domingo, 25 de diciembre de 2011

LOS SANTOS INOCENTES

Nació el 28 de diciembre y a sus padres se les ocurrió llamarlo Inocencio.  Mas el bebé nació con ciertos síntomas peculiares, por lo que el médico realizó algunos exámenes preliminares, antes de hablar con los padres.  El niño sufría un severo retraso mental.  La madre, Violeta, lloró desconsolada - Qué he hecho para que Dios me castigue así.  Aunque Manuel, su esposo, trató de alentarla en mil formas, ella se dejó llevar por la desesperación.  La armonía habitual del hogar se desplomó, una constante tensión flotaba en el aire.  Después de un tiempo, Violeta se decidió a hablar con su marido. Había tomado una resolución.

Manuel necesito de tu amor y sobre todo de tu comprensión.  Ya no resisto, he puesto mi mejor empeño. Pero... han pasado tres año, tres largos y tortuosos años y no logro aceptar a Inocencio.  Quiero que te lo lleves... a donde quieras.  Por favor aléjalo de los niños y de mí.  No es posible seguir viviendo esta agonía.

Manuel se quedó de una pieza.  Siempre había temido que este momento llegara y se aferró a la esperanza de que nunca sucedería.  Sintió como si nadara en una pesadilla.  ¿Cómo era posible que tuviera tanto amor para con los otros y a este lo hubiera excluido?  ¿Es que el amor materno no se da a todos los hijos?  Y cómo podía pedirle su colaboración para semejante bajeza, sabiendo el profundo amor que él sentía por Inocencio, tratando de compensar el rechazo de todos los demás.  Si ella sabía de las noches en que iba a buscar a su hijo para arrullarlo y cantarle durante horas.  Y ahora, le pedía su ayuda para deshacerse de él como si fuese un cacharro que estorba.

Al reclamarle, ella se defendió.  Me ha costado mucho trabajo tomar esta decisión, pero sé que hay lugares donde podrían atenderlo mejor que aquí.  Y por supuesto que ya tienes información sobre 'esos lugares'.  También he hablado con algunos médicos y me aseguran que estaría muy bien atendido, además... no sé da cuenta de nada.  ¡Es el colmo! hasta las plantas crecen más hermosas cuando reciben amor, ¿acaso tú sabes lo que es amor?  Lo que tú sientes por Inocencio no es amor, es lástima y te has olvidado de amar a los otros tres... y a mí.  No es verdad, los amo a todos, sólo trato de compensar su desgracia, después de todo no tiene la culpa y en dado caso la culpa sería mía.  Tus sentimientos están llenos de culpa y así no se puede dar amor;  los médicos que hemos consultado aseguran que es cuestión de genética;  deja de torturarte. 

Manuel se paseaba de un lado a otro, sin poder sentarse a discutir el asunto.  Esos estúpidos galenos se creen dioses que lo saben todo... y están en pañales.  Sólo te escondes tras tus brillantes conclusiones para no tomar una decisión que sabías llegaría tarde o temprano.  ¡No me escondo de nada! simplemente le doy un poco del amor que todos le niegan.  ¿Y no has pensado en el futuro de tus hijos... comoquién querrá casarse con Lucía y Erika?  No me importa nada.

Azotando la puerta, Manuel salió de la casa, furioso.  Sentía una herida profunda en el pecho, la decisión se había vuelto impostergable y, sin embargo, no podía... no podía.  Caminó sin rumbo por horas, tratando de aclarar sus ideas y llegar a tomar una decisión.  Ni siquiera se acordó de presentarse en la oficina ycuando Violeta llamó para saber por qué no había ido a casa a comer, se enteró.  Ella lo conocía bien y comprendió la tremenda lucha por la que estaría pasando.  Cerca de la media noche, sonó el teléfono y Violeta brincó instintivamente, mientras su corazón se aceleraba.  Levantó temerosa la bocina y oyó la voz llorosa de Manuel:  Por favor... ven por mí.

Pasaron unos días sin hablar del asunto.  Hasta que una noche, Manuel fue quien empezó.  He recapacitado en la situación de Inocencio y qué será de él el día que no me... no nos tenga; me gustaría hablar con esos doctores que dijiste.  Podemos ir mañana, ellos están todo el día en el hospital.  Mañana... está bien.  Sin decir más, se tomaron de las manos.  Dios nos dará las fuerzas necesarias, Manuel.  Y espero que también el suficiente egoismo, replico él. 

No conformes con una opinión, recorrieron varias instituciones dedicadas a la atención de niños con problemas cerebrales y conocieron casos patéticos en que las criaturas no eran capaces de sostener un lápiz o llevarse la cuchara a la boca, cosas que Inocencio dominaba.  Algunos médicos les aseguraron que el niño tenía posibilidades de avanzar bastante bajo su cuidado, ya que la sobreprotección de los padres los inutilizan.  Cuando por fin eligieron el lugar más idóneo, llevaron a Inocencio, mientras los demás estaban en la escuela, al Centro de Capacitación Infantil.  Al despedirse un remordimiento lacerante les quemó las entrañas.  Pero el tiempo fue mitigando su dolor, las constantes visitas y los adelantos que veían en su hijo, les ayudó a cerrar la herida.  Veinte años más tarde la vida les daría la razón.

Entre las actividades que tenían los niños para desarrollar sus habilidades manuales y mentales, a Inocencio le gustó la pintura, aunque al principio sólo chupaba y mordía los pinceles.  Pero poco a poco fue dominando la técnica del óleo e incluso también incursionó en la acuarela, volcando en sus pinturas todo el mundo fascinante y maravilloso que llevaba dentro.  El director del plantel, viendo la calidad de su trabajo, organizó, junto con sus maestros, una exposición de sus mejores cuadros.  Alguien invitó a la prensa y así, Inocencio empezó su carrera artística.  Sus padres que lo apoyaban, sin percatarse de la calidad de su obra, se quedaron sorprendidos al escuchar la opinión de los críticos.  Los hermanos, faltos de amor, se la pasaron riendo, más bien por ignorancia y envidia.

A partir de entonces su trabajo adquirió renombre.  Las galerías se peleaban sus cuadros y hasta los coleccionistas extranjeros se interesaron por su producción.  Mas una sombra empañó esos años, sus padres fallecieron en un accidente y los médicos temieron la reacción del chico, ya que sus visitas frecuentes constituían un gran incentivo para él.  Cómo explicarle a un niño de 7 años mentales, el significado de la muerte. ¿Sería suficiente decirle que sus padres se fueron a vivir a las estrellas?  Profesores y médicos redoblaron el afecto sincero que sentían por él.  En sus pinturas se notó de inmediato la ausencia de sus seres queridos.  Con el tiempo se fortaleció y su obra mejoró.

Dos meses después del accidente, los hermanos empezaron a gestionar la custodia legal fuera de la institución.  Apelaron a todas las leyes y después de dos años, lo lograron.  Para Inocencio significó una gran alegría vivir en su casa, con su familia, aunado a la libertad de entrar y salir cuando quisiera.  Para Erika, Raúl y Lucía, el 'aguantar al hermanito'   significaba un gran porvenir colmado de lujos, viajes y demás extravagancias que cada uno imaginaba.   A los 25 años, Inocencio era millonario, aunque ignorara todo lo que podía lograrse con tanto dinero.   En su mundo infantil las armas eran de plástico y las balas invisibles, las guerras eran juegos entre indios y cherifes, la tragedia se armaba por no encontrar una canica y le contentaban con helado y pastel.  En su mundo todo era limpio, era sincero como su mirada y su sonrisa.  El amor que recibió de sus padres lo derramaba a manos llenas a todos a su alrededor.  En su corazón de niño inocente encontraba todo lo necesario para ser feliz.

                    < < < < < - - - - - - > > > > >            1990

domingo, 18 de diciembre de 2011

ESPEJISMO

Muchos hombres sueñan con llegar a la Ciudad Luz, alguna vez en su vida.  Unos para recrear la vista en los palacios y museos, otros en sus hermosas mujeres.   Wong Lan Chei era uno de los cientos que caminan con la boca abierta y los ojos de plato, queriendo abarcar tooodo el paisaje a su alrededor.  Paseando por los Campos Elíseos, su alma se hinchaba de gozo.  En la Plaza de la Concordia se sentó en una mesita para contemplar a todos los que pasaban por delante: gente bastante estrafalaria, unos llevaban paseando a sus mascotas aristocráticas y las nanas llevaban a los niños aristócratas.   Poco faltaba para que se pellizcara a fin de constatar que estaba pisando suelo francés.  Era un sueño que había acariciado desde la niñez. 

Embebido en aquel torbellino de luces, aromas y colores, desconocidos hasta entonces para él, se fue sumergiendo en una pesada niebla que se levantó frente a él.  La imagen que trajo su memoria eran  los inmensos montes, verdes campos llenos de arrozales, donde todos tenían trabajo, aunque vivían modestamente.  Veía claramente a los labriegos, todos iguales - y entre ellos a sus padres - con las espaldas eternamente encorvadas, sembrando o cosechando el cereal.  Pero aquella monótona seguridad lo aburría. ¿Es que no había algo más, allá detrás de la muralla?

Desde pequeño nació en su mente la idea de conocer otros lugares, volar, cruzar océanos... huir.  Al terminar sus estudios de secundaria sus padres le regalaron, de premio, un libro con fotos de las principales ciudades del mundo, para que viajara con el pensamiento.  Pero ello reforzo su intención y se prometió a sí mismo que saldría de aquella vida aburrida, y nada ni nadie lo detendría.  Creyó que sólo del otro lado de la Gran Muralla lo lograría, olvidando que sus raíces estaban tan profundas como las del cerezo que sembró su padre en el jardín,  el día que nació Wong.

Hubo de esperar hasta los 20 años para ver realizado su sueño.  Por sus altas calificaciones fue becado para ingresar en la Sorbona, en el grupo de extranjeros, donde encontró a Kurt de Alemania, Jarmo de Suecia, Nicole de Suiza, Tomasina de Italia, Juan Carlos de Españas y Alejandrina de Nicaragua.  Siendo más o menos de la misma edad, se identificaron de inmediato y andaban juntos para todos lados:  estudiaban, paseaban, comían y se divertían juntos.  Las veladas las pasaban cantando - Juan Carlos con la guitarra y Jarmo al acordeón, acompañaban la timbrada voz de Alejandrina.  Cuando ella cantaba, Wong quedaba embelezado con sus verdes ojos llenos de coquetería y sensualidad.

