvadas, sembrando o cosechando el cereal.  Pero aquella monótona seguridad lo aburría. ¿Es que no había algo más, allá detrás de la muralla?

Desde pequeño nació en su mente la idea de conocer otros lugares, volar, cruzar océanos... huir.  Al terminar sus estudios de secundaria sus padres le regalaron, de premio, un libro con fotos de las principales ciudades del mundo, para que viajara con el pensamiento.  Pero ello reforzo su intención y se prometió a sí mismo que saldría de aquella vida aburrida, y nada ni nadie lo detendría.  Creyó que sólo del otro lado de la Gran Muralla lo lograría, olvidando que sus raíces estaban tan profundas como las del cerezo que sembró su padre en el jardín,  el día que nació Wong.

Hubo de esperar hasta los 20 años para ver realizado su sueño.  Por sus altas calificaciones fue becado para ingresar en la Sorbona, en el grupo de extranjeros, donde encontró a Kurt de Alemania, Jarmo de Suecia, Nicole de Suiza, Tomasina de Italia, Juan Carlos de Españas y Alejandrina de Nicaragua.  Siendo más o menos de la misma edad, se identificaron de inmediato y andaban juntos para todos lados:  estudiaban, paseaban, comían y se divertían juntos.  Las veladas las pasaban cantando - Juan Carlos con la guitarra y Jarmo al acordeón, acompañaban la timbrada voz de Alejandrina.  Cuando ella cantaba, Wong quedaba embelezado con sus verdes ojos llenos de coquetería y sensualidad.

Sin embargo, para Alejandrina el atractivo de Wong era su cultura, su religión, sus costumbres.  Lo animaba continuamente para que le platicara de ese país tan distante y desconocido para ella, en donde los dos vivirían un día, felices para siempre.  Y Wong lo creyó de verdad.   Pasaron meses felices en que no volvió a recordar los verdes montes, los sembradíos o la muralla.  Después de dos años de plenitud, Alejandrina congiuió una beca para estudiar canto ¡en Londres!  Era la gran oportunidad de su vida.  Reunió  al grupo para compartir con ellos su alegría, que era tanta que ni por un instante pensó en Wong.  Lo único importante para ella, era que iría a casa y luego a Inglaterra.  Wong, controlando sus emociones, participó de la algarabía de todos e incluso sugirió salir a celebrarlo.  Todos asintieron.

Por la noche, Wong no pudo conciliar el sueño.  ¡No podía dejarla ir!  Era toda su vida.  ¿Y qué de tantos planes pendientes... qué de tantas ilusiones?  Su mente y su corazón se negaban a aceptar su partida.  En una semana ella partiría y Wong se la pasó pensando cómo podría retenerla.  ¿Qué podría ofrecerle para hacerla cambiar?  Lo único que tenía - grande y puro - era su amor, que un día creyó era lo más importante para los dos. 

La noche anterior a su partida, Wong preparó una cena íntima, cuidando todos los detalles que sabía le agradaban a Alejandrina, como sus flores preferidas en la mesa, iluminada con velas.  Brindaron por su éxito con champagne, exquisitos bocadillos, varios quesos y para terminar, marrón glacé, que a ella le encantaba.  Bailaron e hicieron el amor, por última vez.  Entre copa y copa prometiron no olvidarse nunca.  En un momento dado Wong vertió el contenido de un frasquito en su copa y al poco rato el hermoso cuerpo de Alejandrina se desvaneció.  Con gran delicadeza tendió el cuerpo sobre el tapete, tiernamente acomodó su rubia y larga cabellera, cubrió de besos su sonrosada piel.  Tomó un cuchillo, y con gran destreza, cortó el pecho para sacar el corazón.  Lo colocó en un plato y partiéndolo en pedazos, procedió a comerlo, ayudándose a tragarlos con vino y los deliciosos canapés que tan caro le habían costado, pero qué importaba que se hubiese gastado todo lo que tenía, después de aquella noche ya nada importaría.  Al terminar, cercenó los pechos y los devoró con ansias, después fue la boca y por último, sus hermosos ojos verdes, que tan dulces le parecieron siempre.

Ahora se sentía feliz, ella ya no se iría porque vivía en él.  Tranquilamente se recostó junto al cuerpo inerte de su amante y esperó a que el veneno en los órganos que había comido hicieron su efecto.  Lentamente la niebla cubrió todo, llevándolo a su lejano terruño, con sus montes llenos de terrazas, las mujeres y hombres indistinguibles unos de otras, con las espaldas siempre curvas, día tras día.  Veía claramente la muralla  que había limitado su vida, retándolo a encontrar una vida mejor más allá de sus muros.

