lunes, 28 de noviembre de 2011

JUGOSA HERENCIA

Cuando estuvo ante la gran puerta de entrada, de gruesa madera y vidrios esmerilados con racimos de flores, sintió que todo el pasado volvía a ella de golpe.  Los seis años que vivió ahí, entre puros adultos, viniendo de una numerosa familia donde podía jugar o pelear con sus hermanos, fueron decisivos para su carácter introvertido.  Dió unos pasos y nuevamente se sintió como el primer día en que su madre la llevó para que su madrina le proporcionara la educación primaria.  La veía igual que entonces, grande y señorial.  Todo seguía perfectamente limpio y en su lugar.

Unos parientes que llegaban presurosos la sacaron de sus cavilaciones.  Todos venían del sepelio a la distribución de la herencia de la señora directora, doña Yolanda Treviño y Cajigal Domínguez, ya que no había tenido hijos y tampoco dejó testamento.  En aquel pueblo y en aquella época los trámites eran sencillos y se despachaban con rapidez.  El actuario había levantado el inventario de los bienes mientras los deudos se encontraban en el campo santo.  Previa identificación de los solicitantes, la entrega se hizo en relación directa al lazo de consanguinidad con la occisa.  Así, al hermano mayor le entregaron las llaves del colegio y al otro hermano le correspondió la hermosa casona rodeada de jardines, que ocupaba casi toda la cuadra.  A los primos directos se les otorgó el menage completo de una habitación por persona.  Los sobrinos reclamaron y echaron pestes, pero el representante de la ley los ignoró, reunió sus papeles y partió. 

Mientras tanto Manola permanecía en un rincón, sin moverse.  Observaba los alegatos, los pleitos y discusiones.  Ella no abría la boca, no pedía, no esperaba, no reclamaba nada.  Todo era demasiado grotesco.  Cuando terminaron las gestiones legales, aquello se volvió un hormiguero en efervesencia:  subían y bajaban muebles, bultos, cajas, maletas.  Entraban y salían hombres, mujeres, cargadores y criados.  Pareciera que todos tenían la consigna de limpiar el escenario en un solo día, sin dejar brizna o recuerdo alguno de la dueña, de su presencia que lo había llenado todo durante su vida entera.

Manola subió lentamente la escalera acariciando el pasamanos de madera pulida, por donde tantas veces se había resbalado, pero a escondidas, porque si la Sra. Directora, como ella exigía que la llamase, se hubiera enterado de seguro la manda fusilar, pues la disciplina que imponía parecia la de un campo militar.  Cuántos recuerdos amargos había impregnados en los muros, envueltos en las cortinas, guardados entre los cojines y escondidos tras los muebles.  Ahora veía todo muy diferente, sólo el dolor muy dentro de ella aleteaba en espasmos, al recorrer con la vista cada rincón.  Y se unía a ello la tristeza de ver cómo los buitres se abalanzaban sobre las cosas, que después de todo, era lo único que había dejado y cuya vida es menos efímera que la de la carne.

Llegó hasta la recámara principal, donde los beneficiados se apresuraban a hurgar los cajones del ropero, el chifonier, la cómoda, los buróes, aventando todo en cajas de cartón o sobre ropa de cama que amarraban y se llevaban arrastrando.  Sobre el colchón de la cama, ya sin cobijas, había cuatro cajas:  una rosa transparente que habría contenido rosas alguna vez, una de madera con la etiqueta todavía de chocolates Wong´s por debajo, otra de zapatos y la última, redonda, forrada de papel lustre azul.  La tía Remedios al verla junto a la cama le dijo "esas cajas tienen un montón de papeles y cositas personales de tu Madrinita.  Creo justo que tú las guardes, yo no tengo tiempo para ver de qué se trata".  Y dirigiéndose a su hija la apresuró "ya mañana mandaremos la mudanza por los muebles, vámonos".