Sin embargo, para Alejandrina el atractivo de Wong era su cultura, su religión, sus costumbres.  Lo animaba continuamente para que le platicara de ese país tan distante y desconocido para ella, en donde los dos vivirían un día, felices para siempre.  Y Wong lo creyó de verdad.   Pasaron meses felices en que no volvió a recordar los verdes montes, los sembradíos o la muralla.  Después de dos años de plenitud, Alejandrina congiuió una beca para estudiar canto ¡en Londres!  Era la gran oportunidad de su vida.  Reunió  al grupo para compartir con ellos su alegría, que era tanta que ni por un instante pensó en Wong.  Lo único importante para ella, era que iría a casa y luego a Inglaterra.  Wong, controlando sus emociones, participó de la algarabía de todos e incluso sugirió salir a celebrarlo.  Todos asintieron.

Por la noche, Wong no pudo conciliar el sueño.  ¡No podía dejarla ir!  Era toda su vida.  ¿Y qué de tantos planes pendientes... qué de tantas ilusiones?  Su mente y su corazón se negaban a aceptar su partida.  En una semana ella partiría y Wong se la pasó pensando cómo podría retenerla.  ¿Qué podría ofrecerle para hacerla cambiar?  Lo único que tenía - grande y puro - era su amor, que un día creyó era lo más importante para los dos. 

La noche anterior a su partida, Wong preparó una cena íntima, cuidando todos los detalles que sabía le agradaban a Alejandrina, como sus flores preferidas en la mesa, iluminada con velas.  Brindaron por su éxito con champagne, exquisitos bocadillos, varios quesos y para terminar, marrón glacé, que a ella le encantaba.  Bailaron e hicieron el amor, por última vez.  Entre copa y copa prometiron no olvidarse nunca.  En un momento dado Wong vertió el contenido de un frasquito en su copa y al poco rato el hermoso cuerpo de Alejandrina se desvaneció.  Con gran delicadeza tendió el cuerpo sobre el tapete, tiernamente acomodó su rubia y larga cabellera, cubrió de besos su sonrosada piel.  Tomó un cuchillo, y con gran destreza, cortó el pecho para sacar el corazón.  Lo colocó en un plato y partiéndolo en pedazos, procedió a comerlo, ayudándose a tragarlos con vino y los deliciosos canapés que tan caro le habían costado, pero qué importaba que se hubiese gastado todo lo que tenía, después de aquella noche ya nada importaría.  Al terminar, cercenó los pechos y los devoró con ansias, después fue la boca y por último, sus hermosos ojos verdes, que tan dulces le parecieron siempre.

Ahora se sentía feliz, ella ya no se iría porque vivía en él.  Tranquilamente se recostó junto al cuerpo inerte de su amante y esperó a que el veneno en los órganos que había comido hicieron su efecto.  Lentamente la niebla cubrió todo, llevándolo a su lejano terruño, con sus montes llenos de terrazas, las mujeres y hombres indistinguibles unos de otras, con las espaldas siempre curvas, día tras día.  Veía claramente la muralla  que había limitado su vida, retándolo a encontrar una vida mejor más allá de sus muros.

Cuando el recuerdo de su casa, amigos, padres y dioses se hizo presente, sintió un deseo urgente de volver a la simpleza de su infancia, a la seguridad que despreció... poque ahora sí podría apreciar cada detalle. Pero un agudo dolor le recorrió el cuerpo, cayendo en un abismo profundo.  Mas su abuela, que lo había querido tanto, lo tomó del brazo y lo condujo por un sendero a media luz.  Al final aparecieron los inmensos arrozales, sus hermosas colinas verdes, cubiertas de gente encorvada trabajando la tierra.  Al fin volvía a  respirar y llenar sus pulmones con ese aire limpio y transparente que nunca olvidó.

                    < < < < < - - - - - > > > > >                   1987

domingo, 11 de diciembre de 2011

LAS CARTAS DEL ÁNGEL

Sólo faltaban cinco días para la Nochebuena.  En la ciudad todo bullía:  cantos por doquier, alegría desbordante y carreras por todas partes.  La gente va y viene con prisa, persiguiéndose unos a otros.  Entraban y salían de una tienda para ir a la siguiente, queriendo comprar todos los regalos, sin olvidarse de ningún familiar, amigo o compañero de trabajo.  Aunque fuera un pequeño detalle, pero había que regalar 'algo' a todos.  Los aparadores refulgían con luces de colores:  por aquí se oía el tintinear de las campanas de un Santa Claus ambulante, por allá la risa mal fingida de algún otro.  Sin percatarse bien de todo ello, la gente pasaba y dejaba limosna en cada mano extendida - era la época de dar, la época en que todos se sienten grandemente unidos, como hermanos.

Las avenidas estaban llenas de focos colgantes y en los cruces colgaba una figura alusiva que ilumina  la noche, contagiando su vivacidad a todos los que la contemplan.  En la Alameda central, con sus románticas bancas de piedra, la fuente en el centro y en la esquina norte un kiosko tipo morisco, donde se cantan villancicos.  No podían faltar los globeros - esos maravillosos magos con esferas multicolores suspendidas en el aire,causando la admiración de los niños que con sus ojos llenos de fantasía recorren las figuras transformadas en gusanos, conejos, perros, elefantes y muchos más.  Los Reyes Magos, aunque un poco adelantados, hacen su aparición en una de las esquinas de la plazoleta.  Y en los portales, un sin fin de antojitos y fritanguerías:  sopes, quesadillas, tlacoyos de frijol o haba, tamales de hoja - oaxaqueños o yucatecos - atole, buñuelos, pan de pulque, pan dulce, tacos de carnitas y de cabeza de res, dulces cubiertos o cristalizados... y todo lo que la imaginación, y el estómago, pudieran desear.

Durante los quince días anteriores a Navidad, el zócalo del pueblo se convertía en una feria o kermesse, donde todos compartían en armonía, como una especie de preparación para recibir la más feliz de las festividades del año - la Noche Buena.  Para Antonieta, como para la mayoría de los adultos, la nostalgia por aquellas otras fiestas en que todo fue hermoso, visto con los ojos inocentes de la infancia, resurge de lo más profundo.  Antonieta, aunque se unía a la algarabía, siempre esperaba que ocurriera algo extraordinario en esa noche. 

Sumida en sus pensamientos, Antonia iba una tarde rumbo a la oficina t en un aparador una foto le llamó la atención:  era una calle ancha, flanqueada por grandes árboles que formaban un tunel y el suelo estaba cubierto de hojas.  Vino a su mente una imagen lejana, estaba en tercero de primaria, venía de regreso del colegio, con su hermano, sus amigas y su madre, que siempre iba por ellos.  Corrían y jugaban recogiendo las hojas que la lluvia había tirado, se las aventaban, se perseguían y reían - Aquellas hermosas tardes de lluvia, cuánta alegría nos daban, se dijo a sí misma.  A mamá no le importaba que nos ensuciáramos el uniforme, con tal de vernos felices.  Se había quedado inmóvil, sumergida en el recuerdo mágico que estaba igual de fresco que cuando ocurrió.  Poco a poco se percató de su entorno y sin querer despertar del todo, siguió su camino.

Ya sólo faltaban tres días para Navidad.  En la oficina estaba listo el árbol y alrededor los regalos se iban amontonando.  Ella todavía no había comprado el que le tocaba dar.  Se sentía desmotivada, aunque cooperaba con todos los preparativos.  Esta tarde iré a comprar el regalo - y así lo hizo.  Sin saber bien a bien lo que buscaba, se dejó guiar por la intuición.  Al pasar junto a una casa de antigüedades, algo la hizo entrar.  Recorrió con la vista el lugar hasta frenarse en una casa de muñecas. Se acercó para verla mejor.  ¡Es increible! estos sillones rojos son igualitos a los de Abue, con sus carpetas tejidas a gancho en los respaldos y los brazos.  Mas su asombro se fue agrandando:  en la recámara, la cama, el gran ropero, el tocador ¡eran como aquellos!  Se fue empequeñeciendo hasta penetrar al interior; ahí encontró a los abuelos, tías, tíos, primos,... toda la familia reunida en la enorme mesa del comedor, disfrutando la tradicional ensalada de Nochebuena, que le encantaba a la abuelita.  Hasta el olor del jardín lo podía percibir, a través de las puertas siempre abiertas, hummm...  Alguien la tocó en el hombro y despertó.  Ya vamos a cerrar, si algo le gustó... Su presupuesto no le alcanzaba para llevarse la casa entera, pero salió radiante con la salita de terciopelo rojo - y el regalo para el intercambio.

Llegó el gran día y las labores se suspendieron temprano, se repartieron los regalos, se dieron muchos abrazos.  Hubo muchos brindis, bocadillos y frutos de la estación.  Al cabo de dos horas, unos cantaban desafinados y otros discutían acalorados.  Varios compañeros invitaron a Antonieta a departir la cena en la noche con ellos, pero con todos se disculpó aludiendo a un compromiso anterior.  Esta vez tenía el deseo de compartir sólo consigo misma los recuerdos de tantas noches buenas pasadas.  Siempre había sido el bullicio, la fiesta con amigos y familiares, los brindis, los regalos, los buenos deseos con el amor que brota tan fácilmente en essos momentos.  Ahora quería la tranquilidad, el sosiego, la oportunidad de ser, de sentir el aroma de la felicidad y el perfume del amor que rodea al mundo.

De pregreso a casa pasó frente a la parroquia, en el interior sólo había unas 4 o 5 personas.  Sintió deseos de entrar, sin saber por qué y se entó en una banca y miró el nicho vacío arriba del altar mayor.  A los pocos momentos se abrió una puerta yempezó a aparecer la virgen, empujada desde atrás sobre rieles, vestida de azul cielo, un manto blanco que le cubría la cabeza y una dulce sonrisa iluminaba su cara.  Toña calló de rodillas, sintió como si la hubiera estado esperando para salir a recibirla.  ¡Cuánta dulzura y paz había en su mirada!  Ahí se quedó extasiada, en un diálogo tan profundo y sutil que sólo ellas comprendían.  Cuando salió se sentía tan feliz que irradiaba, desde dentro, tanta luz como una estrella.