Cuando el recuerdo de su casa, amigos, padres y dioses se hizo presente, sintió un deseo urgente de volver a la simpleza de su infancia, a la seguridad que despreció... poque ahora sí podría apreciar cada detalle. Pero un agudo dolor le recorrió el cuerpo, cayendo en un abismo profundo.  Mas su abuela, que lo había querido tanto, lo tomó del brazo y lo condujo por un sendero a media luz.  Al final aparecieron los inmensos arrozales, sus hermosas colinas verdes, cubiertas de gente encorvada trabajando la tierra.  Al fin volvía a  respirar y llenar sus pulmones con ese aire limpio y transparente que nunca olvidó.

                    < < < < < - - - - - > > > > >                   1987

domingo, 11 de diciembre de 2011

LAS CARTAS DEL ÁNGEL

Sólo faltaban cinco días para la Nochebuena.  En la ciudad todo bullía:  cantos por doquier, alegría desbordante y carreras por todas partes.  La gente va y viene con prisa, persiguiéndose unos a otros.  Entraban y salían de una tienda para ir a la siguiente, queriendo comprar todos los regalos, sin olvidarse de ningún familiar, amigo o compañero de trabajo.  Aunque fuera un pequeño detalle, pero había que regalar 'algo' a todos.  Los aparadores refulgían con luces de colores:  por aquí se oía el tintinear de las campanas de un Santa Claus ambulante, por allá la risa mal fingida de algún otro.  Sin percatarse bien de todo ello, la gente pasaba y dejaba limosna en cada mano extendida - era la época de dar, la época en que todos se sienten grandemente unidos, como hermanos.

Las avenidas estaban llenas de focos colgantes y en los cruces colgaba una figura alusiva que ilumina  la noche, contagiando su vivacidad a todos los que la contemplan.  En la Alameda central, con sus románticas bancas de piedra, la fuente en el centro y en la esquina norte un kiosko tipo morisco, donde se cantan villancicos.  No podían faltar los globeros - esos maravillosos magos con esferas multicolores suspendidas en el aire,causando la admiración de los niños que con sus ojos llenos de fantasía recorren las figuras transformadas en gusanos, conejos, perros, elefantes y muchos más.  Los Reyes Magos, aunque un poco adelantados, hacen su aparición en una de las esquinas de la plazoleta.  Y en los portales, un sin fin de antojitos y fritanguerías:  sopes, quesadillas, tlacoyos de frijol o haba, tamales de hoja - oaxaqueños o yucatecos - atole, buñuelos, pan de pulque, pan dulce, tacos de carnitas y de cabeza de res, dulces cubiertos o cristalizados... y todo lo que la imaginación, y el estómago, pudieran desear.

Durante los quince días anteriores a Navidad, el zócalo del pueblo se convertía en una feria o kermesse, donde todos compartían en armonía, como una especie de preparación para recibir la más feliz de las festividades del año - la Noche Buena.  Para Antonieta, como para la mayoría de los adultos, la nostalgia por aquellas otras fiestas en que todo fue hermoso, visto con los ojos inocentes de la infancia, resurge de lo más profundo.  Antonieta, aunque se unía a la algarabía, siempre esperaba que ocurriera algo extraordinario en esa noche. 

Sumida en sus pensamientos, Antonia iba una tarde rumbo a la oficina t en un aparador una foto le llamó la atención:  era una calle ancha, flanqueada por grandes árboles que formaban un tunel y el suelo estaba cubierto de hojas.  Vino a su mente una imagen lejana, estaba en tercero de primaria, venía de regreso del colegio, con su hermano, sus amigas y su madre, que siempre iba por ellos.  Corrían y jugaban recogiendo las hojas que la lluvia había tirado, se las aventaban, se perseguían y reían - Aquellas hermosas tardes de lluvia, cuánta alegría nos daban, se dijo a sí misma.  A mamá no le importaba que nos ensuciáramos el uniforme, con tal de vernos felices.  Se había quedado inmóvil, sumergida en el recuerdo mágico que estaba igual de fresco que cuando ocurrió.  Poco a poco se percató de su entorno y sin querer despertar del todo, siguió su camino.