Manola se sentó en la cama y tranquilamente abrió una caja:  contenía chucherías sin gran valor, como tarjetas con dulces dedicatorias, boletos de teatro, pedazos de envolturas, flores secas, etc.  Abrió la más grnde y encontró montónes de cartas atadas con listones de diferentes colores.  Sacó una carta y lo primero que buscó fue la firma - Alfredo.  Rebuscó en la caja anterior, sacó una de las tarjetas y vió que era el mismo nombre.  Checó la fecha de la carta, 1894, la volvió a doblar y la colocó en el mismo atado.  Tomó otra de diferente montón, año 1898, firmaba el mismo hombre.  La curiosida y una cierta alegría empezaron a brotar de su interior.  La casa estaba en silencio y comprendió que la jauría se había ido a descansar.  Abrió la caja rosa de las flores... y ¡había más cartas!  Con toda tranquilidad y sabiendo que nadie interrumpiría, fue colocando en línea los bultitos, checando que las fechas fueran consecutivas.  Al terminar tenía ante sí dos hileras de diez montones de cartas.  ¡Veinte años de la vida de la tía Coronel!  Se sentó en el suelo y empezó a leer con toda calma una por una desde el principio - 1892.  Sin sentirlo pasaron y se fueron las horas de la noche y entró por la ventana desnuda la luz del amanecer, cuando todavía le faltaban tres atados por leer.

Serían como las nueve de la maana cuando retornó al presente.  Sintió el cansancio de golpe, se estiró y cayó de espaldas sobre la mullida alfombra verde Nilo con un rosetón de flores al centro.  En sus labios se fue formando una sonrisa y siguió empliándose hasta la carcajada. ¡Qué increible! Estoy segura que nadie supo jamás de este romance, hubiera sido la comidilla del pueblo.  Qué tremenda mujer, mantener secreto ese tórrido idilio tantos años, con esa entrega absluta, en total reserva y discresión para que no se enterara la esposa, que también era maestra de su colegio.  Manola se retorcía de risa y rodaba por el piso de un lado a otro.  En verdad que esto es para hacer una película o un libro... qué tal si hago una selección de las cartas y las edito... ¡sería un hitazo!  Todos quedarían atónitos  con la revelación de que esta mujer de hielo, no era así.  La Sra. Directora con un amante más joven que ella...  el mismísimo profesor de química... y la pobre esposa , de boba... y sus hijos....

En este punto se atoró - sus hijos... su esposa... ¿Y qué derecho tenía ella para destruir su memoria, acaso la odiaba tanto como para hacer algo así?  Aquel hombre invisible perdería el respeto de su familia  ¿para qué destruir un hogar?  Por un momento sintió horror ante la responsabilidad de tener, precisamente ella, el futuro de muchos en sus manos.  Manola siempre había respetado la vida que quisiera llevar cada uno y los aceptaba sin reservas.  Por algo el destino le había entregado la vida íntima, tan yuxtapuesta a su realidad, de una mujer que no podría defenderse.  Y no sería ella quien ofreciera ese banquete a la morbosidad de una sociedad hipócrita y mojigata.

Se levantó y volvió a anudar cada bultito con su cinta de seda y los fue colocando en sus cajas.  Ya después revisaría todos los demás recuerdos.  En el fondo de un cajón pudo encontras una sábana olvidad, en la que puso las cajas.  Se echó el paquete al hombro y bajó las escaleras.  Ya en la puerta, antes de traspasarla por última vez, volteó y sin hacer caso del desorden reinante, se despidió  "Gracias Madrina por haberme permitido conocerte y saber que bajo la gruesa coraza latía un valiente corazón".   Recorrió los jardines con el alma henchida de alegría, sabiendo que a ella le había tocado la parte más valiosa de la enorme fortura de la Señora Directora, doña Yolanda Treviño y Cajigal Dominguez.

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sábado, 19 de noviembre de 2011

FLOR IMAGINARIA

¡Al fin vas a llegar  Pronto... muy pronto.   Toda la vida ha cambiado repentinamente, con la sola noticia de tu llegada.  Todo es más hermoso,los colores más vivos, los aromas más intensos.  Todo se transforma al sentir tu proximidad, sabiendo que somos una misma carne y como yo, un mismo sexo:  hermoso, sensible y perfecto.