Al atardecer llegó a casa, encendió el árbol lleno de foquitos y adornos.  Se sentó en un sillón frente a su obra para contemplar las luces tintineantes que poco a poco iban siendo más fuertes conforme la luz huía detrás de las ventanas y la oscuridad llenaba los espacios.  Y los recuerdos volaron hacia ella.  La última Navidad que pasó con sus padres, la pasó feliz y contenta, llena de regalos, ignorante de lo que se avecinaba. Después del día de Reyes vino la terrible despedida, la enviaron a un internado hasta su mayoría de edad, donde compartiría muchas Navidades con otras cuantas niñas olvidadas como ella.  Apareció la estación del ferrocarril, la figura esbelta y fina de su madre, envuelta en un precioso traje de paño azul ultramar y su padre, elegantemente impecable, con su inseparable bastón.  Meses después se enteraría que sus padres se habían separado - 'cuando crezcas, comprenderás' le dijeron.  Pero a los diez años, ¿qué podía comprender... que los dos la rechazaron?  ¿Que los dos tenían con quien rehacer su vida?  ¿Que a ninguno le había importado sus sentimientos?  Se había jurado no perdonarlos, pero al cabo de los años logró olvidarlos... hasta esta noche, en que había regresado aquella caterva de amargos recuerdos.  Había  aceptado que ellos tuvieron el derecho de escoger su propia vida....  ¡y ella también!

Dio un brinco y se levantó.  Aventó toda sombra de nostalgia.  Prendió las luces y puso sus discos preferidos.  Preparó su cena, algo sencillo pero especial.  Después se fue a la cama y tuvo un sueño curioso:  venían un grupo de ángeles y al pie del árbol, le dejaban un regalo.  Abrió los ojos, era de madrugada, pero   se levanó.  Tenía la sensación de que no había sido sólo un sueño.  Encontró una pequeña caja de cartón blanco con una estrella en la tapa.  En su interior encontró un montón de tarjetitas, con una sola palabra y dibujado un angelito, en cada una.  Contenía también un instructivo:  Estas son las cartas de los Ángeles Aliados, cuando tengas una duda, una decisión que tomnar, concéntrate, has tu pregunta y toma una carta; allí encontrarás la respuesta.

Intrigada y entusiasmada por aquel 'juego', puso manos a la obra.  Una avalancha de preguntas surgieron en su interior ¿pero por dónde empezar?  Se sentó en el suelo y extendió las cartas bocabajo frente a ella.  Tomó una profunda respiración.  ¿}Qué objeto tiene mi vida? volteó una carta:  AMOR.  ¿Pero qué hago con el amor?  La carta decía CREATIVIDAD.  Se quedó pensando qué relación había....  ¡claro! a través de la pintura, que tan poco tiempo le dedico y si pinto cosas bellas...  ¿Realmente les llegará mi mensaje de amor?  Respuesta:  FE.  Quiero y no quiero cambiarme de trabajo ¿qué hago?  ESPONTANEIDAD.  O sea que me echo un volado.  Ajá, creo que voy entendiendo.  Ante las calamidades del mundo ¿qué actitud tomar? COMPASIÓN.  ¿Qué hago con todos los recuerdos "olvidados"?  PERDÓN.  En estas etapas de incertidumbre que me agobian ¿qué hacer?  RENDICIÓN.  Pero, ¿por qué, qué gano?  PAZ.  ¿Que hay en la otra vida? NACIMIENTO.  Si vinieran seres de otros mundos ¿qué necesito hacer para que me lleven? PURIFICACIÓN.  ¿Qué me ha causado la úlcera que tengo?  RESPONSABILIDAD.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas de alegría.  Fue sintiendo cómo un séquito de ángeles iba llegando a responder sus dudas, a curar sus resentimientos, a develar sus anhelos.   Su corazón se sintió pleno de una seguridad que nunca antes había tenido.  Y sobre el tapete sólo quedaba una tarjeta, su corazón golpeaba fuerte su pecho, no había hecho ninguna pregunta pero sabía que el mensaje era de suma importancia.  Al voltearla leyó la simple y llana palabra:   ESPERANZA.

                    < < < < < < - - - - - > > > > >              1989

domingo, 4 de diciembre de 2011

SOLICITUD DE AMOR

Luisa miraba triste por la ventana a la gente que transitaba bullisiosa por la calle.  Ese era su único entretenimiento.  Su madre no podía cargarla y llevarla al parque, como cuando era pequeña.  Su inseparable amigo era un pastor alemán, Campeón, que le traía varitas y hojas enredadas en el pelo, que recibía como regalos del mundo exterior, al que en muy contadas ocasiones tenía acceso.

Un buen día se le ocurrió colgar al collar de Campeón un letrero que decíá "necesito un amigo" y le pidió que saliera a buscarlo.  El fiel animal anduvo recorriendo parques, mercados, escuelas, cines... Pero uno y otro día volvía con el semblante triste, denotando la falta de éxito. -No te preocupes querido amigo, sé que lo encontrarás.  Ahora come y descansa-.  Al otro día salía con nuevos bríos, alegre y juguetón.

Un domingo se fue directo a la iglesia.  A la salida de cada misa, el noble can se paraba frente a la puerta y estiraba el pescuezo, como para hacerles notar el letrero que llevaba.  Pero todos pasaban sin verlo.  Llegó la misa de una, la última y se esforzó aún más en que lo vieran.  Desde lejos vio a una joven simpática.  Intuyó que era la indicada.  La siguió varias cuadras y cuando iba entrar a su casa, le ladró, se sentó en sus cuartos traseros y alzó una pata.  A la muchacha le llamó la atención y se acercó para acariciarlo.  Al ver el letrero pensó que estaba perdido.  -Ajá, con que ya sabes escribir y buscas con quién vivir-.  Campeón sacudió la cabeza y cogiendo delicadamente la bolsa con sus dientes, la jaló.  -Parece que quieres llevarme a alguna parte ¿verdad?-.  Y le volvió a jalar la bolsa.  -Ya veo, tú me vas a llevar con la persona que escribió el mensaje, está bien-.  Ella se dejó conducir por el perro que seguía con la bolsa en el hocico, siempre tirante, hasta que llegaron a la casa.

La mujer tocó el timbre.  La mamá de Luisa salió limpiándose las manos en el delantal.  Leonor le explicó cómo había llegado ahí guiada por el perro, sin saber de qué se trataba.  -Bueno, yo tampoco, le dijo doña Esther, pero estoy segura que mi hija se lo aclarará todo-.  Y precesidas por el guía de oscuro pelaje, llegaron a la habitación de Luisa.  -Me da mucho gusto conocerte y me doy cuenta por qué te entiendes tan bien con tu mascota-.  Leonor era maestra y se avocó a enseñarle todo lo que estuviera a su alcance, ya que Luisa nunca había ido a la escuela y tenía mil preguntas y, aunque ya tuviera once años, latosigaba a su madre con mil interrogantes, como todos los niños.

Todos los días pasaba Leonor a dar su lección, que muchas veces se alargaba más de lo que había establecido, pero la viveza de Luisita la animaba a seguir.  El carácter de la niña había mejorado notablemente.  Durante las comidas se la pasaba contándole a su madre todo lo que había aprendido, sobre las tareas, los entretenidos trabajos que le dejaba la maestra, y sobre todo, lo mucho que le faltaba.  Doña Esther no se cansaba de dar gracias por semejante milagro.

Los días pasaron tomados de la mano, uniéndose para hacer una semana y al llegar a treinta formaron el mes 1, luego el 2, después el 3,  hasta el 12.  Ese día lo festejaron con un pastel horneado en casa.

Casi a los dos años de comenzado este tutelaje, eonor sufrió un grave accidente en la carretera.  Supusieron que había fallecido.  Doña Esther no sabía cómo darle la noticia a su hija, temiendo una reacción depresiva en la niña.  Pero después de dos días de no aparecerse a dar su clase, Luisa tuvo que saberlo.  El golpe fue tan duro que cayó en cama, con altas temperaturas. 

Después de varios días entre la vida y la muerte, Leonor logró salir adelante.  Como resultado del trauna en la espalda quedó paralítica e imposibilitada de volver a dar clases en la escuela.  Aunque doña Esther se enteró de su recuperación, no le dijo nada a su hija, ya que de todos modos no podría volver a darle clases.

Después de cinco semanas Luisista falleció.  Hubo un largo cortejo de amigos, parientes y conocidos que acompañaron el feretro y trataron de consolar a la desventurada madre.  Nadie se percató que cerca de la tumba estaba un perro pastor.  Cuando todos se retiraron, Campeón se echó sobre el montículo de tierra.  Todos los días salía temprano y se pasaba todo el tiempo junto a Luisa y al anochecer volvía a la casa para hacerle compañía a Doña Esther.  -Qué bueno tenerte junto a mí, así se nos hace menos pesada la soledad que nos dejó mi hija adorada-.

La maestra Leonor se fue recuperando poco a poco.  Cuando se sintió más fuerte preguntó por Luisita.  Hubo que decirle la verdad.  -Ni siquiera puedo llevarle unas flores a su tumba- se lamentó con profunda tristeza.  Había nacido un gran cariño entre las dos y ahora que ella también estaba impedida de caminar, la comprendía mucho más. 

Al pasar de los días fue haciendo cuenta de las fechas y los acontecimientos, llegando a la conclusión de que la niña había muerto al pensar que ella había fallecido.  ¿Qué nadie le había informado que había logrado sobrevivir?  -Tengo que hablar con su madre-.  Le envió varios recados solicitando su presencia, pero doña Esther nunca se presentó, ni siquiera le contestó.

Después de tres meses, un día llegó Campeón hasta la casa de la maestra, jadeante y dudoroso.  -¡Pero que gusto de verte querido amigo!  Mira cómo vienes, lleno de lodo ¿qué andabas haciendo?-.  Campeón volteó hacia la puerta de la recámara que estaba entreabierta, con vivas muestras de alegría.  Unos dedos huesudos se asomaron por la orilla de la puerta y se oyó una voz familiar, clara y alegre.   -Perdón por llegar tarde, Srita. Leonor- dijo, mientras la puerta seguía abriéndose. 