Ya sólo faltaban tres días para Navidad.  En la oficina estaba listo el árbol y alrededor los regalos se iban amontonando.  Ella todavía no había comprado el que le tocaba dar.  Se sentía desmotivada, aunque cooperaba con todos los preparativos.  Esta tarde iré a comprar el regalo - y así lo hizo.  Sin saber bien a bien lo que buscaba, se dejó guiar por la intuición.  Al pasar junto a una casa de antigüedades, algo la hizo entrar.  Recorrió con la vista el lugar hasta frenarse en una casa de muñecas. Se acercó para verla mejor.  ¡Es increible! estos sillones rojos son igualitos a los de Abue, con sus carpetas tejidas a gancho en los respaldos y los brazos.  Mas su asombro se fue agrandando:  en la recámara, la cama, el gran ropero, el tocador ¡eran como aquellos!  Se fue empequeñeciendo hasta penetrar al interior; ahí encontró a los abuelos, tías, tíos, primos,... toda la familia reunida en la enorme mesa del comedor, disfrutando la tradicional ensalada de Nochebuena, que le encantaba a la abuelita.  Hasta el olor del jardín lo podía percibir, a través de las puertas siempre abiertas, hummm...  Alguien la tocó en el hombro y despertó.  Ya vamos a cerrar, si algo le gustó... Su presupuesto no le alcanzaba para llevarse la casa entera, pero salió radiante con la salita de terciopelo rojo - y el regalo para el intercambio.

Llegó el gran día y las labores se suspendieron temprano, se repartieron los regalos, se dieron muchos abrazos.  Hubo muchos brindis, bocadillos y frutos de la estación.  Al cabo de dos horas, unos cantaban desafinados y otros discutían acalorados.  Varios compañeros invitaron a Antonieta a departir la cena en la noche con ellos, pero con todos se disculpó aludiendo a un compromiso anterior.  Esta vez tenía el deseo de compartir sólo consigo misma los recuerdos de tantas noches buenas pasadas.  Siempre había sido el bullicio, la fiesta con amigos y familiares, los brindis, los regalos, los buenos deseos con el amor que brota tan fácilmente en essos momentos.  Ahora quería la tranquilidad, el sosiego, la oportunidad de ser, de sentir el aroma de la felicidad y el perfume del amor que rodea al mundo.

De pregreso a casa pasó frente a la parroquia, en el interior sólo había unas 4 o 5 personas.  Sintió deseos de entrar, sin saber por qué y se entó en una banca y miró el nicho vacío arriba del altar mayor.  A los pocos momentos se abrió una puerta yempezó a aparecer la virgen, empujada desde atrás sobre rieles, vestida de azul cielo, un manto blanco que le cubría la cabeza y una dulce sonrisa iluminaba su cara.  Toña calló de rodillas, sintió como si la hubiera estado esperando para salir a recibirla.  ¡Cuánta dulzura y paz había en su mirada!  Ahí se quedó extasiada, en un diálogo tan profundo y sutil que sólo ellas comprendían.  Cuando salió se sentía tan feliz que irradiaba, desde dentro, tanta luz como una estrella.

Al atardecer llegó a casa, encendió el árbol lleno de foquitos y adornos.  Se sentó en un sillón frente a su obra para contemplar las luces tintineantes que poco a poco iban siendo más fuertes conforme la luz huía detrás de las ventanas y la oscuridad llenaba los espacios.  Y los recuerdos volaron hacia ella.  La última Navidad que pasó con sus padres, la pasó feliz y contenta, llena de regalos, ignorante de lo que se avecinaba. Después del día de Reyes vino la terrible despedida, la enviaron a un internado hasta su mayoría de edad, donde compartiría muchas Navidades con otras cuantas niñas olvidadas como ella.  Apareció la estación del ferrocarril, la figura esbelta y fina de su madre, envuelta en un precioso traje de paño azul ultramar y su padre, elegantemente impecable, con su inseparable bastón.  Meses después se enteraría que sus padres se habían separado - 'cuando crezcas, comprenderás' le dijeron.  Pero a los diez años, ¿qué podía comprender... que los dos la rechazaron?  ¿Que los dos tenían con quien rehacer su vida?  ¿Que a ninguno le había importado sus sentimientos?  Se había jurado no perdonarlos, pero al cabo de los años logró olvidarlos... hasta esta noche, en que había regresado aquella caterva de amargos recuerdos.  Había  aceptado que ellos tuvieron el derecho de escoger su propia vida....  ¡y ella también!