¡Tengo tantos planes para ti! Me paso las noches pensando cómo serás:  el botoncito de una bellísima rosa, que cuidaré con todo mi amor para evitarte tropezones.  Te enseñaré a amar a todas las criaturas y  las expresiones de la naturaleza.  Aprenderás muchas artes, porque todas son sublimes y alimentarán tu corazón, ayudandote a repudiar las bajezas del mundo para que no te toquen.

Pero no. Espera. ¡Estoy loca!  Cómo pretendo decidir tu vida, limitarte a mis emociones, influir en tus pensamientos y querer modificar tus sentimientos.  ¡No!  Tú serás tú.  Día a día irás descubriendo tu camino y la forma en que decidas andarlo;  buscarás y hallarás tus motivaciones;  decidirás cómo deseas vivir y el tamaño de la grandeza que quieras alcanzar.  Porque tú y no yo ni nadie más, será quien recoja los frutos, buenos y malos, que te ayudarán a lograrlo, cuando llegue el tiempo de la cosecha.  Así debe ser y así será, te lo prometo.

El conocer tu llegada es algo tan maravilloso que me confunde los sentidos y por eso hago constantes planes para nuestro futuro, pero no temas, seré parte y no autoridad, tendrás tu individualidad para que conozca tus alcances y tus limitaciones, amando y respetando, primero a ti y por consecuencia a los demás.  Te quiero fuerte, te quiero audaz, te quiero... te quero ¡ya!

Los días y semanas parecen que pasan lento, deseo tanto tenerte que te veo en todas partes:  el sol iluminando tus cabellos, el viento refrescando tus mejillas, los árbole que te susurran un canto de cuna y tus ojos, limpios e inocentes, se me presentan en toda criatura de la naturaleza, igualmente tierna y pequeñita como tú. Te abrazo al besar la flor, te oigo en los trinos límpidos de los verdines, tu risa es clara como el agua que calma mi sed y tu piel, tierna y suave, es como el rocío de la mañana, que antecede al despertar del sol y de la vida.

Me gusta salir al campo contigo, pra que veas, a través de mis ojos, loshermosos campos y escuches, a través de mis palabras, un canto a la vida.  Así, un día llegamos a un pueblecito pintoresco, como hay tantos en nuestra hermosa patria.  En ese momento pasaba un desfile, precedido por una pequeña banda de música.  Nos detuvimos a ver la procesión y resultó ser un cortejo fúnebre.  Llevaban a un pequñito muerto, cubierto con guirnaldas de colores y sus manitas juntas, como en oración.  Su madre, sola, lo cargaba.  Sin pensarlo, los seguí hasta el cementerio.  Ahí, tras depositar el cuerpecito en la yerma tierra, empezaron todos a cantar una melodía suave y dulce, como un arrullo, que me provocó un llanto incontenible.  Enseguida, empezaron a lanzarcuetes y petardos, que subían hasta el cielo para convertirse en flores multicolores, allá donde se encontraba ahora la criatura.

Mi mente estaba muy confundida, el corazón lo sentía oprimido ya que no comprendía el por qué de tanta algarabía.  Pues veía que la gente era realmente feliz.  Y según escuché, todos estaban contentos de tener otro angelito en el cielo..

Una terrible punzada se clavó en mi vientre y salí huyendo, abrazándote a través de mi piel, para que no te dieras cuenta de esa tragedia, alegremente festejada.  O quizá fue por la fugaz idea de que pudiera ser yo quien te llevaba en brazos, porque en mi mundo no me enseñaron a ver con esa naturalidad los procesos inalterables de la vida y la muerte.  Sin embargo, esos "indios", quizá analfabetos, mostraban más valor y más coraje para aceptar con naturalidad esos sucesos.  Recuerdo vivamente la cara de esa madre, imperturbable, llena de resignación y podría decir, que en sus ojos había esa paz divina, que sólo la aceptación de las voluntades, puede dar.

Durante mucho tiempo recordé aquella escena y me aterraba, como a cualquiera, la sola idea de perder lo que con tanto anhelo se espera.  Porque no, no tendría la entereza, la fortaleza de aquella madre.  ¡Yo me moriría de dolor!