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lunes, 28 de noviembre de 2011

JUGOSA HERENCIA

Cuando estuvo ante la gran puerta de entrada, de gruesa madera y vidrios esmerilados con racimos de flores, sintió que todo el pasado volvía a ella de golpe.  Los seis años que vivió ahí, entre puros adultos, viniendo de una numerosa familia donde podía jugar o pelear con sus hermanos, fueron decisivos para su carácter introvertido.  Dió unos pasos y nuevamente se sintió como el primer día en que su madre la llevó para que su madrina le proporcionara la educación primaria.  La veía igual que entonces, grande y señorial.  Todo seguía perfectamente limpio y en su lugar.

Unos parientes que llegaban presurosos la sacaron de sus cavilaciones.  Todos venían del sepelio a la distribución de la herencia de la señora directora, doña Yolanda Treviño y Cajigal Domínguez, ya que no había tenido hijos y tampoco dejó testamento.  En aquel pueblo y en aquella época los trámites eran sencillos y se despachaban con rapidez.  El actuario había levantado el inventario de los bienes mientras los deudos se encontraban en el campo santo.  Previa identificación de los solicitantes, la entrega se hizo en relación directa al lazo de consanguinidad con la occisa.  Así, al hermano mayor le entregaron las llaves del colegio y al otro hermano le correspondió la hermosa casona rodeada de jardines, que ocupaba casi toda la cuadra.  A los primos directos se les otorgó el menage completo de una habitación por persona.  Los sobrinos reclamaron y echaron pestes, pero el representante de la ley los ignoró, reunió sus papeles y partió. 

Mientras tanto Manola permanecía en un rincón, sin moverse.  Observaba los alegatos, los pleitos y discusiones.  Ella no abría la boca, no pedía, no esperaba, no reclamaba nada.  Todo era demasiado grotesco.  Cuando terminaron las gestiones legales, aquello se volvió un hormiguero en efervesencia:  subían y bajaban muebles, bultos, cajas, maletas.  Entraban y salían hombres, mujeres, cargadores y criados.  Pareciera que todos tenían la consigna de limpiar el escenario en un solo día, sin dejar brizna o recuerdo alguno de la dueña, de su presencia que lo había llenado todo durante su vida entera.

Manola subió lentamente la escalera acariciando el pasamanos de madera pulida, por donde tantas veces se había resbalado, pero a escondidas, porque si la Sra. Directora, como ella exigía que la llamase, se hubiera enterado de seguro la manda fusilar, pues la disciplina que imponía parecia la de un campo militar.  Cuántos recuerdos amargos había impregnados en los muros, envueltos en las cortinas, guardados entre los cojines y escondidos tras los muebles.  Ahora veía todo muy diferente, sólo el dolor muy dentro de ella aleteaba en espasmos, al recorrer con la vista cada rincón.  Y se unía a ello la tristeza de ver cómo los buitres se abalanzaban sobre las cosas, que después de todo, era lo único que había dejado y cuya vida es menos efímera que la de la carne.

Llegó hasta la recámara principal, donde los beneficiados se apresuraban a hurgar los cajones del ropero, el chifonier, la cómoda, los buróes, aventando todo en cajas de cartón o sobre ropa de cama que amarraban y se llevaban arrastrando.  Sobre el colchón de la cama, ya sin cobijas, había cuatro cajas:  una rosa transparente que habría contenido rosas alguna vez, una de madera con la etiqueta todavía de chocolates Wong´s por debajo, otra de zapatos y la última, redonda, forrada de papel lustre azul.  La tía Remedios al verla junto a la cama le dijo "esas cajas tienen un montón de papeles y cositas personales de tu Madrinita.  Creo justo que tú las guardes, yo no tengo tiempo para ver de qué se trata".  Y dirigiéndose a su hija la apresuró "ya mañana mandaremos la mudanza por los muebles, vámonos".

Manola se sentó en la cama y tranquilamente abrió una caja:  contenía chucherías sin gran valor, como tarjetas con dulces dedicatorias, boletos de teatro, pedazos de envolturas, flores secas, etc.  Abrió la más grnde y encontró montónes de cartas atadas con listones de diferentes colores.  Sacó una carta y lo primero que buscó fue la firma - Alfredo.  Rebuscó en la caja anterior, sacó una de las tarjetas y vió que era el mismo nombre.  Checó la fecha de la carta, 1894, la volvió a doblar y la colocó en el mismo atado.  Tomó otra de diferente montón, año 1898, firmaba el mismo hombre.  La curiosida y una cierta alegría empezaron a brotar de su interior.  La casa estaba en silencio y comprendió que la jauría se había ido a descansar.  Abrió la caja rosa de las flores... y ¡había más cartas!  Con toda tranquilidad y sabiendo que nadie interrumpiría, fue colocando en línea los bultitos, checando que las fechas fueran consecutivas.  Al terminar tenía ante sí dos hileras de diez montones de cartas.  ¡Veinte años de la vida de la tía Coronel!  Se sentó en el suelo y empezó a leer con toda calma una por una desde el principio - 1892.  Sin sentirlo pasaron y se fueron las horas de la noche y entró por la ventana desnuda la luz del amanecer, cuando todavía le faltaban tres atados por leer.

Serían como las nueve de la maana cuando retornó al presente.  Sintió el cansancio de golpe, se estiró y cayó de espaldas sobre la mullida alfombra verde Nilo con un rosetón de flores al centro.  En sus labios se fue formando una sonrisa y siguió empliándose hasta la carcajada. ¡Qué increible! Estoy segura que nadie supo jamás de este romance, hubiera sido la comidilla del pueblo.  Qué tremenda mujer, mantener secreto ese tórrido idilio tantos años, con esa entrega absluta, en total reserva y discresión para que no se enterara la esposa, que también era maestra de su colegio.  Manola se retorcía de risa y rodaba por el piso de un lado a otro.  En verdad que esto es para hacer una película o un libro... qué tal si hago una selección de las cartas y las edito... ¡sería un hitazo!  Todos quedarían atónitos  con la revelación de que esta mujer de hielo, no era así.  La Sra. Directora con un amante más joven que ella...  el mismísimo profesor de química... y la pobre esposa , de boba... y sus hijos....

En este punto se atoró - sus hijos... su esposa... ¿Y qué derecho tenía ella para destruir su memoria, acaso la odiaba tanto como para hacer algo así?  Aquel hombre invisible perdería el respeto de su familia  ¿para qué destruir un hogar?  Por un momento sintió horror ante la responsabilidad de tener, precisamente ella, el futuro de muchos en sus manos.  Manola siempre había respetado la vida que quisiera llevar cada uno y los aceptaba sin reservas.  Por algo el destino le había entregado la vida íntima, tan yuxtapuesta a su realidad, de una mujer que no podría defenderse.  Y no sería ella quien ofreciera ese banquete a la morbosidad de una sociedad hipócrita y mojigata.

Se levantó y volvió a anudar cada bultito con su cinta de seda y los fue colocando en sus cajas.  Ya después revisaría todos los demás recuerdos.  En el fondo de un cajón pudo encontras una sábana olvidad, en la que puso las cajas.  Se echó el paquete al hombro y bajó las escaleras.  Ya en la puerta, antes de traspasarla por última vez, volteó y sin hacer caso del desorden reinante, se despidió  "Gracias Madrina por haberme permitido conocerte y saber que bajo la gruesa coraza latía un valiente corazón".   Recorrió los jardines con el alma henchida de alegría, sabiendo que a ella le había tocado la parte más valiosa de la enorme fortura de la Señora Directora, doña Yolanda Treviño y Cajigal Dominguez.

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sábado, 19 de noviembre de 2011

FLOR IMAGINARIA

¡Al fin vas a llegar  Pronto... muy pronto.   Toda la vida ha cambiado repentinamente, con la sola noticia de tu llegada.  Todo es más hermoso,los colores más vivos, los aromas más intensos.  Todo se transforma al sentir tu proximidad, sabiendo que somos una misma carne y como yo, un mismo sexo:  hermoso, sensible y perfecto.

¡Tengo tantos planes para ti! Me paso las noches pensando cómo serás:  el botoncito de una bellísima rosa, que cuidaré con todo mi amor para evitarte tropezones.  Te enseñaré a amar a todas las criaturas y  las expresiones de la naturaleza.  Aprenderás muchas artes, porque todas son sublimes y alimentarán tu corazón, ayudandote a repudiar las bajezas del mundo para que no te toquen.

Pero no. Espera. ¡Estoy loca!  Cómo pretendo decidir tu vida, limitarte a mis emociones, influir en tus pensamientos y querer modificar tus sentimientos.  ¡No!  Tú serás tú.  Día a día irás descubriendo tu camino y la forma en que decidas andarlo;  buscarás y hallarás tus motivaciones;  decidirás cómo deseas vivir y el tamaño de la grandeza que quieras alcanzar.  Porque tú y no yo ni nadie más, será quien recoja los frutos, buenos y malos, que te ayudarán a lograrlo, cuando llegue el tiempo de la cosecha.  Así debe ser y así será, te lo prometo.

El conocer tu llegada es algo tan maravilloso que me confunde los sentidos y por eso hago constantes planes para nuestro futuro, pero no temas, seré parte y no autoridad, tendrás tu individualidad para que conozca tus alcances y tus limitaciones, amando y respetando, primero a ti y por consecuencia a los demás.  Te quiero fuerte, te quiero audaz, te quiero... te quero ¡ya!

Los días y semanas parecen que pasan lento, deseo tanto tenerte que te veo en todas partes:  el sol iluminando tus cabellos, el viento refrescando tus mejillas, los árbole que te susurran un canto de cuna y tus ojos, limpios e inocentes, se me presentan en toda criatura de la naturaleza, igualmente tierna y pequeñita como tú. Te abrazo al besar la flor, te oigo en los trinos límpidos de los verdines, tu risa es clara como el agua que calma mi sed y tu piel, tierna y suave, es como el rocío de la mañana, que antecede al despertar del sol y de la vida.

Me gusta salir al campo contigo, pra que veas, a través de mis ojos, loshermosos campos y escuches, a través de mis palabras, un canto a la vida.  Así, un día llegamos a un pueblecito pintoresco, como hay tantos en nuestra hermosa patria.  En ese momento pasaba un desfile, precedido por una pequeña banda de música.  Nos detuvimos a ver la procesión y resultó ser un cortejo fúnebre.  Llevaban a un pequñito muerto, cubierto con guirnaldas de colores y sus manitas juntas, como en oración.  Su madre, sola, lo cargaba.  Sin pensarlo, los seguí hasta el cementerio.  Ahí, tras depositar el cuerpecito en la yerma tierra, empezaron todos a cantar una melodía suave y dulce, como un arrullo, que me provocó un llanto incontenible.  Enseguida, empezaron a lanzarcuetes y petardos, que subían hasta el cielo para convertirse en flores multicolores, allá donde se encontraba ahora la criatura.