Dio un brinco y se levantó.  Aventó toda sombra de nostalgia.  Prendió las luces y puso sus discos preferidos.  Preparó su cena, algo sencillo pero especial.  Después se fue a la cama y tuvo un sueño curioso:  venían un grupo de ángeles y al pie del árbol, le dejaban un regalo.  Abrió los ojos, era de madrugada, pero   se levanó.  Tenía la sensación de que no había sido sólo un sueño.  Encontró una pequeña caja de cartón blanco con una estrella en la tapa.  En su interior encontró un montón de tarjetitas, con una sola palabra y dibujado un angelito, en cada una.  Contenía también un instructivo:  Estas son las cartas de los Ángeles Aliados, cuando tengas una duda, una decisión que tomnar, concéntrate, has tu pregunta y toma una carta; allí encontrarás la respuesta.

Intrigada y entusiasmada por aquel 'juego', puso manos a la obra.  Una avalancha de preguntas surgieron en su interior ¿pero por dónde empezar?  Se sentó en el suelo y extendió las cartas bocabajo frente a ella.  Tomó una profunda respiración.  ¿}Qué objeto tiene mi vida? volteó una carta:  AMOR.  ¿Pero qué hago con el amor?  La carta decía CREATIVIDAD.  Se quedó pensando qué relación había....  ¡claro! a través de la pintura, que tan poco tiempo le dedico y si pinto cosas bellas...  ¿Realmente les llegará mi mensaje de amor?  Respuesta:  FE.  Quiero y no quiero cambiarme de trabajo ¿qué hago?  ESPONTANEIDAD.  O sea que me echo un volado.  Ajá, creo que voy entendiendo.  Ante las calamidades del mundo ¿qué actitud tomar? COMPASIÓN.  ¿Qué hago con todos los recuerdos "olvidados"?  PERDÓN.  En estas etapas de incertidumbre que me agobian ¿qué hacer?  RENDICIÓN.  Pero, ¿por qué, qué gano?  PAZ.  ¿Que hay en la otra vida? NACIMIENTO.  Si vinieran seres de otros mundos ¿qué necesito hacer para que me lleven? PURIFICACIÓN.  ¿Qué me ha causado la úlcera que tengo?  RESPONSABILIDAD.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas de alegría.  Fue sintiendo cómo un séquito de ángeles iba llegando a responder sus dudas, a curar sus resentimientos, a develar sus anhelos.   Su corazón se sintió pleno de una seguridad que nunca antes había tenido.  Y sobre el tapete sólo quedaba una tarjeta, su corazón golpeaba fuerte su pecho, no había hecho ninguna pregunta pero sabía que el mensaje era de suma importancia.  Al voltearla leyó la simple y llana palabra:   ESPERANZA.

                    < < < < < < - - - - - > > > > >              1989

domingo, 4 de diciembre de 2011

SOLICITUD DE AMOR

Luisa miraba triste por la ventana a la gente que transitaba bullisiosa por la calle.  Ese era su único entretenimiento.  Su madre no podía cargarla y llevarla al parque, como cuando era pequeña.  Su inseparable amigo era un pastor alemán, Campeón, que le traía varitas y hojas enredadas en el pelo, que recibía como regalos del mundo exterior, al que en muy contadas ocasiones tenía acceso.

Un buen día se le ocurrió colgar al collar de Campeón un letrero que decíá "necesito un amigo" y le pidió que saliera a buscarlo.  El fiel animal anduvo recorriendo parques, mercados, escuelas, cines... Pero uno y otro día volvía con el semblante triste, denotando la falta de éxito. -No te preocupes querido amigo, sé que lo encontrarás.  Ahora come y descansa-.  Al otro día salía con nuevos bríos, alegre y juguetón.

Un domingo se fue directo a la iglesia.  A la salida de cada misa, el noble can se paraba frente a la puerta y estiraba el pescuezo, como para hacerles notar el letrero que llevaba.  Pero todos pasaban sin verlo.  Llegó la misa de una, la última y se esforzó aún más en que lo vieran.  Desde lejos vio a una joven simpática.  Intuyó que era la indicada.  La siguió varias cuadras y cuando iba entrar a su casa, le ladró, se sentó en sus cuartos traseros y alzó una pata.  A la muchacha le llamó la atención y se acercó para acariciarlo.  Al ver el letrero pensó que estaba perdido.  -Ajá, con que ya sabes escribir y buscas con quién vivir-.  Campeón sacudió la cabeza y cogiendo delicadamente la bolsa con sus dientes, la jaló.  -Parece que quieres llevarme a alguna parte ¿verdad?-.  Y le volvió a jalar la bolsa.  -Ya veo, tú me vas a llevar con la persona que escribió el mensaje, está bien-.  Ella se dejó conducir por el perro que seguía con la bolsa en el hocico, siempre tirante, hasta que llegaron a la casa.