Pero no fue así.  No me morí.  Hoy, ya con la cabez cana, las piernas lerdas y los ojos secos, sigo pensando en ti, porque aunque nunca llegaste, siempre estuviste aquí dentro.  Te quedaste en mi corazón... para no dejarme jamás.

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domingo, 13 de noviembre de 2011

Minino

Entró sigilosamente por la ventana abierta, que aunque estaba en la parte alta de la casa,  le era de fácil acceso trepándose por el ciruelo del jardín, cuyas ramas llenas de flores, rozaban la ventana de Cristina, que siempre procuraba dejarla abierta para que su perfume penetrara en la habitación y endulzara sus sueños. 

Con su agilidad habitual trepó al árbol, caminó por la rama que conocía era más segura y se detuvo en el marco de madera de la ventana.  Sus grandes ojos, de un azul tan intenso como la flama de un encendedor, recorrieron el cuarto, observando todo sin moverse.  Con su elasticidad característica brincó al suelo sin hacer el menor ruido y se dirigió a la cama, donde dormía plácidamente la joven.  Estiró su cuerpo para dar el salto y trepó sobre las cobijas.  Sus pasos eran lentos y cautelosos, como tratando de no despertarla.  Llegó hasta sus manos, que descansaban sobre el regazo y posó su cabeza dulcemente en ellas, sin poder evitar interrumpir sus sueños.

Cristina, aún semidormida, sintió el peso de su pequeño cuerpo y de inmediato supo que había llegado, como todas las noches, desde... aquel terrible momento de tanta desesperación que había pedido también la muerte para ella, aunque la respuesta  que llegó fue de forma muy distinta.  Alargó el brazo para acariciar su fino pelo y él de inmediato arqueó el lomo, respondiendo a sus caricias.  El dulce ronroneo y el delicado perfume de las flores los envolvían en sus sueños.

A la mañana siguiente se levantaba alegre y llena de vida.  Iba directo a la regadera, se vestía, bajaba a desyunar y volvía a subir por su bolsa o su saco;  pero, sobre todo, nunca se iba sin darle un beso en la nariz a un gato de peluche blanco con grandes ojos azules, que dejaba bien acomododado en la cama - Hasta la noche, mi amor. 

Por las tardes, al salir del trabajo, Cristina se reunía frecuntemente con un grupo de amigos a platicar de temas esotéricos o acudía a determinados sitios donde se había programado una meditación en grupo.  Los más adelantados hacían viajes astrales, y con eso soñaba Cristi.  Estudiaban y leían mucho, debían estar bien preparados, para protegerse al entrar en otros planos.  Pero había que tener paciencia, el camino hasta la meta, era largo.   Por fin llegó el día en que se reunieron para que Cris hiciera su primer 'viaje'.  Entre todos la guiarían y ayudarían, sobre todo al regreso.  Aunque al principio los desprendimientos fueron cortos, poco a poco se hicieron más y más largos, en tiempo y distancia.  Cristi esperaba ansiosa la reunión semanal para avanzar un poquito cada vez, además de experimentar la grandiosa sensasión de 'salirse' fuera de sí misma.

Por las noches platicaba con Minino sobre sus avances, su esfuerzo y la esperanza del reencuentro, que se veía cada vez más cercano.  -Ya falta poco, ya verás, nuevamente estaremos juntos y entonces nadie podrá separarnos.-  Mientras tanto, todas las noches dormían juntos, él acurrucado en su regazo y ella acariciándolo tiernamente, soñanado que cada día estaban más cerca.