Mi mente estaba muy confundida, el corazón lo sentía oprimido ya que no comprendía el por qué de tanta algarabía.  Pues veía que la gente era realmente feliz.  Y según escuché, todos estaban contentos de tener otro angelito en el cielo..

Una terrible punzada se clavó en mi vientre y salí huyendo, abrazándote a través de mi piel, para que no te dieras cuenta de esa tragedia, alegremente festejada.  O quizá fue por la fugaz idea de que pudiera ser yo quien te llevaba en brazos, porque en mi mundo no me enseñaron a ver con esa naturalidad los procesos inalterables de la vida y la muerte.  Sin embargo, esos "indios", quizá analfabetos, mostraban más valor y más coraje para aceptar con naturalidad esos sucesos.  Recuerdo vivamente la cara de esa madre, imperturbable, llena de resignación y podría decir, que en sus ojos había esa paz divina, que sólo la aceptación de las voluntades, puede dar.

Durante mucho tiempo recordé aquella escena y me aterraba, como a cualquiera, la sola idea de perder lo que con tanto anhelo se espera.  Porque no, no tendría la entereza, la fortaleza de aquella madre.  ¡Yo me moriría de dolor!

Pero no fue así.  No me morí.  Hoy, ya con la cabez cana, las piernas lerdas y los ojos secos, sigo pensando en ti, porque aunque nunca llegaste, siempre estuviste aquí dentro.  Te quedaste en mi corazón... para no dejarme jamás.

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domingo, 13 de noviembre de 2011

Minino

Entró sigilosamente por la ventana abierta, que aunque estaba en la parte alta de la casa,  le era de fácil acceso trepándose por el ciruelo del jardín, cuyas ramas llenas de flores, rozaban la ventana de Cristina, que siempre procuraba dejarla abierta para que su perfume penetrara en la habitación y endulzara sus sueños. 

Con su agilidad habitual trepó al árbol, caminó por la rama que conocía era más segura y se detuvo en el marco de madera de la ventana.  Sus grandes ojos, de un azul tan intenso como la flama de un encendedor, recorrieron el cuarto, observando todo sin moverse.  Con su elasticidad característica brincó al suelo sin hacer el menor ruido y se dirigió a la cama, donde dormía plácidamente la joven.  Estiró su cuerpo para dar el salto y trepó sobre las cobijas.  Sus pasos eran lentos y cautelosos, como tratando de no despertarla.  Llegó hasta sus manos, que descansaban sobre el regazo y posó su cabeza dulcemente en ellas, sin poder evitar interrumpir sus sueños.

Cristina, aún semidormida, sintió el peso de su pequeño cuerpo y de inmediato supo que había llegado, como todas las noches, desde... aquel terrible momento de tanta desesperación que había pedido también la muerte para ella, aunque la respuesta  que llegó fue de forma muy distinta.  Alargó el brazo para acariciar su fino pelo y él de inmediato arqueó el lomo, respondiendo a sus caricias.  El dulce ronroneo y el delicado perfume de las flores los envolvían en sus sueños.

A la mañana siguiente se levantaba alegre y llena de vida.  Iba directo a la regadera, se vestía, bajaba a desyunar y volvía a subir por su bolsa o su saco;  pero, sobre todo, nunca se iba sin darle un beso en la nariz a un gato de peluche blanco con grandes ojos azules, que dejaba bien acomododado en la cama - Hasta la noche, mi amor. 

Por las tardes, al salir del trabajo, Cristina se reunía frecuntemente con un grupo de amigos a platicar de temas esotéricos o acudía a determinados sitios donde se había programado una meditación en grupo.  Los más adelantados hacían viajes astrales, y con eso soñaba Cristi.  Estudiaban y leían mucho, debían estar bien preparados, para protegerse al entrar en otros planos.  Pero había que tener paciencia, el camino hasta la meta, era largo.   Por fin llegó el día en que se reunieron para que Cris hiciera su primer 'viaje'.  Entre todos la guiarían y ayudarían, sobre todo al regreso.  Aunque al principio los desprendimientos fueron cortos, poco a poco se hicieron más y más largos, en tiempo y distancia.  Cristi esperaba ansiosa la reunión semanal para avanzar un poquito cada vez, además de experimentar la grandiosa sensasión de 'salirse' fuera de sí misma.

Por las noches platicaba con Minino sobre sus avances, su esfuerzo y la esperanza del reencuentro, que se veía cada vez más cercano.  -Ya falta poco, ya verás, nuevamente estaremos juntos y entonces nadie podrá separarnos.-  Mientras tanto, todas las noches dormían juntos, él acurrucado en su regazo y ella acariciándolo tiernamente, soñanado que cada día estaban más cerca.

En ocasiones los padres de Cristina se preocupaban, dado que la oían hablar en su recámara y al entrar la encontraban dormida abrazando su gato de peluche.  -No es posible, que a su edad duerma con un muñeco- se quejaba la madre.  -Lo que más me preocupa es ese nerviosismo interno que noto en ella, corre todo el día y cuando llega por la noche, no quiere ni cenar, se va directo a su cuarto, como si algo importante hubiera ahí- comentó el padre.  -Yo creo que ese grupo de gente rara con quien se junta, le ha metido ideas extrañas;  después de tanto tiempo que tardó para olvidarse de aquel... y ahora no suelta el gato que le regaló;  creo que hablaré con ella, no sea que se meta en un problema gordo.-

Las semanas pasaron y una noche esperó despierta a Minino, tenía algo muy importante que decirle.  -Mañana será un gran día para los dos, estaré contigo allá donde vivies y ¡te volveré a ver! no sé si tú podrás verme a mí, pero procura estar alerta entre siete y ocho, mañana.-  Tomó con amor al gato entre sus brazos, lo arrulló y juntos recordaron tantos bellos momentos compartidos, antes del accidente, hacía ya tantísimo tiempo.  Su último regalo había sido aquel gato blanco de peluche, que para ella representaba la presencia misma de su amado, al que se aferraba para calmar la terrible angustia de su ausencia, tan difícil de soportar.

Siguió estudiando, practicando y logrando más habilidad. Así,  poco a poco  se iba materializando su ferviente anhelo.  Por lo que, todas las noches, apenas visibles en el marco de madera de la ventana  alta, se distinguen una bella gatita morisca y un hermoso gato blanco, siempre juntos, ronroneando uno al otro, semiocultos entre las flores y el ramaje del ciruelo, cuyo aroma penetra suavemente al cuarto donde Cristi duerme plácidamente en su cama, abrazando un muñeco de peluche.

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domingo, 6 de noviembre de 2011

Enigmático sino

Errante, sin rumbo fijo, deambula por las calles, arrastrando los cansados pies.  La espalda curvada por los años, camina y camina viendo pasar las cosas, los días y la vida, reflejado en los escaparates que lo ven pasar.  Recoge todo lo que a su paso le llama la atención:  frascos, fierros, corcholatas y mil cosas más.  En los basureros busca "cosas maravillosas" que han desechado aquellos que tienen más que él, como relojes viejos, triciclos rotos, sillas desvencijadas, etc.

Se lleva consigo el hallazgo.  En casa lo limpia y coloca en el lugar que le corresponde;  porque en los ruinosos cuartos donde vive ha destinado un espacio para cada espacie, donde apila sus 'tesoros', uno sobre otro.    Así, en el bracero de la vieja cocina de leña, que ha decenios no se usa, hay latas de diversos tamaños y formas:  unos son de refresco, otras de cerveza, también las hay de chocolate.  Casi llegan al techo.  Junto, en la otra mitad del bracero, hay frascos de mostaza o cajeta y claramente se ve por el polvo que los cubre, el tiempo que cada uno ha estado ahí.

En otro cuarto hay cajones de madera con herramienta, clasificada también por especie:  pinzas en uno, en aquel hay martillos, destornilladores en otro,  en éste navajas(que son las más, porque le encantan).  En las paredes hay tablones a manera de repisas, con colecciones de radios que no suenan, relojes que no caminan, figuras de cerámica rotas, tazas desportilladas o pegadas y pequeños juguetes que pasaron su momento de gloria.

En el salón, que en un tiempo muy lejano fue el comedor, guarda sillas rotas, un sillón y un sofá con las 'tripas' de fuera, entre los enormes y hermosos muebles de la vieja casona, junto a trapos viejos, zapatos sin tacones o suelas, montones de periódicos y un sin fin de cosas más;  todas amontonadas, todas sucias y mojadas por el agua que se filtra desde el techo, que amenaza con venirse abajo en cualquier momento, para espanto de las ratas que ahí anidan.

Por la noche, los espectros parecen hacerse presentes entre los montones de hierbas, piedras y escombro, que hay por doquier.  Las sombras de la noche, el crujido de los viejos muros que cansados de tanto abandono quieren caer, el chillido de los muchos animalitos de ojos brillantes que comparten los espacios y el aullido lastimero de un viejo perro, guardián y protector del territorio de su amo,  se unen a los recuerdos y a los remordimientos, cuando el viejo cuerpo cansado, busca el descanso reparador. 

Pero ¿este hombre tendrá la lucidez suficiente para tener remordimientos o recuerdos?  Después de tantos años de vivir en ese aislamiento voluntario ¿se pondrá a recordar?  Qué cosas podría ponerse a recordar, si a pesar de haber sido el único hijo varón, después de seis mujeres,  muy poco fue lo que participó del calor familiar.  Nacido en el seno de una familia unida y amorosa, con posibilidades para una vida plena, las circumstancias lo marcaron para siempre.  Al dar a luz su madre enfermó de flebitis, por lo que las hermanas del padre lo cuidarían un tiempo, que se prolongó dos años;  al retornar al hogar su madre asegura que se lo cambiaron y lo rechaza (rechazo que duraría toda la vida).  Desde pequeño su padre le exige demasiado, por vivir rodeado de mujeres y minimiza su carácter;  al mismo tiempo que alterna temporadas frecuentes con las tías de crianza, quienes lo chiquean y apañalan.  Al llegar a la secundaria su padre decide internarlo en un colegio para varones en la misma ciudad, pero a donde sus padres jamás se presentarán a visitarlo, tan sólo lo ven cuando son vacaciones y no las pasa con sus queridas tías. 