La mujer tocó el timbre.  La mamá de Luisa salió limpiándose las manos en el delantal.  Leonor le explicó cómo había llegado ahí guiada por el perro, sin saber de qué se trataba.  -Bueno, yo tampoco, le dijo doña Esther, pero estoy segura que mi hija se lo aclarará todo-.  Y precesidas por el guía de oscuro pelaje, llegaron a la habitación de Luisa.  -Me da mucho gusto conocerte y me doy cuenta por qué te entiendes tan bien con tu mascota-.  Leonor era maestra y se avocó a enseñarle todo lo que estuviera a su alcance, ya que Luisa nunca había ido a la escuela y tenía mil preguntas y, aunque ya tuviera once años, latosigaba a su madre con mil interrogantes, como todos los niños.

Todos los días pasaba Leonor a dar su lección, que muchas veces se alargaba más de lo que había establecido, pero la viveza de Luisita la animaba a seguir.  El carácter de la niña había mejorado notablemente.  Durante las comidas se la pasaba contándole a su madre todo lo que había aprendido, sobre las tareas, los entretenidos trabajos que le dejaba la maestra, y sobre todo, lo mucho que le faltaba.  Doña Esther no se cansaba de dar gracias por semejante milagro.

Los días pasaron tomados de la mano, uniéndose para hacer una semana y al llegar a treinta formaron el mes 1, luego el 2, después el 3,  hasta el 12.  Ese día lo festejaron con un pastel horneado en casa.

Casi a los dos años de comenzado este tutelaje, eonor sufrió un grave accidente en la carretera.  Supusieron que había fallecido.  Doña Esther no sabía cómo darle la noticia a su hija, temiendo una reacción depresiva en la niña.  Pero después de dos días de no aparecerse a dar su clase, Luisa tuvo que saberlo.  El golpe fue tan duro que cayó en cama, con altas temperaturas. 

Después de varios días entre la vida y la muerte, Leonor logró salir adelante.  Como resultado del trauna en la espalda quedó paralítica e imposibilitada de volver a dar clases en la escuela.  Aunque doña Esther se enteró de su recuperación, no le dijo nada a su hija, ya que de todos modos no podría volver a darle clases.

Después de cinco semanas Luisista falleció.  Hubo un largo cortejo de amigos, parientes y conocidos que acompañaron el feretro y trataron de consolar a la desventurada madre.  Nadie se percató que cerca de la tumba estaba un perro pastor.  Cuando todos se retiraron, Campeón se echó sobre el montículo de tierra.  Todos los días salía temprano y se pasaba todo el tiempo junto a Luisa y al anochecer volvía a la casa para hacerle compañía a Doña Esther.  -Qué bueno tenerte junto a mí, así se nos hace menos pesada la soledad que nos dejó mi hija adorada-.

La maestra Leonor se fue recuperando poco a poco.  Cuando se sintió más fuerte preguntó por Luisita.  Hubo que decirle la verdad.  -Ni siquiera puedo llevarle unas flores a su tumba- se lamentó con profunda tristeza.  Había nacido un gran cariño entre las dos y ahora que ella también estaba impedida de caminar, la comprendía mucho más. 

Al pasar de los días fue haciendo cuenta de las fechas y los acontecimientos, llegando a la conclusión de que la niña había muerto al pensar que ella había fallecido.  ¿Qué nadie le había informado que había logrado sobrevivir?  -Tengo que hablar con su madre-.  Le envió varios recados solicitando su presencia, pero doña Esther nunca se presentó, ni siquiera le contestó.

Después de tres meses, un día llegó Campeón hasta la casa de la maestra, jadeante y dudoroso.  -¡Pero que gusto de verte querido amigo!  Mira cómo vienes, lleno de lodo ¿qué andabas haciendo?-.  Campeón volteó hacia la puerta de la recámara que estaba entreabierta, con vivas muestras de alegría.  Unos dedos huesudos se asomaron por la orilla de la puerta y se oyó una voz familiar, clara y alegre.   -Perdón por llegar tarde, Srita. Leonor- dijo, mientras la puerta seguía abriéndose. 

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