En ocasiones los padres de Cristina se preocupaban, dado que la oían hablar en su recámara y al entrar la encontraban dormida abrazando su gato de peluche.  -No es posible, que a su edad duerma con un muñeco- se quejaba la madre.  -Lo que más me preocupa es ese nerviosismo interno que noto en ella, corre todo el día y cuando llega por la noche, no quiere ni cenar, se va directo a su cuarto, como si algo importante hubiera ahí- comentó el padre.  -Yo creo que ese grupo de gente rara con quien se junta, le ha metido ideas extrañas;  después de tanto tiempo que tardó para olvidarse de aquel... y ahora no suelta el gato que le regaló;  creo que hablaré con ella, no sea que se meta en un problema gordo.-

Las semanas pasaron y una noche esperó despierta a Minino, tenía algo muy importante que decirle.  -Mañana será un gran día para los dos, estaré contigo allá donde vivies y ¡te volveré a ver! no sé si tú podrás verme a mí, pero procura estar alerta entre siete y ocho, mañana.-  Tomó con amor al gato entre sus brazos, lo arrulló y juntos recordaron tantos bellos momentos compartidos, antes del accidente, hacía ya tantísimo tiempo.  Su último regalo había sido aquel gato blanco de peluche, que para ella representaba la presencia misma de su amado, al que se aferraba para calmar la terrible angustia de su ausencia, tan difícil de soportar.

Siguió estudiando, practicando y logrando más habilidad. Así,  poco a poco  se iba materializando su ferviente anhelo.  Por lo que, todas las noches, apenas visibles en el marco de madera de la ventana  alta, se distinguen una bella gatita morisca y un hermoso gato blanco, siempre juntos, ronroneando uno al otro, semiocultos entre las flores y el ramaje del ciruelo, cuyo aroma penetra suavemente al cuarto donde Cristi duerme plácidamente en su cama, abrazando un muñeco de peluche.

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domingo, 6 de noviembre de 2011

Enigmático sino

Errante, sin rumbo fijo, deambula por las calles, arrastrando los cansados pies.  La espalda curvada por los años, camina y camina viendo pasar las cosas, los días y la vida, reflejado en los escaparates que lo ven pasar.  Recoge todo lo que a su paso le llama la atención:  frascos, fierros, corcholatas y mil cosas más.  En los basureros busca "cosas maravillosas" que han desechado aquellos que tienen más que él, como relojes viejos, triciclos rotos, sillas desvencijadas, etc.

Se lleva consigo el hallazgo.  En casa lo limpia y coloca en el lugar que le corresponde;  porque en los ruinosos cuartos donde vive ha destinado un espacio para cada espacie, donde apila sus 'tesoros', uno sobre otro.    Así, en el bracero de la vieja cocina de leña, que ha decenios no se usa, hay latas de diversos tamaños y formas:  unos son de refresco, otras de cerveza, también las hay de chocolate.  Casi llegan al techo.  Junto, en la otra mitad del bracero, hay frascos de mostaza o cajeta y claramente se ve por el polvo que los cubre, el tiempo que cada uno ha estado ahí.

En otro cuarto hay cajones de madera con herramienta, clasificada también por especie:  pinzas en uno, en aquel hay martillos, destornilladores en otro,  en éste navajas(que son las más, porque le encantan).  En las paredes hay tablones a manera de repisas, con colecciones de radios que no suenan, relojes que no caminan, figuras de cerámica rotas, tazas desportilladas o pegadas y pequeños juguetes que pasaron su momento de gloria.

En el salón, que en un tiempo muy lejano fue el comedor, guarda sillas rotas, un sillón y un sofá con las 'tripas' de fuera, entre los enormes y hermosos muebles de la vieja casona, junto a trapos viejos, zapatos sin tacones o suelas, montones de periódicos y un sin fin de cosas más;  todas amontonadas, todas sucias y mojadas por el agua que se filtra desde el techo, que amenaza con venirse abajo en cualquier momento, para espanto de las ratas que ahí anidan.

Por la noche, los espectros parecen hacerse presentes entre los montones de hierbas, piedras y escombro, que hay por doquier.  Las sombras de la noche, el crujido de los viejos muros que cansados de tanto abandono quieren caer, el chillido de los muchos animalitos de ojos brillantes que comparten los espacios y el aullido lastimero de un viejo perro, guardián y protector del territorio de su amo,  se unen a los recuerdos y a los remordimientos, cuando el viejo cuerpo cansado, busca el descanso reparador. 