Recuerdos del esplendor y la felicidad que compartieron sus padres y sus hermanas, él no los tiene.  Remordimientos por destruir su casa o por tener los retratos de sus padres entre la humedad y las ratas ¿por qué habría de tenerlos?  ¿Podrían sus antepasados reclamarle algo?  Quizá él tenga más que aclarar y reclamar.

Vive día a día entre el polvo de los escombros, los vapores hediondos de la basura y el humo constante de los cigarrillos que no se apartan de su boca, terrible vicio que consume su existencia  lentamente y que refleja su inexorable avance la tos que lo acompaña.  Rehusa toda ayuda y sobre todo de un médico, porque sería muy posible que lo internaran y eso significaría dejar su castillo y sus tesoros.  No quiere salirse porque comprende, todavía, que esa casona es de él ... y de sus hermanas.  Y no quiere compartir.  ¡No puede!  Por eso se ha enterrado ahí, por eso ha destruido paredes volviéndolas cerros de escombro, por eso ha llenado las piezas con sus posesiones, por eso ha ocupado todos los espacios...  para que a nadie se le antoje compartir con él esa casona. 

A él no le importa tanto abandono, porque es su creación, su obra maestra, su fortaleza, de donde nadie lo podrá sacar.  ¿Habrá quién se atreva a vivir en ese fantasmagórico y alucinante espacio?  Quizá ni él lo sabe, pero es su forma de vengarse de todo lo que no compartió, de todo lo que ahí pasó y no se enteró, de todo lo que no le dejaron vivir.  Por eso, al morir su madre y dado que él vivía arrimado en un cuartito con un catre en el rincón, apeló a su miseria, a su falta de recursos y a veinte cosas más para que no lo sacaran;  se arrastró e imploró,  hasta que conmovió el tibio corazón de sus hermanas y aunque ellas nunca pensaron que sería para siempre, él se fue quedando, se fue quedando y se quedó hasta el final.  Sobrevivió a sus hermanas y ni siquiera a sus entierros asistió.  Después de todo, él no ´sentía que tuviera algo que agradecerles.

¿Había ganado la batalla?  El sobrevivir en esa atmósfera y llegar a confundirse con el paisaje ¿era un triunfo?  Pero, qué podía hacer, nunca tuvo algo mejor y se aferró a esos muros, a ese pasado sin recuerdos, a muchos rencores contra aquellos que no le enseñaron a compartir y a amar.

Sentada en la fuente tranquilamente, se ve en todo momento, la eterna amiga que nos acompaña desde el nacimiento:  la Muerte, temida por unos, anhelada por otros, pero que al fin y al cabo redime a todos.  Mientras, el viejo toma café y fuma sus cigarrillos, entretenido en desclavar cajones, acomodando pacientemente las tablas, apilándolas por tamaños, separa los clavos chuecos para enderezarlos después... mañana... en otra ocasión.  Al fin no hay prisa.

Serena la Parca espera a que llegue el día en que se hará presente.  Ella tampoco tiene prisa.  Sabe que el día... llegará.
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domingo, 30 de octubre de 2011

Una ilusión para vivir

La figura del anciano se veía iluminada, como si de su cuerpo emanara una clara y apacible luz al tamaño de su aura.  Más allá de él todo se había ido oscureciendo, como si la noche lo hubiera envuelto.  De una pequeña libreta de notas que sostenía entre las manos, recargada sobre la orilla de la mesa, leía unos versos que según comentó había escrito en su juventud.

La mayoría eran de línea romántica y bien elaborados.  Al oirlos Alicia sintió que sólo su madre podía haberlos inspirado, pues las demás mujeres que cruzaron por la vida de su padre, no habían sido sino aventuras, mujeres sin valía.

Embelezada seguía palabra por palabra y absorbía con vehemencia el sentimiento con que aquel cuerpo marchito se estremecía, hasta hacerlo llorar.  Aquella lectura le confirmaba el gran amor que había existido entre sus padres, cuando ella nació.  Una gran alegría asomó a su alma - había sido fruto de un  verdadero amor.  Esa certeza le dio la fuerza para saber que en adelante podría vivir más tranquila, sin importar los años de abandono y la distancia que él había mantenido siempre.

Al terminar los versos, la realidad tomó el mando nuevamente y la negra cortina se fue levantando, apareciendo paulatinamente las figuras de los demás invitados, sentados a ambos lados de la larga mesa del comedor.  En la cabecera estaban, como siempre, su padre y aquella mujer que Alicia odiaba tanto - la que le arrebató la protección, la seguridad y el amor que le correspondían.  Sin embargo, la toleraba porque parecía que había hecho feliz la unión, aunque 'esa' no perdía la oportunidad, soterradamente, de hacerla beber copas de amargura cuando los visitaba.

Tan ensimismada estaba en sus dulces pensamientos, que no se percató de que los invitados ya se retiraban, hasta que alguien se acercó y la 'despertó'.  Sin pensarlo dos veces se levantó y también se despdió.  No, esta vez no se quedaría a dormir, arguyendo que tenía cosas urgentes al día siguiente.  Apenas un beso, un adiós y sin querer pensarlo mucho salió casi corriendo, apretando en su pecho algo demasiado valioso que había obtenido y no estaba dispuesta a perder.

En ese regreso a casa no hubo lágrimas, como siempre ocurría.  Fue la primera vez en que su enorme necesidad de amor  no se había hecho mayor, sino que había sido colmada.  Llevaba la seguridad de algo hermoso,  de que algo positivo exitió en aquellos primeros cuatro años de su vida en familia.

Era tan valioso ese sentimiento, que para no perderlo, jamás volvió.

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domingo, 23 de octubre de 2011

Al otro lado del agua

El viejo reloj dio nueve campanadas, que resonaron en la enorme pieza donde estaba, de pie, ante la ventana, como vigilando el armónico devenir de cada instante.  Era la hora en que acudían los murciélagos, puntuales a la cita, jalando con sus hocicos la niebla del bosque hasta cubrir la mansión.

Un poco más tarde, como en cada plenilunio, salió el mago en un corcel de ébano, en el que cabalgaba hasta la catarata para llegar en el momento en que la luna alcanzara el cénit.  Disfrutaba en contemplar las luminicencias que titilaban entre las aguas bajo los rayos selenitas, como pequeños pececillos tornasolados. 

El estrépito del agua al caer producía altas descargas de electricidad que, combinadas al magnetismo lunar, el mago absorbía por sus extremidades, aumentando así sus poderes.  Al bajar sus brazos, antes extendidos hacia la luna, abrió sus ojos y volteó a ver el otro extremo del ancho caudal del río.  Por primera vez descubrió un grupo de jóvenes con amplios vestidos de diversos colores que disfrutaban del fresco nocturno, jugando y bailando.  Se quedó absorto contemplándolas.  De improviso, quizá a una señal que él no escuchó, todas se reunieron para internarse en el espeso bosque.  Entre ellas distinguió una larga y flotante cabellera rojiza.  Aguzó un poco más la vista y pudo distinguir las bellas facciones de la mujer, quien al parecer se había percatado de su presencia, pues volteó y le sonrió.  El mago quedó intigado, sin saber cómo interpretar aquel adorable gesto.  No importaba, su corazón se llenó de júbilo y la fuerte certeza de que habría un encuentro próximo.

Unos días antes de la siguiente luna llena su esperanza se cristalizó al recibir una invitación para que fuera a visitarlas.  Con ansias contó los días y cuando llegó el plenilunio salió en su negra montura, con tiempo suficiente para estar del otro lado del río cuando la luna estuviera en lo alto.  Al llegar a la orilla alcanzó a ver el grupo de muchachas que lo saludaban y entre ellas, la dama soñada.

El caballo atravesó las aguas apenas rozándolas con sus pezuñas, hasta pisar la otra orilla.  El desmontar, el mago se vio rodeado del alegre grupo de damitas que le dieron la bienvenida.  Por un sendero lo condujeron al interior del bosque hasta llegar a una extraña construcción blanca y muy grande, que brillaba como si estuviera hecha de azúcar.  Traspasaron una amplia puerta con cuadros transparentes en los que se veía, como biseladas, figuras de hadas y gnomos.  Continuaron por un largo corredor que desembocaba en una sala circular completamente vacía.  Sus anfitrionas se retiraron dejándolo ahí.

Una vez solo, volteó alrededor en espera de algo o de alguien.  Al percatarse en el movimiento de sombras y luces en el piso, volteó hacia el techo que estaba formado por una gran cúpula translúcida con figuras alegóricas, pero que permitían admirar la brillantez de las estrellas y de la luna, que en ese momento se encontraba en el centro de aquel gran ventanal.  Se quedó arrebatado por el efecto que le producía, hasta que sintió una presencia.  Ahí estaba ella, bañada por la luz celeste del domo que aumentaba su belleza; serena y sonriente lo observaba.  Con un dulce gesto lo llevó a un asiento largo, sin respaldo, tapizado en azul pizarra, donde se sentaron.  Dos hermosas mujeres de tez morena colocaron una mesa baja y rectangular a un lado y otras pusieron en ella diversas viandas.  Por último, trajeron dos copas de cristal bellamente labrado y de una jarra que hacía juego, vaciaron un líquido entre blancuzco y dorado, algo espeso, que se veía y olía delicioso.

Brindaron y comieron mientras ella le contaba la historia de su pueblo:  su origen, su larga existencia, sus luchas y sufrimientos que las motivaba a ir cambiando de sitio para contemplar la luna llena, a la que dedicaban diversos rituales.  El mago estaba totalmente atento a lo que le contaba la hermosa mujer, sintiendo que su voz lo envolvía, la música que apenas percibía lo mecía con suaves cadencias; se empezó a sentir extraño, una sensación desconocida lo elevaba y le parecía que sus pies ya no tocaban la tierra.  Recordó la pócima que traía escondida, preparada por él mismo, para protegerlo contra cualquier tipo de hechizo, ya que no tenía idea quiénes eran ellas y cuáles sus intenciones al haberlo invitado.  Así que muy discretamente lo vertió en su copa.  Más tranquilo se dejó llevar a través de todos los senderos celestes que la mujer del cabello encendido lo conducía..

Después de la tercera copa cayó en un profundo sopor.  Lo acomodaron en el misma banqueta y lo dejaron a que las hierbas hicieran su efecto - llevarlo a las estrellas durante la noche.  ¿Sería posible que hubieran encontrado al primer hombre en entender y aceptar su esencia femenina?  Parecía tan sensible y profundo.  Lo sabrían al día siguiente, después de hablar todo lo necesario.  Sin embargo, el mago despertó antes del amanecer, sobresaltado por sueños apremiantes.  Sin pensarlo mucho, buscó por todas partes a la mujer de la cabellera rojiza, que tanto anhelaba para raptarla.

Cuando caballo y jinete iban atravesando el anchuroso río, el cielo empezó a clarear.  El mago apuró el corcel para evitar el sol y sintió como el cuerpo que llevaba entre sus brazos empezaba a perder peso.  Los ojos de lla se llenaron de tremenda cólera y, aún con la mordaza, escuchó claramente que ella le decía:  necios, su ambición por poseerlo todo los pierde.  Al tocar las pezuñas de su montura la orilla, el cuerpo de la amada se había volatizado.  Entre sus manos quedó tan sólo el lazo plateado que sujetara sus cabellos.

El mago continúa fiel a su cita con la luna.  Y entre el estruendo de la catarata ahoga sus gritos llamándola.  Desde entonces, en la otra otrilla tan sólo existe un extenso campo de trigo.

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lunes, 17 de octubre de 2011

Una flor en invierno

La primera vez que entré en aquella casona no podía imaginar la riqueza que podía existir en un lugar tan deprimente y frío.  Se percibía el abandono de la construcción.  Sus altos techos dejaban ver cómo la humedad se había adueñado de las paredes, llenas de salitre y vestigios de pintura envejecida.  Como empleado de Hacienda, llegué con otros cuatro compañeros para efectuar una auditoría de los dos últimos años en la administración del lugar.

Al traspasar la puerta, nos guiaron por un amplio corredor con cuartos a un solo lado, bastante grandes, que fungían como oficinas, entre los cuales estaba la enfermería , si se le podía llamar así a la precaria instalación, frente a la cual estaba la salida al patio.  Al final, una escalera de madera con escalones carcomidos por la polilla, por la que subían los ancianos a sus habitaciones.  A un costado de la escalera estaba el comedor general para los asilados y a su derecha se veía una pequeña salita donde comían el administrador, los jefes y el doctor, cuando se aparecía.  A la izquierda estaba el salón de descanso, juegos y televisión, con muebles tan antigüos y deteriorados como los habitantes de la casa.

El Administrador en persona nos condujo a una habitación que servía de bodega, con tres escritorios sobre los cuales se apilaban cajas repletas de papeles, las que amontonamos sobre otras pegadas a las paredes.  Ahí nos instalamos con las carpetas llenas de documentos que llevábamos para trabajar, las sumadoras y nuestro inseparable tocacintas, porque a esa edad no se puede vivir sin música.  Aunque ahora el estilo es muy diferente, me es más imprescindible para llenar las tristezas del alma.

De inmediato se notó nuestra presencia en aquel sitio habitualmente callado y tranquilo.  El "carita" del grupo era Andrés - alto, fornido y no feo - era el rompe corazones de todas las muchachas y otras no tanto, pero que igual se derretían por él.  Las enfermeras suspiraban cuando pasaba y las oficinistas se peleaban por una sonrisa suya.  A nosotros no nos afectaba, ya que él las atraía y luego había para todos.

Comíamos con los "huéspedes" y pudimos hacer buenas migas con algunos que nos contaron sus hazañas juveniles y también sus sinsabores.  Como entre ellos había 'grandes' futbolistas, después de comer salíamos al gran patio polvoriento a darle patadas al balón, tratando de meter gol.  Nos transmitían su entusiamo y esfuerzo, que entonces no percibimos y es ahora que comprendo lo que es  correr detrás de un balón a esa edad.  Después de cincuenta años todavía recuerdo el rostro de muchos de ellos, sobre todo el de una viejecita con cabellos de espuma, encorvada y delgadita.  Se llamaba María, nunca supe su apellido.  Tenía entonces 85 años y 15 de vivir olvidada en aquel lugar. 

A los pocos días de nuestra llegada, aquella menuda figura de porcelana, María, empezó a instalarse en una banca del jardín, frente a nuestra ventana, por donde salían, en cuanto la abríamos, las notas estridentes del rock.  Durante las comidas a veces nos acercábamos a ella, aunque comíamos en una mesa aparte.  En cierta ocasión Mariquita le comentó a Andrés que estaba precioso y que si tuviera cincuenta años menos se casaría con él.  Tanta gracia le hzo a mi amigo que la abrazó y le dió un beso tronado en la mejilla y se le ocurrió regalarle, al otro día, su foto autografiada.  Después de aquello, su presencia en la banca era algo obligatorio.  Mientras nosotros trabajábamos, ella escribía cartas y versos muy bien elaborados, que después nos entregaba.  De vez en vez le aventábamos besos nacidos de la ternura que nos inspiraba su entusiasmo y la alegría que nos demostraba, creyéndolos algo innato que emanara de ella, pero que más tarde comprendimos habían nacido de nuestra presencia en aquella beneficiencia tenebrosa.

Después de cuatro meses terminamos el trabajo y levantamos "la oficina" provisional, nos despedimos de todos y presentamos nuestro informe al titular correspondiente.  Salieron a relucir muchas tranzas bien escondidas que el Administrador había hecho con el dinero que el gobierno destinaba para que esos viejitos vivieran dignamente.  Se pensó que sería destituido, pero al parecer tenía 'buenas palancas'.  Seis meses después volvimos a verificar que se estuviera cumpliendo con los lineamientos señalados.   Nos encantó la posibilidad de regresar a platicar con los viejos... amigos.  Fue entonces que nos enteramos que el mismo Lauro Arredondo, seguía de administrador y por supuesto nos recibió con frialdad, restringiéndonos el acceso a todas las áreas.  Únicamente podríamos transitar por el corredor para entrar a 'nuestra oficina' y de regreso a la calle. 

Al tercer día de abrir la ventana y poner a funcionar el tocacintas, nos extrañó no ver a doña Mariquita en su lugar acostumbrado.  Debía saberlo ya, la noticia se había esparcido como las cuentas de un collar reventado.  Por el comportamiento de todos los empleados era obvio que se les había prohibido que tuvieran contacto con nosotros.  Así que, después de una semana nos quedamos afuera esperando que terminara el turno de la enfermera para interceptarla.  La noticia fue impactante:  "después de que se fueron, doña María seguía sentándose todos los días en la misma banca, pero en algún lado perdió el retrato que contemplaba durante horas;  por más que buscó y rebuscó no lo pudo encontrar y bañada en llanto se sentaba ahí mismo para golpearse la cabeza en el respaldo de la banca... hasta que las contusiones la mataron, hace ya dos meses".

Todavía conservo dos de las cartas que me dio, pues nos escribía a todos mientras pasaba las horas sentada en aquella banca, que iluminada por los rayos de la tarde parecíame una figura de Lladró.  Por supuesto Andrés recibió una cada día y a los demás nos tocaba una por semana.  En ésta leo:  "le pido a Dios, todas las noches, que nunca se vayan, no quiero que la alegría de estos días termine, ni tener que decirles adios...."  Estoy seguro que a todos nos quiso, aunque por Andrés verdaderamente murió de amor.

Ahora que estoy en una banca parecida, en un lugar parecido, espero a que un buen día aparezca una hermosa muchacha que me haga vibrar nuevamente de amor, de ilusión, de espeanza por ver amancer otro día.  Porque siempre es sorprendente la maravillosa capacidad de nuestro espíritu, que a través del corazón, nunca se cansa de amar.
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lunes, 10 de octubre de 2011

Transmutaciones

Cuando llegan las mareas altas, los caracoles pintados en el cuadro del comedor cobran vida por las noches y se pierden durante varios días, sin que nadie sepa a dónde van, sólo se les ve pasar.

La dama del triste semblante atisba, desde su sitio en la pared principal de la sala, los movimientos de todos los demás.  En los últimos cinco años la he visto descender a la vida, siempre en la misma fecha - la llegada del otoño.  Recorre los jardines y se entretiene en hacer volar las hojas secas, que empiezan a caer, con el ala de su sombrero, que apenas las roza.  Se desliza como si flotase, sin dejar huella.  Sigue andando hasta perderse de mi vista, sin llegar a saber nunca hasta dónde llega.

Sobre el piano descansa un hermoso marco de plata y en él, la fotografía de un hombe apuesto vestido con uniforme militar.  Cuando la anciana, dueña de estos espacios polvorientos de recuerdos, se sienta a tocar piezas que la hacen soñar, el militar emerge del cuadro y se sienta cerca de ella:  juntos entonan viejas melodías.  Es entonces cuando el retrato se queda en blanco.  Luego se levantan, tarareando algún vals, recorriendo la enorme sala a los acordes de una orquesta imaginaria.  La arena del reloj sigue su tiempo y los enamorados no se percatan de nada.

Sin embargo, siempre a las 7:30 ella se siente exhausta - después de haber bailado ligera y graciosa como cuando se conocieron.  El militar la conduce a un sillón de respaldo alto frente a la chimenea, toma con dulzura su mano, la besa y se desvanece en el espacio.  Ella cierra los ojos, dibujando en sus labios una bella sonrisa. 

Al poco rato, por la puerta de la sala  entra la doncella, con el servicio de té, que deposita en una mesita frente a la anciana.  Está vestida de 'ballerina' y desde la lejanía viene la tenue música del Lago de los Cisnes.  La doncella empieza a bailar y aquella sala se transforma en un escenario, quedando la viejecita en las butacas de primera fila.  Los muebles y las paredes se han volatizado.

Absorta, sigue el desarrollo del ballet y se embelesa con la impecable realización que ella logró en aquel momento de su gloriosa despedida.  Al terminas, la ballerina toma de la mano a su presente y juntas se alejan entre la bruma que se ha apoderado del escenario.

Me quedo mirándolas hasta perderlas de vista, con la seguridad de que esta vez no volverán.   Mas no puedo hacer nada, por lo pronto debo esperar a que 'mi tiempo' llegue a liberarme, quizá para siempre.  Mientras tanto, en este lienzo que me aprisiona, cuento los días y espero...  serenamente, espero.