Pero ¿este hombre tendrá la lucidez suficiente para tener remordimientos o recuerdos?  Después de tantos años de vivir en ese aislamiento voluntario ¿se pondrá a recordar?  Qué cosas podría ponerse a recordar, si a pesar de haber sido el único hijo varón, después de seis mujeres,  muy poco fue lo que participó del calor familiar.  Nacido en el seno de una familia unida y amorosa, con posibilidades para una vida plena, las circumstancias lo marcaron para siempre.  Al dar a luz su madre enfermó de flebitis, por lo que las hermanas del padre lo cuidarían un tiempo, que se prolongó dos años;  al retornar al hogar su madre asegura que se lo cambiaron y lo rechaza (rechazo que duraría toda la vida).  Desde pequeño su padre le exige demasiado, por vivir rodeado de mujeres y minimiza su carácter;  al mismo tiempo que alterna temporadas frecuentes con las tías de crianza, quienes lo chiquean y apañalan.  Al llegar a la secundaria su padre decide internarlo en un colegio para varones en la misma ciudad, pero a donde sus padres jamás se presentarán a visitarlo, tan sólo lo ven cuando son vacaciones y no las pasa con sus queridas tías. 

Recuerdos del esplendor y la felicidad que compartieron sus padres y sus hermanas, él no los tiene.  Remordimientos por destruir su casa o por tener los retratos de sus padres entre la humedad y las ratas ¿por qué habría de tenerlos?  ¿Podrían sus antepasados reclamarle algo?  Quizá él tenga más que aclarar y reclamar.

Vive día a día entre el polvo de los escombros, los vapores hediondos de la basura y el humo constante de los cigarrillos que no se apartan de su boca, terrible vicio que consume su existencia  lentamente y que refleja su inexorable avance la tos que lo acompaña.  Rehusa toda ayuda y sobre todo de un médico, porque sería muy posible que lo internaran y eso significaría dejar su castillo y sus tesoros.  No quiere salirse porque comprende, todavía, que esa casona es de él ... y de sus hermanas.  Y no quiere compartir.  ¡No puede!  Por eso se ha enterrado ahí, por eso ha destruido paredes volviéndolas cerros de escombro, por eso ha llenado las piezas con sus posesiones, por eso ha ocupado todos los espacios...  para que a nadie se le antoje compartir con él esa casona. 

A él no le importa tanto abandono, porque es su creación, su obra maestra, su fortaleza, de donde nadie lo podrá sacar.  ¿Habrá quién se atreva a vivir en ese fantasmagórico y alucinante espacio?  Quizá ni él lo sabe, pero es su forma de vengarse de todo lo que no compartió, de todo lo que ahí pasó y no se enteró, de todo lo que no le dejaron vivir.  Por eso, al morir su madre y dado que él vivía arrimado en un cuartito con un catre en el rincón, apeló a su miseria, a su falta de recursos y a veinte cosas más para que no lo sacaran;  se arrastró e imploró,  hasta que conmovió el tibio corazón de sus hermanas y aunque ellas nunca pensaron que sería para siempre, él se fue quedando, se fue quedando y se quedó hasta el final.  Sobrevivió a sus hermanas y ni siquiera a sus entierros asistió.  Después de todo, él no ´sentía que tuviera algo que agradecerles.

¿Había ganado la batalla?  El sobrevivir en esa atmósfera y llegar a confundirse con el paisaje ¿era un triunfo?  Pero, qué podía hacer, nunca tuvo algo mejor y se aferró a esos muros, a ese pasado sin recuerdos, a muchos rencores contra aquellos que no le enseñaron a compartir y a amar.

Sentada en la fuente tranquilamente, se ve en todo momento, la eterna amiga que nos acompaña desde el nacimiento:  la Muerte, temida por unos, anhelada por otros, pero que al fin y al cabo redime a todos.  Mientras, el viejo toma café y fuma sus cigarrillos, entretenido en desclavar cajones, acomodando pacientemente las tablas, apilándolas por tamaños, separa los clavos chuecos para enderezarlos después... mañana... en otra ocasión.  Al fin no hay prisa.

Serena la Parca espera a que llegue el día en que se hará presente.  Ella tampoco tiene prisa.  Sabe que el día... llegará.
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