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sábado, 24 de septiembre de 2011

SUEÑO BREVE

                                        SUEÑO  BREVE

Al abir los ojos la recámara estaba iluminada por los tibios rayos de la mañana.  Saltó de la cama y estirando su grácil y joven cuerpo se asomó por la ventana.  El sol se apreciaba casi completo por el lado derecho de la distante colina.  Un nuevo día empezaba.

Se dió media vuelta y dirigiéndose al tocador ,se sentó en la banqueta.  Empezó a cepillar su negra y sedosa cabellera. - como mamá ordenaba debía hacerlo todos los días.  Sus grandes ojos serenos e inocentes, de espesas cejas y largas pestañas, se encontraron a sí mismos, en el espejo.  Mientras seguía cepillanado su larga cabellera, su atención fue capturada por el negro fondo de sus pupilas.  Veía pasar escenas cotidianas, breves pero nítidas,   que se sucedían rápiidamente, aunque su mente las captaba con toda claridad - casi podía decirse que las vivía.

Cuando terminó de cepillarse el cabello, el sol parecía estar sentado encima de la verde colina.  Se levantó de la banqueta y se dirigió a su mecedora, para continuar con la labor dejada a un lado el día anterior.  Tejía unos zapatitos para un nieto más, que pronto llegaría. 

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                                CONFABULACIÓN

Al caer la noche el inframundo se levanta, las sombras pululan por toda la tierra y el sol toma, al huir la luz, a todos los muertos arrastrándolos consigo, sacándolos fuera de sus tumbas, sin sus cuerpos ya inservibles, para llevarlos a un mundo que no conocemos, en que todos trabajan y sufren - unos menos, otros más - según lo indique la balanza de su comportamiento terrenal.  Pero nadie descansa, nadie duerme.

La diosa negra se traga al sol en el ocaso y dentro de su vientre todos lloran, todos gimen.  Gritan deseperados los excesos nocturnos de la diosa.  Pero ella no los oye, no le importan - tan sólo son diminutas hormigas, imperceptibles en aquel cuerpo candente, que le sirven de alimento.

Ella desea que la oscuridad reine para siempre en el firmamento y aunque hace todo lo posible por romper el ciclo, el poder de la Ley es más grande que el de ella.  Por eso, en el preciso momento en que debe ser, el sol renace cada día.  Unas veces vomitado por la diosa, después de noches ardientes y lujuriosas, otras es dado a luz con tranquilidad, cuando las noches han sido tibias y serenas.

Y así será por siempre.  Aunque todos los poderes se confabulen, la Ley de la Creación  siempre se cumplirá con asombrosa precisión.

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                           SUPERVIVENCIA

El cuerpo baboso del caracol dejó su concha y se deslizó lentamente hasta la pared, trepó por ella y penetró al interior de la jaula.  Los pájaros dormían sin percatarse de la amenaza.  Una vez dentro, el caracol crecía a su conveniencia y engullía a uno de ellos, pemaneciendo en reposo el resto de la noche para digerirlo.  Al volver a su tamaño original, salía igual que había entrado, sigilosamente.

La constante disminución de aves se le había atribuido a la criada, pero ésta siendo inocente y a fin de exhonerarse, los contaba en la mañana y en la noche, notando que cada semana se 'esfumaba' uno.  Creyendo que fuera obra de un gato, quizá de los ratones, montó guardia por las noches sin resultado alguno, mas que el consecuente atarantamiento durante todo el díía, debido a las constantes desveladas.

Cuando el caracol se dió cuenta de la presencia de aquella mujer, subió una vez más arriesgándose a que lo encontrase dentro de la jaula, ya comido e imposibilitado de poder huir.  Tenía que buscar una solución u otra fuente de alimentación.

Cuando ya sólo quedaba un gorrión la criada no se presentó en la casa.  La llamaron y buscaron por todos las piezas y salones sin encontrarla, por lo que supusieron que se había ido ante la imposibilidad de aclarar los acontecimientos..  Por último, fueron a ver si todavía estaban sus pertenecias en su cuarto, encontrando un enorme cuerpo de caracol plácidamente dormido en la cama.


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jueves, 15 de septiembre de 2011

PRESENTACIÓN

Me siento muy feliz de entrar en esta nueva corriente de comunicación, para compartir con uestedes algo de mis vivencias, mis apreciaciones, mis momentos gozosos y los tristes también,  todos transformados por la magia de la imaginación y la palabra.  Quiero iniciar con el primer cuento que me publicaron - en el suplemento dominical del Diario de Q.R - ¡en primera plana! en junio del 89 (gracias a Jorge Brogno que me dió tan inmensa alegría).  Este cuento lo escribí en el 86 cuando planeaba venir a Cancún buscando un cambio, se publicó cuando había entrado en la corriente metafísica - que me cambió la visión de la vida - y la forma en que se dió fue un maravilloso giro de 180 grados.  Ahora siento que ésta será una experiencia, nueva, furctífera y que me da la espléndida oportunidad de compartir(me) con todos.   Gracias.

                                                       LA  VISITA

Sentada en la playa solitaria, veía a la lejanía observando las nubes cómo caminaban y cambiaban de forma, y las aves que se remontaban al cielo perdiéndose entre los rayos del sol.  Le gustaba pasar así horas enteras, oyendo el murmullo de las olas, el chillar de los pájaros y sentir el dulce abrazo del sol bronceando su piel.

¿Hasta dónde llegaban sus pensamientos?  ¿A quién le contaba sus penas y sus alegrías?  ¿Era un ser totalmente solitario?  ¿Era joven o era vieja?  ¿Vivía por ahí o venía de muy lejos?  No hablaba con nadie, sólo se sentaba horas enteras a ver el mar, a convertirse en ola o espuma y evaporarse para transformarse en una de esas nubes que tanto le gustaban.  A veces - sólo algunos la habían visto - se sumergía en el mar y soltando su cuerpo lo dejaba flotar a la deriva, vigilando la orilla, para regresar cuando se alejaba mucho.  Nadie sabía nada de aquella extraña mujer que iba a la playa casi a diario, siempre sola.

En una de aquellas tardes en que su espíritu se complacía disfrutando de una hermosa puesta de sol, , apareció una pequeña burbuja de jabón, girando a su alrededor, arriba, abajo, casi rosándola hasta lograr que ella notara su presencia.  Al percatarse de ella, la mujer se quedó observándola inmóvil, suspendida en el aire, frente a sus ojos, viendo cómo los rayos del sol, ya débiles, se reflejaban en mil colores sobre la superficie de la burbuja.  Ésta empezó a balancearse suavemente, con movimientos lentos y armoniosos.  La mujer sintió el deseo de tocarla y alargó la mano con la palma hacia arriba, para ver si la podía tomar sin desbaratarla, pero la burbuja se posó dulcemente en su mano.  Sintió un gozo enorme al contemplarla tan frágil y delicada; se la acercó para poder contemplarla detalladamente - quería saber si los colores que tenía  salían de aquella esfera translúcida o eran reflejo de las luces postreras del día.

A pesar de que la esfera era transparente, al fijar la vista en ella empezó a distinguir pequeñas figurillas que se movían en el interior.  Tan absorta estaba que no percibió que la esfera iba creciendo, sólo se percató de que poco a poco iba distinguiendo mejor lo que había dentro.  Era una comunidad llena de casas, calles, gente, animales -pero no había vehículos, la gente como que flotaba, se movían sin tocar el suelo.  Su vista se  fijó en una casa - y como en las películas - las paredes desaparecieron y su mirada penetró al interior.  Era una casa como cualquier otra, no tenía nada de particular, sin embargo, algo la atraía.... ¡el interior de aquella casa ya lo conocía!

De pronto, una voz la llamó por su nombre.  Le pareció que la voz salía de la burbuja, pero como no podía ser cierto, volteó a todos lados buscando a la persona que le había hablado, mas no encontró a nadie.  Al regresar su mirada a la esfera, se asombró del tamaño que había adquirido ésta, tenía como ¡un metro de diámetro!  La misma voz la volvió a llamar y tuvo que aceptar que la voz venía de aquel raro y hermoso objeto.  La mujer sintió un poco de miedo, tragó saliva y se animó a contestar.  Su voz no salió, pero aún así la burbuja la escuchó y poco a poco el diálogo se fue dando.

La voz era suave y tierna, transmitía confianza.  Así la mujer empezó a cuestionar sobre todo lo que había visto dentro de aquella esfera.  Todas sus preguntas fueron contestadas, sin misterios, sin velos.  Después ella sola empezó a hablar de su vida, sus alegrías, sus penas y su soledad - en la que no había nadie, porque ya en nadie creía a consecuencia de profundas desilusiones, ocasionadas por una búsqueda infructuosa, fatigante e inútil.  Por eso ahora su refugio era el mar, el cielo, la naturaleza toda, de donde absorbía la alegría para seguir viviendo.

Volvió a preguntar mil cosas sobre aquel mundo dentro de la burbuja:  de su vida, de sus sentimientos, de sus respetos, de sus valores y de muchas otras cosas.  Cuando se sintió saciada en su interior, le pidió que la llevara a su mundo, donde presentía que encontraría la respuesta a su existencia.

La burbuja le pidió que se pusiera de pie, creció otro poco y la envolvió.  Lentamente se elevaron de la playa y cuando el sol se ocultó totalmente, iban atravesando las nubes.  Las paredes eran transparentes y rígidas, como una enorme ventana por donde podía ver cómo todo se iba haciendo más pequeño, hasta que el mundo entero se volvió una bolita azul, que después dejó de percibir, así como la cantidad de estrellas a su alrededor, ya que la visibilidad se iba nublando y oscureciendo paulatinamente, hasta tornarse todo en una oscuridad cerrada.  Pero la mujer no tenía miedo, al contrario, se sentía completamente segura.

Recargó su espalda en la pared de la esfera, la que sintió suave y mullida.  Se fue deslizando hasta acomodarse con las piernas dobladas cerca del pecho, preparándose para un viaje que quizá sería largo.  Descansó su cabeza, cerró sus manos con los pulgares dentro del puño.  Su cuerpo estaba completamente relajado, sintiendo una lacitud que no recordaba haber sentido nunca. Una suave canción de cuna vino a su memoria.  No había ni frío ni calor, el entorno era tibio, dulce y profundamente acogedor.  En su mente apareció aquella casa que le pareció familiar y empezó a soñar que ahí viviría - que la estaba esperando ya.  Sin sentirlo, poco a pco se fue quedando dormida y una leve sorisa iluminó sus labios.

                                                             F  I  N